jueves, 24 de enero de 2008

Iglesia católica y riqueza

El Vaticano y los curas son ricos. El banco Vaticano es una sociedad de enorme peso financiero dedicada a blanquear dinero procedente de los más inconfesables negocios…

Cada vez que sale el tema Iglesia Católica se recurre a esos sambenitos.

Me he interesado en el tema y no he encontrado datos sobre esos tópicos, solo divagaciones y lugares comunes sin ningún respaldo documental y, lo que es más importante porque no se puede falsificar, sin ninguna coherencia intelectual.

La riqueza en el Evangelio No es descubrir ningún secreto ni hablar en metáfora decir que Jesús predicó la pobreza y se manifestó distante de la riqueza.

La riqueza material es algo tan peligroso para el alma, que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos (Mt 19,24). Ni es la afirmación más rotunda ni la única que realizó; Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3), ¡ay de vosotros los ricos…! ¡ay de vosotros los que ahora estáis hartos…! (Lc 6, 24-25), ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen hacienda! (Mc 10,23), Pues ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena? (Lc 9,23)… Son todas ellas afirmaciones rotundas encomiando la pobreza.

Pero la más clara expresión de esta doctrina fue Su vida. No vamos a incidir sobre este asunto evidente. Quizás sí debemos matizar algo importante. A lo largo de la vida conocemos a personas con más o menos dinero y eso nos permite colocarlas en un estrato social. La cuenta es clara. Pero a veces vemos a personas con dinero que no actúan como ricas, sino que son muy desprendidas.

En el extremo opuesto, quizás hemos tenido ocasión de conocer a personas con muy poco, aferradas a ese poco como si fuera muchísimo. Eso nos desconcierta. Pero si recurrimos al Evangelio vemos que en la bienaventuranza que leímos más arriba, hay una matización muy importante; los pobres de espíritu. Es decir, lo que verdaderamente condiciona la salvación no es poseer mucha riqueza, sino estar apegado a ella, sea mucha o poca.

El que tiene difícil el cielo no es el rico, sino el apegado a la riqueza. Ni que decir tiene que la riqueza y el apego a ella tienen una relación muy directa. Pobreza de espíritu; los que compran, como si no poseyesen (1 Cor 7,30), buena es la riqueza en la que no hay pecado, y mala es la pobreza en las bocas de los impíos (Eclo. 13, 30). En el episodio de la conversión de Zaqueo (Lc 19,1 y ss), el rico jefe publicano no deja de ser rico, pero muestra un cambio en su alma desapegándose de su riqueza y ejerciendo la caridad y la justicia.

Frente a esa actitud, Jesús le dice; hoy ha venido la salud a tu casa (Lc 19,9). No es la riqueza el problema, es su actitud frente a ella. Los curas y la riqueza No he conocido personalmente a muchos curas católicos. Sí he conocido a los suficientes como para hacerme una idea del ambiente. Salvo contadas excepciones – éstas de referencia - los curas que he conocido y conozco tienen dinero – su sueldo, a veces otros ingresos más, incluso propiedades inmobiliarias – pero son pobres, extremadamente pobres.

Me explicaré con casos concretos, pues me resulta más fácil.

José María es un cura septuagenario de Valladolid, que dispone de su salario y de propiedades rurales y urbanas fruto de herencia familiar. Trabajo con él desde hace más de diez años.

En una ocasión me desplacé a Valladolid para visitar con él unos pueblos de Tierra de Campos y en lugar de venirme a buscar en su coche lo hizo en autobús y luego realizamos los desplazamientos en autocar y en tren, lo que resultó enormemente engorroso por las escasas infraestructuras de transporte público en esa zona.

No le pregunté nada y nada me dijo sobre el tema.

Después me enteré por tercera persona, que había regalado su coche a un convicto padre de familia que salió de la cárcel y necesitaba un vehículo para su trabajo. En otra ocasión, el mismo sacerdote me recibió en pleno invierno aguantando el temblequeo del frío pues unos días antes había encontrado a un indigente y le había dado su abrigo. También lo supe por terceros. Hay más, pero dejo a este cura y voy a por otro. Otro José María, este muy joven, misionero rural en Cuenca. Se gasta su discreto sueldo y su salud en organizar peregrinaciones a lugares santos, en una labor de catequesis sacrificada y valerosa que experimenté personalmente.

Me decía su padre, preocupado por las interminables jornadas de entregado trabajo a sus obligaciones litúrgicas y catequísticas, que cuando le dice “José María, te vas a matar”, su hijo le contesta “Lo que tengo que hacer, no importa hacerlo despacio en mucho tiempo o rápido en poco”.

Pilar, la que era una cualificada seglar amiga de mi familia desde principios del siglo pasado, dejó la vida cómoda para seguir su vocación misionera.

Ha consumido su vida como monja en un hospital para pobres en la India. Trabajó físicamente por la comida, espiritualmente por amor al prójimo y al Señor. Al vencerle la edad y no soportar las duras condiciones de trabajo, volvió a España para vivir en comunidad, compartiendo pobreza y oración.

Un último ejemplo para no cansar, no por agotamiento de situaciones que conozco de cerca. Hace menos de un lustro hice de intermediario en un asunto profesional entre un sacerdote responsable de unos espacios singulares de uso religioso y un publicista.

El publicista deseaba alquilar temporalmente los referidos espacios - que estaban dedicados a catequesis - para unas actuaciones publicitarias, naturalmente de buen tono. Ofreció para ello una muy buena suma de dinero. El sacerdote le dijo “Imposible, necesitamos esas aulas para nuestros catequistas”, “pero es mucho dinero el que le ofrezco” le dijo el publicista, “nuestro cometido es la catequesis, no el negocio inmobiliario”, le concluyó el cura. El publicista se fue sin entender nada, porque su corazón estaba en otras cosas. Puedo afirmar que las expresiones de pobreza voluntaria y permanente, material y de espíritu, que he visto en sacerdotes y religiosas de la Iglesia Católica no las he visto – ni remotamente - en otras personas.

El Papa y la riqueza Veo que los papas que he vivido, visten en ocasiones con boato. Pero también veo que esos “adornos” no son suyos. Y veo que ese boato sirve para la liturgia, no para su ocio o deleite. Y veo que los papas mueren sin haber poseído nada y que sus vidas no son envidiables en el sentido que damos a “buena vida”, sino que están llenas de sacrificios, responsabilidades materiales y espirituales, y oración. Veo que los papas que he vivido son personas de una talla intelectual y humana fuera de lo normal. Que podrían llevar vidas profesionales holgadas o vidas religiosas de oración y meditación sin necesidad del enorme peso que debe ser el sentir la responsabilidad de guiar espiritualmente a más del 17% de la población del Planeta. Y veo que todo ese esfuerzo no tiene ninguna de las recompensas que muchos entienden como tales. La única recompensa del Papa es llevar una vida de sufrimiento por amor a Dios.

No conozco en detalle sus vidas privadas, las de los Papas, pero viendo el celo que ponen los enemigos de la Iglesia Católica en explotar las más inverosímiles mentiras, bastaría el menor error del Santo Padre - aún del género más inocente - para que aquellos lo difundieran hasta la náusea. La conclusión de cualquier observador de buena fe es que el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica no solamente no es una persona rica, sino que es un ser al que la riqueza no le importa lo más mínimo, si no es para ordenarla hacia el prójimo más humilde.

El Vaticano y la riqueza No conozco las finanzas del Vaticano, pero tengo sentido común. Y ese sentido común me dice que el Vaticano es un gran museo patrimonio de la humanidad. La Iglesia Católica, propietaria jurídica de ese patrimonio, lo gestiona y preserva, pero no creo que nadie en aquel pequeño Estado se considere rico ni propietario de ese patrimonio por ejercer tal función. Sin ese estatus jurídico el inmenso legado cultural que gestiona la Iglesia Católica, fuera o dentro del Vaticano, no habría llegado al día de hoy con la integridad que lo ha hecho, como nos muestra la evidencia histórica. Pero ¿y el banco del Vaticano? ¡Es ese un punto vital! ¡Cuánto he oído sobre ese banco misterioso y fatal!

Nada sabía de él, más que las noticias que nos llegan a todos del boca a boca, del panfleto a panfleto. Y como no tengo más recursos que el sentido común, me puse a leer para hacerme una idea sobre ese malvado banco del que todo el mundo opina. Decepción tras decepción. Busqué en el ranking mundial de bancos en la certeza de que el banco de un Estado con más de mil millones de seguidores, sería el primero o segundo del ranking. Decepción, no aparecía en el ranking de los 20 primeros bancos mundiales. Sí aparecían el Wells Fargo, que me sonaba al lejano oeste, o el BBVA, ¡que es de casa! ¡Pues menudo banco es ese del Vaticano, que tiene menos dinero que el de un país tan agobiado como el mío! Busqué entonces en el ranking por países… a ver, la v de Vaticano.

¡Tampoco! Nueva decepción. El Vaticano no aparece en ese ranking de primeros países con peso bancario. Instituto para las Obras Religiosas Por fin me entero que lo del banco del Vaticano es un alias para nombrar al Instituto para las Obras Religiosas.

Lo del banco del Vaticano tiene más morbo y suena más a rico. Sin base documental se habla mucho de sus operaciones y la literatura malintencionada se ceba en un episodio que califican de oscuro ¡ocurrido hace más de tres lustros! y que implicaba a ese “banco”. No entro en ese tema pues no lo conozco más que de la lectura de la literatura contraria. Pero intentaré llegar a una conclusión de bulto. A mi sentido común le desconcierta que el juicio sobre una entidad financiera gire en torno a un solo episodio que hoy es ya historia. A la vista del mal trato que una parte de la prensa da a los asuntos católicos, parece que si existieran tantas irregularidades en semejante institución financiera vaticana, la prensa no pararía de hacer carnaza de ella. Pero no es así.

Y más le asombra a mi sentido común la frase que transcribo de un texto hostil a la Iglesia Católica; "…El banco del Vaticano estuvo implicado en un escándalo político y financiero importante en los años 80, referente al derrumbamiento en 1982 del Banco Ambrosiano con una deuda de 3.500 millones de dólares, del cual el Vaticano era un accionista importante… el entonces secretario de Estado Vaticano, el cardenal Agostino Casaroli, decidió pagar 406 millones de dólares a los bancos acreedores del Ambrosiano en concepto de "contribución voluntaria", al considerar que la Santa Sede tenía ante ellos una responsabilidad mora". ¡Sorprendente! ¡Los curas asumen voluntariamente una carga financiera, por entender que tienen una responsabilidad moral! Pues, ¿qué otra cosa cabría esperar de ellos? ¡Ya querrían los afectados por las quiebras fraudulentas de la Banca Catalana o del Banco Español de Crédito, que sus responsables asumieran con tanta elegancia sus responsabilidades! Banca Catalana, un montaje nacionalista del presidente de la Generalidad catalana Jordi Pujol, dejó sin respiración ni fondos a miles de ciudadanos que depositaron en ese banco su confianza. El Banco Español de Crédito, gestionado por el financiero Mario Conde - creo recordar que presumía de masón - dejó sin sus ahorros a miles de familias humildes. Pero hay más. ¿Se imaginan que sería de la gestión del estado Vaticano, en manos de cualquiera de los gobiernos democráticos actuales? Los fraudes de los gobiernos socialistas en España, en unos pocos años – es lo que conozco de cerca - han sido tantos y de tal calibre que sólo desbordan en sonrojo al importe de lo robado, a las técnicas utilizadas y al descaro exhibido para llevarlos a cabo. Sólo con la eficaz acción del Espíritu Santo, una organización humana podría mantener la integridad que mantiene la Iglesia Católica formada, en definitiva, por hombres. Solvente, no rica Por lo que veo la Iglesia Católica es solvente, es de fiar económicamente, pero no es rica. Posee un gran patrimonio cultural y considerables ingresos económicos que deben de ser cuantiosos en términos absolutos por la generosidad de los católicos y el bien hacer de los administradores de la Iglesia. Pero en términos relativos, esos ingresos quedan en nada al destinarse a atender toda la inmensa red de centros y personas dedicadas a la liturgia, a la beneficencia, a las misiones y a la catequesis. Entre todos esos gastos, los relativos al protocolo del Vaticano no son ni el chocolate del loro. De nuevo recurriré al ejemplo para mejor explicarme. Del alcance de los gastos de la Iglesia Católica me hice idea en una conversación con un compañero, que había sido misionero seglar en Colombia. Me contaba que su misión era pasar meses perdido en la selva, de poblado en poblado a bordo de una piragua, para enseñar nociones del oficio de carpintero a los jóvenes de los poblados que visitaba. Este misionero seglar perdido en la remota selva colombiana, recibía de su obispado una pequeña asignación económica y la logística necesaria para ejercer su misión. Así, más de cuatro millones de religiosos y seglares en todos los rincones del mundo. Pero sobre todo la Iglesia Católica, la mayoría de personas dedicadas a ella y millones de sus fieles anónimos, carece de apego a cualquier riqueza que no sea la del alma, como muestran cada día, desde hace dos mil años. José María. Enero de 2008.