domingo, 22 de junio de 2008

Crear un partido católico

Suena hoy con alguna frecuencia, la opinión de lo oportuno y necesario que sería la aparición en España de un partido político católico. Este partido atraería el voto católico, que no tiene ya cabida ni esperanza en el PP, cada día más mimético con el PSOE y que, como este, ofrece nulas garantías para la defensa de los más elementales derechos humanos. La idea del partido católico es excelente técnicamente, pero creo que de muy difícil aplicación en España. Quiero justificar estas opiniones.

Que la idea es excelente técnicamente, no me cabe duda. El Evangelio es una norma atemporal, aplicable a cualquier aspecto de la vida, hasta los más cotidianos e insignificantes. Además, es una norma pacífica, humana y respetuosa con todos, ya que su fundamento es el amor. No me sirven las referencias a la Inquisición, a la Iglesia católica del Renacimiento italiano ni a la sociedad católica del gobierno del general Franco, torpes tópicos de la izquierda que de sobados brillan con textura grasienta. No es el momento de ocuparme de ellos.

Pero todo lo que de realizable tienen el Evangelio y el magisterio de la Iglesia, no lo tienen los católicos españoles.

Me tengo por observador objetivo. La prueba es que nadie me quiere cerca. Recuerdo una cita, creo que de Séneca, que venía a decir; al hombre honrado todos le dan palmaditas en la espalda, pero nadie lo quiere tener cerca. La leí hace años, en un libro católico, que nos orientaba a los adolescentes sobre los problemas de nuestra edad. Entre otras cosas, se me quedó esa frase.

Desde esa pretendida objetividad, veo que los católicos españoles están atomizados en cientos, quizás miles, modos de interpretar la vida, a veces irracionalmente irreconciliables, lo que me crea dudas sobre si los que adoptan esas actitudes son verdaderos católicos. Cuando el pasado día 19 del corriente escribía estas líneas, para reforzar la opinión me extendí en un largo listado de casos concretos vividos. Pero vi que entraba en la dinámica que critico y dejé el escrito en la fresquera para que madurase adecuadamente. Hoy retomo el argumento, me autocensuro y sólo me remito a dos alusiones generales pero ilustrativas; una, paséese el lector por algún “blog” católico y lea las intervenciones de los lectores a los artículos del “blog”… en asuntos como el otorgamiento de estatutos al Camino Neocatecumenal, el de la cadena de radio católica COPE o el de la Santa Misa de cara a de espalda a los fieles, para poner tres ejemplos recientes, sale a la superficie de la piel de los lectores una bilis que asusta. Y me refiero sólo a los intervinientes que se dicen o se aprecia que pueden ser católicos.

El otro asunto es la falta de respeto a la Santa Sede. Cada día se generalizan más las interpretaciones que se hacen, algunas claramente heréticas, de los Evangelios, así como el caso omiso de la doctrina de la Iglesia y de su magisterio. No entro en el clero, sino que me refiero a los medios y a personas que se llaman católicas y que se dan a conocer a través de esos medios, en definitiva a futuros votantes de ese hipotético partido católico.
No veo viable, ni adecuado, un partido católico en España, pues ni la Iglesia puede volver a cometer el error de intervenir en la política, ni los católicos forman un conjunto homogéneo que pueda agruparse en un partido, ni es justo que con una definición tan concreta, se quedaran fuera tantas personas buenas que no son católicas pero, que sin saberlo, tienen una moral católica. Si veo viable un partido aconfesional, laico, que defendiera sin fisuras ni concesiones, la ley natural y los logros morales de la civilización cristiana.

Publicado en aragonliberal.com, el 23 de junio de 2008.

martes, 17 de junio de 2008

Síntomas: Multas y represión

Síntoma: “Fenómeno revelador de una enfermedad”. Diccionario de la Lengua Española.
En esta sección comentaré hechos o actitudes cotidianas a las que no les damos importancia, pero de las que se pueden sacar conclusiones morales interesantes. Estas actitudes son una buena base desde la que examinar nuestra escala de valores y el listón de hasta dónde nos la han atrofiado con la técnica de la gota de agua, que día a día, de forma imperceptible, socava nuestra voluntad.

Hace unas semanas, en el comentario “Justicia equitativa” (viernes, 4 de abril de 2008), me quejaba de la grúa municipal, si, de esa tontería. Un lector superficial pensaría que era una rabieta por una experiencia personal. En absoluto. Ni lo de la grúa es una tontería. Esa institución municipal es el síntoma de una enfermedad moral.

En relación a aquel escrito, alguien me preguntó “si no se ponen multas, ¿qué alternativa le queda a la Administración para sancionar las infracciones?”.

La Administración no es una entelequia, ni tiene autonomía propia, ni vida autónoma. No es ni buena ni mala, es una herramienta del poder político y como tal refleja la bondad o maldad del poder que la maneja. Un poder como el que dirige hoy España, cargado de corrupción y valores de muerte y abuso, se refleja en la gestión cotidiana con actos corruptos, crueles y represivos. Cualquier acción de la administración tendrá diversas materializaciones, según sea la mente de quien genere esa acción.

Las sanciones económicas en infracciones leves son injustas en su base, pues suponen una mayor pena al pobre que al rico. Si son desmesuradas, como el caso que comentaba, son más injustas todavía. Para un “mileurista” que paga un alquiler mensual de 600 euros y mal mantiene un coche de segunda mano, una sanción de 150 euros por una infracción leve es una dura carga que le pesará durante varios meses. La misma infracción, para una renta de 4.000 euros al mes, es un pellizco en esa economía que no le supondrá mayor quebradero de cabeza. Es decir cometer la misma infracción supone dos penas, una grave para el pobre, otra leve para el rico. Está claro que las infracciones leves deben ser baratas. Por eso son leves. Cuando lo precisen, pueden compensar los costes generados, a precios de mercado.

Las infracciones graves precisan sanciones económicas cuando suponen un daño a terceros a los que en justicia hay que indemnizar. Para eso están los seguros. Pero en general, traducir en dinero la infracción es injusto por los mismos motivos que vimos antes. Indemnizados los daños que se pueden peritar, el castigo debe estar en servicios para la comunidad o en retirada del carnet de conducir. Así como el dinero que entra en las arcas de un ayuntamiento se pierde en subvencionar a amigos y en comprar caro lo barato, sin ningún otro provecho, el trabajo social beneficia al ciudadano y no a los amigos del poder, además de igualar a los infractores, al margen de su riqueza. La retirada del carnet es igual para todos, salvo que alguien pueda disponer de chofer, pero eso no es lo normal.

Esas son las respuestas que doy a mi interlocutor. La moraleja del escrito “Justicia equitativa” que citaba, es doble. Por un lado, que el dinero beneficia al poder, el trabajo a la sociedad. Por otro, que de un gobierno malo no puede esperarse una administración buena.

Este gobernar por el miedo y la coacción indiscriminada y sin más objeto que la recaudación, se refleja también en la política de radares y fotografías de situaciones de presunta infracción. Una fotografía refleja un momento, aislándolo de las circunstancias – agravantes, atenuantes o incluso eximentes – que rodean ese momento. Pongo un ejemplo real del que fui testigo: Un ciudadano para su coche en un carril bus, único espacio viable, para ayudar a bajar del vehículo a un disminuido físico, y lo acompaña a un banco (para sentarse) a dos metros de distancia. Inmediatamente sube a su vehículo y se marcha, imagino que para aparcarlo de forma adecuada. Es esos escasos dos minutos, pasa un vehículo equipado con cámara fotográfica y “retrata” el vehículo parado. La sanción es la misma que si hubiera bajado a la tienda de al lado a comprarse unas bambas y hubiera organizado un atasco. Medite el lector del espíritu que anima a quien redacta esa ordenanza y al alcalde que la firma.

A una administración injusta no le preocupan las consecuencias de sus actos, sino solo el beneficio económico que le reportan. Para esa administración el ciudadano es un mero instrumento, con su voto condicionado y con el rendimiento de su trabajo que le exprime por la imposición directa, la indirecta y, cada día más, por sanciones inicuas que suponen una sangría en las economías domésticas. Para un ayuntamiento como el de Barcelona, los ingresos por la grúa le permiten la liquidez para el pago de la nómina, de ahí que la segunda quincena de cada mes se intensifique la acción de guardias y sucedáneos. Me dirán ¿y el presupuesto? El presupuesto es la olla de la que se alimenta la corrupción municipal y no está para esas tonterías de las nóminas.

El político que no se percate de esto y que sólo parlotee de los “grandes problemas de estado”, es un charlatán al que los árboles no le dejan ver el bosque. O simplemente y en la mayoría de los casos, un embustero.

Policía y violencia

Cuando veo actuar a la policía con violencia contra la ciudadanía, me planteo las motivaciones de las personas que se prestan a ese empleo y lo correcto de su acción.

A raíz de un artículo sobre la huelga de transportes que con mayor o menor intensidad estamos sufriendo estas fechas (“Huelgas y sociedad”, viernes 13 de junio de 2008), una persona próxima me recriminó lo que entendió como un alegato contra la policía a la que, me decía, trataba implícitamente de violenta y agresiva. No es así, o sí lo es, pero con matices.

No cabe duda de que la policía es de una pasta especial, y cuando uno toma esa profesión, con el tiempo se acaba haciendo de esa pasta. Su acción se desarrolla en el fino borde entre la moralidad y la inmoralidad. Esto es así porque lo que la distingue de otras actividades es el uso de la violencia, uso legitimado por delegación de la sociedad a la que sirve.

La cuestión es ya de por sí muy discutible. Puede delegar quien tiene el derecho de la acción que delega pero ¿tenemos los ciudadanos el derecho de ejercer la violencia? Unos creerán que sí, otros que no. Todos tenemos posibilidad de ser violentos con nuestros semejantes, pero para los cristianos ejercer la violencia hacia el prójimo puede ser inmoral incluso en defensa propia. Hoy, sin ser cristianos, muchos dicen estar en contra de la violencia y se niegan, dicen, el derecho a ejercerla. Siendo así, unos y otros, mal pueden delegar aquello a lo que creen no tener derecho.

Pero supongamos que todos estuviéramos de acuerdo en que la violencia puede llegar a ser necesaria y que se justifica cuando el fin es bueno. Es un mal acuerdo, pues justificar los medios por el fin es tremendamente inmoral, pero haremos vista gorda. Quizás aquí podríamos recurrir a la tan socorrida y frecuentemente mal empleada cita bíblica de que hay que dar al césar lo que es del césar…

Bien, ya hemos pisoteado la moral, nos hemos vendado los ojos y amordazado la boca y hemos acordado que podemos delegar el ejercicio de la violencia, para defender los fines justos de la convivencia social y de la seguridad. Y la podemos delegar a unas personas especiales que llamamos policías y que dependen del gobierno previamente elegido democráticamente por nosotros mismos.

Los policías son personas que de forma voluntaria se apuntan a eso de ejercer la violencia “con fines buenos”. Ya vemos que hay que ser una persona especial. Porque esa violencia no la va a ejercer contra el vecino que le perjudica, o el fulano que se mete con su mujer en la calle,… lo que tendría una justificación humana, pobre, pero justificación. No, esa violencia que recibe delegada la va a ejercer contra delincuentes, ¡bien!, y contra ciudadanos a los que no conoce, que no le han hecho nada a él; “dice el sargento que disolváis aquel grupo de manifestantes”. Una orden y para allá vamos. “Vd., disuélvase”. “¡No quiero!”. “¡Catacroc!”, disuelto… Hay que ser de una pasta especial.

Hasta aquí, podemos seguir mirando a otra parte. El policía se cree que aquellos ciudadanos que se manifiestan no lo deben hacer. Alguien le ha dicho que su reivindicación no es legal y aunque no actúen con violencia, se deben disolver. El policía cree que la orden que recibe es legítima, que no es engañado ni actúa para intereses ajenos a los comunitarios. Pero, ¿qué pasa cuando las órdenes vienen de un gobierno que actúa de forma ilegítima? ¿Qué ocurre cuando las órdenes son evidentemente injustas porque provienen de un sistema judicial obviamente corrupto?

¿Qué es un gobierno ilegítimo? ¿el que procede de un golpe de estado? No necesariamente. Cualquier gobierno, de antes o de ahora, es legítimo si gobierna de acuerdo con la ley natural (no puede ser legítimo un poder consensuado que legisle, por ejemplo, a favor de la esclavitud). Hoy, en las democracias, los gobiernos se eligen por sus programas electorales y una vez en el poder se han de ceñir a él. Si se salen de los fines marcados en sus programas, están actuando ilegítimamente. La democracia no es un cheque en blanco. Si un gobierno se encuentra con situaciones inesperadas, las ha de resolver de acuerdo con el espíritu de su programa electoral y si esas situaciones inesperadas son muy importantes, debe consultar a sus electores. Y, desde luego, lo que no es de recibo es que esas situaciones extraordinarias no se las encuentre, sino que las origine aprovechando su situación de poder.

La policía que actúa para un gobierno legítimo, es una policía constitucional que cumple con su labor. La policía que actúa como instrumento de un gobierno ilegítimo, o para los intereses de ese gobierno omitiendo los intereses de la ciudadanía, es una policía mercenaria que no se merece más que el desprecio.

Y aquí hemos llegado a la débil línea que separa la acción buena, de la mala acción policial; la naturaleza del gobierno al que sirve.

La situación actual de España es muy delicada y eso afecta a la acción de la policía y en general a la de las fuerzas armadas. Yo no llamaría “legítimo” al poder establecido ni a sus actuaciones políticas. La justicia es lenta, es decir, inoperante. Muchos hombres y mujeres que viven en España son tratados como indignos por el hecho de ser extranjeros. El crimen se enseñorea de la vida cotidiana y la cultura se aleja de la juventud. La corrupción se extiende cada día más. Se crean leyes para alejar a los hombres de su conciencia… Ese es nuestro gobierno. ¿Qué podemos decir de la policía que sirve a sus órdenes? Que como cuerpo es una policía mercenaria que merece nuestro desprecio. Que como individuos, son unos pobres hombres que por sus circunstancias se ven avocados a tan lastimoso papel.

¿Es ese el triste destino del soldado? Creo que no. Estando convencido de lo que he escrito, no puedo olvidar que hoy, más de dos mil años después de la Resurrección del Maestro, en todo el planeta, cada día, se reza antes de repartir el Pan en la Santa Misa: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Son estas palabras como las que pronunció un centurión, un soldado, un “policía” romano en la Palestina judía, palabras que asombraron a Jesús, que admiraron al mismo Dios; el soldado le pide a Jesús que cure a su criado enfermo. Jesús le dice “…Yo iré, y le curaré” (Mt 8,7). Pero el soldado le dice “…Señor, no soy yo digno de que tú entres en mi casa; pero mándalo con tu palabra, y quedará curado mi criado…” (Mt 8, 8) “…Al oír esto Jesús… dijo a los que le seguían: En verdad os digo que ni aún en medio de Israel he hallado fe tan grande…” (Mt 8 10). Jesús no le recriminó su oficio, y premió su fe “…Vete, y sucédate conforme has creído. Y en aquella misma hora quedó sano el criado…” (Mt 8,13).

Sin duda, discriminar la bondad de esa profesión y decidir lo que es un buen o un mal policía, es algo más sutil de lo que nos parece, entre otras cosas porque pesa en su conciencia una mayor responsabilidad en el hacer, que en una persona con otro oficio. Influye también y condiciona el juicio sobre la policía, nuestra legitimidad a ejercer la violencia en determinadas circunstancias (aunque como principio la he negado de forma absoluta), y por tanto a delegarla. Es este último un aspecto muy importante y sobre él, quizás me atreva a escribir otro día.

Huelgas y sociedad

Esto de las huelgas es un verdadero lío, como lo es todo en esta democracia que tenemos en España. No tengo claro cómo funcionan en otros países europeos. ¿Por qué digo esto? Por lo siguiente.

A pesar de las apariencias, nuestra economía no es libre, sino intervenida por el estado y ese control no es pequeño. Que piense el lector en los precios agrícolas, en los de la pesca, en el del petróleo, en las instituciones bancarias… en fin, no me extenderé en algo evidente.

En notables ámbitos no intervenidos por el estado, existe lo que conocemos como oligopolio de oferta. Es decir, la oferta está en manos de unas pocas empresas… que se suelen poner de acuerdo para fijar los precios. Piense el lector en el mercado de la electricidad, en el de la telefonía… Hay organismos oficiales que deberían evitar esa práctica sobre los precios, pero están permanentemente en Babia, quizás porque sus directivos están hermanados con el poder gubernativo y éste a su vez con los grandes capitalistas de los oligopolios. Dejo al lector cavilar sobre esta situación tan evidente.

Ante semejante situación, buena parte de la economía vive gracias a la picaresca, a los vacíos legales y a la vista gorda del poder gubernativo que mira a otra parte por muchos motivos, todos injustificables. Piense el lector la razón de que los andamios de las obras o los campos estén tan concurridos con inmigrantes sin papeles, cobrando en dinero negro salarios de hambre. ¿No tiene el gobierno suficiente poder como para evitar situaciones tan evidentes?

Y fiscalizando todo este embrollo aparecen los sindicatos, unos sindicatos frente a los que los sindicatos verticales de los años de Franco eran unos entes revolucionarios. Jamás he visto tanta docilidad, servilismo y sumisión como el de los sindicatos de la España de hoy, en los que ocupar un cargo es algo así como conseguir una notaría,… no, mejor que eso, pues el notario ha de trabajar y tiene unas responsabilidades.

En ese panorama económico, de repente, a un grupo de trabajadores, se le hinchan las narices y organiza una huelga, que pone en peligro ¿el qué? No pone en peligro al ciudadano, que sufrirá unas molestias puntuales. Pone en peligro al gobierno, a los grandes empresarios, a los sindicatos, en definitiva, al poder. El peligro del poder es quedar en evidencia. Pero ese poder no puede reprimir la huelga, pues se edifica sobre ese tinglado confuso que llama libertad, aunque es verdad que no especifica de quién. Por lo tanto, debe permitir la huelga.

Si la huelga fracasa, ¡es un triunfo! Son cuatro desgarramantas que se quejan de vicio, pues todo es maravilloso en este paraíso laicista de la libertad. Pero si la huelga triunfa, ¡es un fracaso! Hay que hundir su popularidad y hacerla fracasar.

La huelga del transporte de estos días es de libro. En teoría los huelguistas no tienen razón, pues el mercado es libre y muy competitivo. Que se ajusten a la situación como lo hacemos todos. Pero en la práctica su situación es muy comprometida, pues su beneficio está condicionado al precio del combustible, que no se forma en el mercado, sino en los despachos del gobierno. Y ese precio es fruto de determinantes internacionales y de la obsoleta estructura de las refinerías españolas. También es muy importante la nefasta estructura del sector del transporte en España y la competencia desleal de los grandes capitalistas del sector (precios por debajo del coste, contratación irregular de inmigrantes…), de lo que tiene la culpa el gobierno. Es decir, los huelguistas sí tienen razón. Esto se complica.

Para colmo, la situación es tan evidentemente injusta que se suman pescadores y taxistas. Y la gente, aunque fastidiada, no deja de darse cuenta de que los camioneros también comen y que se encuentran en una situación de paulatino deterioro de sus economías domésticas, proceso del que no pueden salir aunque trabajen y, lo que es más absurdo, cuanto más trabajen más se arruinarán, pues los costes fijos artificiales les comen los salarios.

Esta huelga es peligrosa para el gobierno, pues pone en peligro el sistema al evidenciar sus vicios. Hay que atajarla y toda la prensa se pone en ello, aunque con mano izquierda.

Todos los telediarios, informativos y programas en los que pueda entrar el tema con calzador, se llenan de imágenes de estanterías vacías en grandes áreas, de carteles de “no hay gasolina”, de ciudadanos diciendo que en su “super” se ha agotado la leche… en fin, un drama que ninguno hemos vivido, pero que la tele nos hace vivir. Yo mismo, en esta huelga de transporte, he pasado hambre… bueno, no, pero la tele me ha dicho que sí.

Luego los colapsos. España paralizada por la huelga. “Por un perro que maté, mataperros me llamaron”. Nos tragamos el mismo colapso, telediario tras telediario, cadena tras cadena, día tras día… lo que cunde un colapso. Me han fastidiado bastante, pero no ha sido lo que la TV nos ha querido dar a entender. Ha sido, lo que ha sido.

Mientras, el gobierno deja hacer. ¡Qué bondad la de los policías razonando con los camioneros! Pero, de repente, los camioneros que han alcanzado el éxito sin un mal gesto, se vuelven malos, pero que muy malos… incluso malísimos. Queman a un compañero, incendian camiones… ¿qué ha pasado de repente? ¿Son los huelguistas malos? ¡Claro que sí! Fulanito, el violador y criminal, es tratado como “presunto” durante los diez años que dura su juicio. ¡Pero el camión lo han quemado los piquetes de huelga! ¡No hay duda, no hay presuntos! Y entonces vemos a los policías buenos y pacientes, armados de santa ira, apalizar en medio de la calle a trabajadores cincuentones y sexagenarios. No vemos cómo ha empezado todo, pero sabemos que esos criminales piquetistas, quemadores de camiones, se han enfrentado a la pacífica policía ¡Dadles duro!, animan los televidentes, que ya están a punto de caramelo para aplaudir esa violencia. Los medios, como los bombardeos antes del asalto, han pasado tres días machacando las mentes de la ciudadanía y cuando estas mentes ya están domeñadas, el asalto final de las tropas de choque.

Cuando todo está bajo control, aparece nuestro sumo gobernante, con la risa floja, diciendo que no pasa nada y que todo esto le da risa, aunque sea un asunto muy serio, dice. Y se ríe en directo en una rueda de prensa… y la prensa se ríe con él. He tenido estómago para ver el video, e incluso hacer “replay”. Esta democracia nos curte.

Y ahora, ya con todo bajo control, discutimos si se han de prohibir los piquetes, si se han de prohibir las huelgas, qué malos son los huelguistas…
No entraré en la discusión. Sólo pido al lector que piense; cuando en la cesta de las manzanas le empiezan a aparecer gusanos, qué debe hacer ¿matar a los gusanos?, ¿prohibirles que aparezcan? ¿o sanear el cesto de manzanas?

Publicado en aragonliberal.es, el 13 de junio de 2008.

viernes, 13 de junio de 2008

Montjuich socialista

La izquierda es poder, dinero e ignorancia en sus grados extremos, es decir represión, expolio y destrucción. Quizás suena duro, pero los argumentos son rotundos. La liquidación del Museo del Castillo de Montjuich es otro hito en esa historia.

La izquierda es un engaño de feria que se sostiene con la propaganda, paradójicamente promovida por el capitalismo. Marx, desde su fracturada y patética personalidad (fue un vividor en el seno de una familia profundamente religiosa), organizó ideológicamente el pensamiento de intelectuales de baratillo y personalidades menguadas que vieron en el rasero de la mediocridad el seguro de su supervivencia. Bajo esta perspectiva puede entenderse la ejecutoria política de la izquierda.

Hoy voy a tratar de esa cultura de izquierda, inspirado en la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de liquidar el Museo Militar de Montjuich. Si se preguntan por qué no lo hizo antes, liquidar el Museo, la respuesta está en que el Ayuntamiento no era su titular hasta fecha reciente y desde que ha tenido la titularidad, ha estado tanteando como una zorra cobarde hasta ver que semejante medida iba a quedar impune. Adquirida esa confianza, las autoridades municipales visten el expolio como una fiesta popular, implicando a un grupo de adocenados prosélitos y a personas de buena fe – “el pueblo” – que compran con unos petardos, una fideuá y un “concierto”. Y liquidan otro museo.

Las que fueron las últimas grandes proezas culturales de la izquierda en España son bien conocidas, aunque los represores las quieran ocultar. Los prolegómenos de la guerra civil y los tres años de guerra fueron el escenario de la destrucción de un increíble patrimonio artístico y cultural, y cuando el fuego no podía con las obras de arte, bibliotecas o archivos, aplicaban la dinamita para demoler la piedra, como ocurrió en la cripta de la Catedral de Oviedo o en la Basílica de la Virgen del Pilar.

Como en esto que de forma tan generosa llamamos democracia el fuego y la dinamita no son prudentes para la nueva imagen de la izquierda pacifista, han pasado al expolio de guante blanco. De forma sorda, se van llevando por delante esculturas, elementos artísticos o arquitectónicos y cualquier cosa bella que fuera “franquista”. La cuestión es destrozar. Hay una página “web” catalana de esta izquierda iconoclasta, que alienta a la destrucción de monumentos “franquistas”. Los responsables piden a los criminales que cuelguen las fotografías de los elementos antes y después del destrozo. A través de la página, que tiene un tufo institucional nacionalista que tumba, se anima y da información para que cobardes anónimos se carguen estatuas, monumentos, placas de calles, lápidas de cementerios… que tengan cualquier connotación “franquista” o se le parezca, que para esa chusma da lo mismo Juana que su hermana. Todas las fotos que he visto son de elementos situados en lugares solitarios, que son a los que se atreven a acceder esos valientes socialistas que nos van a arreglar en mundo.

También con guante blanco, los socialistas de “la capital” se han cargado parte del archivo de Salamanca, y no han hecho más que empezar con él. Y en la Biblioteca Nacional, fue entrar una “sociata” y desaparecer incunables que en el mejor de los casos han reaparecido en manos de redes internacionales de traficantes de arte. Y los socialistas antes se habían cargado el museo del Instituto Geológico y Minero, el más importante museo geológico de España y de notable importancia internacional y antes…

Pero volvamos al Museo Militar del Castillo de Montjuich… aunque, ¡diantre!, no puedo olvidar el museo que le precedió en este proceso de expolio cultural y que quizás nos sirva de modelo para ver lo que va a pasar con el de Montjuich.

Hace unos años y jubilado su director, Martínez Hidalgo, un erudito de reconocido nombre internacional en historia marítima, los socialistas se hicieron con el Museo Marítimo de Barcelona (nacido como Museo Marítimo de Cataluña). La primera medida al tomar el poder fue marginar a los conservadores, chusma tecnócrata que sólo sabe de su especialidad, y ocupar los cargos directivos con maestros frustrados y “ejecutivos” sin currículo, que se pusieron a divagar sobre el sexo de los ángeles, eso sí, bien cebados con sueldos de como si supieran hacer algo. Las colecciones de maquetas de barcos y otros elementos, como escudos, mascarones, cuadros… se “inventariaron” y “guardaron” y de muchos de ellos nunca más se supo, sustituyendo sus emplazamientos con exposiciones de cositas para escuelas, transformando un museo de investigación a nivel internacional, en un aula de colegio de pueblo rico.

Acto seguido, un día apareció chamuscada la réplica de la embarcación Santa María, de visita anexa al Museo, embarcación con la que Colón llegó a América. El atentado lo reivindicaron las juventudes nacionalistas, ¡menudas! y aunque los desperfectos fueron mínimos, la réplica se hundió. Para sustituirla, se adquirió un barco viejo de madera construido en Alicante y se restauró invirtiendo ochocientos millones de pesetas, sí ha leído bien, casi cinco millones de euros. Con ese dinero se habrían podido construir once barcos iguales nuevos. Y todos contentos. Ya no quedaban rastros franquistas en el Museo y una serie de comisionistas se habían hecho más ricos.

Ahora viene Montjuich. Dice el alcalde que se hará inventario de sus piezas y se almacenarán. Lo dice sin mucho entusiasmo. No soy adivino e imagino un escenario irreal; algunas piezas llegarán a los almacenes, otras no, pero en cualquier caso no sabremos nada. Dentro de un tiempo, una parte de la colección de soldaditos de plomo – una colección única formada por 20.000 obritas de arte - aparecerá en un anticuario de Nueva York, unas espadas en Tokio y algún cuadro de Cusachs en casa de un protagonista de la “liberación” del Castillo. Volviendo a la realidad, el Castillo será transformado en un centro de la paz que tendrá en común con todas las demás expresiones culturales de la izquierda, el que no habrá contenido claro y sí muchos sueldos millonarios en personajillos directivos, asistidos por mileuristas, unos jóvenes y “jóvenas” guapitos y, otros, trabajadores de las bolsas de trabajo municipales.

Esa es la izquierda, la anticultura. Ya su fundador Marx, basó su plomizo libro que se considera la base de la ciencia comunista, en un refrito de autores anteriores. He leído frases textuales de Ricardo en la obra de Marx, en un alarde de desvergüenza y falta de respeto a los derechos de autor que tanto proclaman los socialistas. En base a sus teorías, Marx montó un tinglado sobre el futuro social y económico de Europa en el que no dio pie con bola. Y desde entonces, todo ha ido de mal en peor. La izquierda en el mundo está jalonada de sangre y fuego y la cultura, siempre, ha sido su víctima.

Publicado en aragonliberal.com el viernes, 13 de junio de 2008.

Más cine y... ¿literatura?

Esta semana pasada la he bordado. Lo digo con ironía. Para salir un poco de lo habitual me aventuré en una novelita policíaca, según su prólogo un clásico, y con un par de películas de evasión; la una, poco conocida entre el gran público y la otra, “un peliculón” según la crítica. ¡Menudo fiasco! Doy mi opinión sobre todo ello, por si puede ayudar al lector a no perder el tiempo.

Empecemos por la novela. Se trata de “El misterioso caso Benson”, de S. S. Van Dine (pseudónimo de W. Huntington Wrigt) , escrita en 1926. La edición es de “Edicomunicación S.A.”, 1995. El protagonista, Philo Vance, es un detective aficionado, que utilizando un método personal de deducción de carácter psicológico, desborda y ridiculiza a la policía con la que colabora, empeñada en utilizar la investigación clásica en base a pruebas y coartadas.

El planteamiento puede parecer interesante, pero el resultado no lo es. Philo Vance es un triste remedo de Sherlock Holmes (personaje creado 39 años antes por sir Arthur Conan Doyle). Su pretendido método psicológico es una burda mezcla de las ya entonces obsoletas teorías de la frenología y de una pseudo psicología de tópicos inconsistentes. Así como Holmes resulta creíble, Vance suena a hueco y rancio. Además, Vance es un millonario rentista, holgazán y creído, al parecer perfil atractivo para el público norteamericano de la época. No recomiendo su lectura ni en caso de aburrimiento extremo.

Por lo que se refiere a las películas, me referiré primero a “El paciente inglés” (“The English Patient”), de 1996. Había oído hablar bien de ella, pero sin argumentos. Parece que sus nueve premios Oscar condicionan la opinión, pues ¿qué se va a decir de semejante obra de arte reconocida?

“El paciente inglés”, una película técnicamente muy lograda, consigue reclutar y justificar, en 155 minutos, un buen muestrario de los vicios – que presenta como valores - de la sociedad moderna; adulterio, infidelidad al amigo, abuso de confianza, traición a la nación, justificación de los medios por el fin, venganza, traición,… y eutanasia, un valor en alza en el decadente occidente materialista. Semejante cubo de basura, con una trama interesante y una buena y exótica ambientación aderezada con los premios mediáticos, consiguió deslumbrar a unos espectadores que al preguntarles no pasaban del “es muy buena”, sin más.

Conocí a un grafista de cierto éxito, que trabajaba para el entonces partido comunista y su sindicato. Una vez le comenté un diseño suyo que me parecía estrafalario; ¿por qué lo haces tan llamativo? El veterano profesional me dijo; “José, a esos monos hay que darles lo que les gusta, brillo y color”. Eso es lo que me pareció “El paciente inglés”, un cromo de brillo y color disfrazando un mensaje deleznable.

Y vamos a acabar con buen sabor de boca. La película “Las vacaciones de M. Hulot” (“Les vacances de M. Hulot”), es una comedia de 1953 de producción francesa, reestrenada en España en 2003. Está dirigida y producida por Jacques Tati, un actor cómico de ascendencia rusa. En la carátula reza la siguiente sinopsis: “En un complejo termal (de la costa atlántica francesa, añado), los veraneantes se instalan con sus costumbres urbanas. Hasta que llega Monsieur Hulot (Jacques Tati) al volante de su viejo cacharro y rompe la calma del lugar”.

Monsieur Hulot es un personaje elegante, atractivo – o mejor, de aspecto grato -, muy educado, sensible, inocente y algo torpe. La historia es aparentemente sencilla, pero contiene una fuerte dosis de aguda crítica social, que no resulta nada ácida. Cuando empecé a verla, sin más referencias, el hecho de que está rodada en blanco y negro con una textura peculiar y que los diálogos se hacen esperar, creí que se trataba de una película muda y me acomodé para ese cometido. No era muda, pero tenía el estilo de las más entrañables películas de esa época, en las que los directores no pretendían hacer su carrera a base de sexo y violencia, sino de ingenio.

El moderno, feo y raro Mr. Bean se inspira en M. Hulot, pero no tiene nada que ver con él. Mr. Bean irrita con su egoísmo y sus excesos y hace reír. M. Hulot hace reír con su hacer en situaciones verosímiles y sin recurrir a la astracanada o al exceso y, desde luego, sin pasar por encima del prójimo. Y además, sin venir a cuento, nos ofrece algunos detalles tiernos que nos dejan la risa floja. Esta película me salvó la semana.

Publicado en aragonliberal.es el jueves, 12 de junio de 2008.

jueves, 12 de junio de 2008

No bastan las consignas

Hace un par de días, saliendo de una ceremonia religiosa a la que fue invitado, me presentaron a una señora que era pariente de una amiga, en fin, una de esas cosas protocolarias. Luego me dijeron que esa señora era militante de un grupo católico muy ortodoxo, lo que es anecdótico si no fuera porque esa circunstancia es la que motiva mi reflexión.

Cruzamos cuatro palabras y no recuerdo a causa de qué observación de una tercera persona relativa a su edad, mi interlocutora por coquetería (a pesar de la edad septuagenaria tenía un aspecto excelente) comentó lo mucho que se vivía antes y citó la edad de Matusalén. De Matusalén, hijo de Enoc (Gén 5, 21), nos dice la Biblia que “…fueron todos los días de Matusalén novecientos sesenta y nueve años, y murió” (Gén 5, 27).

Le hice observar, con la mayor inocencia y mostrando mi absoluto desconocimiento del sexo femenino, que la esperanza de vida de hoy es mayor que la de la antigüedad y que las edades que atribuye el Génesis a algunos de sus protagonistas es un dato a tomar como expresión literaria sin pretensiones de exactitud.

Y aquí empezó mi desconcierto. Mi simpática interlocutora se escandalizó porque yo había dicho que “toda la Biblia era un cuento”. Yo insistía; “No, señora, sólo digo que el Génesis utiliza unas edades exageradas para sus protagonistas”… “¡toda la Biblia un cuento!”, insistía la buena mujer haciendo oídos sordos a mis razones, asustada del hereje, el que suscribe.

Hasta aquí la anécdota. Ahora la reflexión. ¿Cómo podía una persona de clase media alta, integrante de un grupo católico activo, actuar de esa forma? Por un lado, mostrando absoluta intransigencia hacia una observación tan inocua. Por otro lado, no teniendo más argumento, que poner en mi boca un disparate. ¿Qué imagen dará de los católicos cuando con la misma insolvencia y malicia discuta con terceros sobre el aborto, el preservativo o la clonación? ¿Sabrá lo que es la clonación?

Cuando un católico no tiene argumentos para defender lo que dice, es mejor que se calle. Pero como es obligación de los católicos no ocultar su fe y mantenerla, también lo es formarse en ella y más hoy, cuando tanta mentira maquillada o verdades a medias difunden los medios para desconcertar a las personas de buena fe. A este respecto, en marzo de 1979, el Santo Padre Juan Pablo II se dirigía a un grupo de jóvenes animándoles con las palabras del Apóstol Pedro: “Sed firmes en la fe”, y añadía “...Sedlo ante todo mediante el conocimiento profundo y gradual del contenido de la doctrina cristiana. No basta ser cristianos por el bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y de certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no se llega a ser personalmente conscientes y no se tiene una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de tal fe, en cualquier momento puede hundirse fatalmente y ser echado fuera, a pesar de la buena voluntad de padres y educadores.…”.

Volviendo a la observación sobre edades que motivó estas líneas y para no dejar duda al lector sobre mi postura al respecto, diré que soy extremadamente cuidadoso con mis lecturas y que dio la casualidad de que el día anterior a la discusión estaba releyendo el libro del Génesis, primero del Antiguo Testamento, en la nada dudosa versión de Nacar y Colunga, editada por la B.A.C. La versión que leía tiene notas y una de ellas, la número 5, dice al respecto de lo que nos ocupa: “Esta lista genealógica de los patriarcas antediluvianos es artificial e incompleta. Las edades son inverosímiles, y su longevidad responde a la necesidad de llenar el vacío histórico de varios miles de años con unos cuantos personajes que flotaban en la tradición sin contornos geográficos ni cronológicos. Son piedras miliarias que señalan la dirección, no la distancia (San Agustín)”.

Publicado en aragonliberal.es, el 10 de junio de 2008.

martes, 10 de junio de 2008

La buena educación

Quería titular este escrito “Seamos maleducados”, pero pensé que en un periódico digital de buen tono como es éste, quizás escandalizaría a los lectores. Por eso me he reprimido.

Después de esta presentación, creo que poco detalle ha sido el de un título tan comedido. Pero antes de juzgar, déjenme que cuente un episodio que me hizo volverme maleducado. Lo he relatado en otros lugares, pero como ha sido un hito en mi formación moral, no me importa repetirme por si puedo convencer a mis prójimos que ellos también sean maleducados.

El marco es un viaje por la España remota estudiando aspectos de su naturaleza. De posada en posada, recorría los parajes con un compañero que recientemente había vuelto de Colombia donde durante un tiempo había estado recorriendo en piragua, solo, poblados perdidos en la selva, como misionero seglar católico.

La primera noche empezamos la cena tan generosa como humilde, en un sencillo hospedaje de no recuerdo qué pueblo. Al acabar la ensalada, mi compañero rebañó con pan la fuente en que nos la habían servido. Lo hizo con tanta efusión que en broma, la confianza lo permitía, le dije: “Chico, es de mala educación rebañar de esa forma”. Sin inmutarse ni mirarme, enfrascado en su empeño, me contestó: “Si vieras el hambre que hay en el mundo, harías lo mismo”. Algo atravesó mi alma. No me hice de rogar, cogí pan y me puse concienzudo a no dejar rastro de comida en el plato. Y mientras, decidí que en lo sucesivo, sería maleducado.

Las normas de educación no siempre son adecuadas. Es correcto mirar al fondo del vaso mientras se bebe. En la antigüedad, en que los vasos eran de barro o metal, beber con la mirada escrutante era signo de desconfianza hacia el compañero de mesa, pues le mostrábamos que estábamos atentos a cualquier maldad que nos quisiera hacer mientras teníamos la mirada cegada por el vaso. Por el contrario, tener la vista fija en el fondo del vaso era signo de confianza. Algo similar está en darse la mano derecha en el saludo, expresión de que la mano que usaba el arma estaba desarmada y en el apretón, ocupada para no empuñar la espada o el puñal. Sin duda era un signo de confianza del uno en el otro… salvo que uno fuera zurdo.

Seguir estas normas que hoy son de educación, no es bueno ni malo, más bien tonto. Los vasos son hoy de cristal y es muy difícil, salvo que uno beba en ambientes hampones, que le endiñen una coz aprovechando la distracción durante la bebida. Darse la mano es antihigiénico. Los orientales, más listos, se saludan con una inclinación de cabeza. Tocarse es una familiaridad excesiva en la mayoría de los casos y, casi siempre, cínica. Omito el calificativo para los “muás” hoy de moda, para no ofender al lector que se preste a esa práctica… de acuerdo, yo también, ¡pero forzado por las circunstancias!

Otras normas de educación son claramente nefastas y deben erradicarse. Ya he comentado la de rebañar el plato, que va acompañada de dejarse algo de comida, originada en la expresión de mostrar que no se tiene hambre, que se va sobrado. De acuerdo que se debe rebañar de forma cuidada, pero se debe hacer y, desde luego, no se ha de dejar nada de comida en el plato. Un cristiano no debe permitir que se tire comida. Lo mismo al referirnos a la bebida. Una familia que había acogido a una muchachita saharaui me comentaba que el primer día, al acabar la comida, la chiquita se levantó de la mesa y con cuidado fue vertiendo las sobras de agua de cada vaso en la botella, para usarla en la próxima comida. La economía es una buena razón para esta última actitud, sin duda exagerada en nuestro ambiente, pero la razón definitiva e inexcusable es la solidaridad con nuestros hermanos que pasan estrecheces.

Otras normas de educación son encomiables, pero deben adoptarse sabiendo por qué se hacen, no sólo “porque son de buena educación”, que es no ser nada. Cuando vamos por la calle, si la acera es estrecha, debemos dejar el interior a la persona que nos acompaña si ésta es más frágil que nosotros (una persona mayor, alguien con algún impedimento, un niño…). Cuando el urbanismo no estaba tan desarrollado y los carros se conducían con menor precisión, el margen de las calles era el lugar más seguro. Hoy también, aunque en general es menos necesario. Esa actitud muestra nuestra consideración para con el prójimo, prefiriendo arriesgar nuestra integridad a la suya. Es una expresión de amor, de caridad. Es una buena norma. Como lo es dejar pasar en lugares estrechos al que nos viene por el otro lado y con quien coincidimos, o ceder la tanda cuando topamos con otra persona en el mismo objetivo. Son muestras de respeto y amor hacia el prójimo. No es educación, es caridad.

Cada uno encontrará sus ejemplos. Me ratifico en la expresión con la que iniciaba este escrito, “seamos maleducados” y sustituyámosla por “seamos caritativos”. Las normas de educación son un mal remedo de la caridad que nos enseñó nuestro Señor. Están bien para el pagano o para el agnóstico, que no tienen otra forma de regular su convivencia, pero son superfluas e incluso en algunos casos negativas para el cristiano, que se debe regir por la norma perfecta de la caridad.

Sugiero al lector que profundice en nuestros queridos san Pascual Bailón, san Pío de Pietrelcina, santa Teresa de Jesús, beato Rafael, por citar a personas que me son entrañables. ¿Pensamos en ellos como personas bien educadas? ¡ca, menuda banalidad! Si leemos con cuidado sus vidas, veremos que incluso eran “maleducados”. ¡Benditos maleducados!

Escrito para aragonliberal.es, el 7 de junio de 2008.

Cine: "Natividad"

Hace unos días hablábamos de cine (“Spielberg, las calaveras y el New Age”, 31.05.2008). Vamos a volver a hacerlo.

En uno de los comentarios al artículo de referencia, cité la película “Natividad” (“The Nativity story”), que fui a ver en su estreno pues nada había en la cartelera que me atrajese, salvo “El gran silencio”, del que hablaremos otro día. La película, de nacionalidad estadounidense, está dirigida por Catherine Hardwicke y sus actores principales son Keisha Castle-Hughes (María) y Oscar Isaac (José). El guión de Mike Rich. Se estrenó en España en diciembre de 2006.

“Natividad” fue muy polémica desde el principio, pues a pesar de ser presentada en el Vaticano en un acto muy concurrido (siete mil personas) y luego presentada en España bajo el auspicio de Departamento de Cine de la Conferencia Episcopal, adolece sin duda de una serie de fallos y carencias que si bien pasarían inadvertidos o ignorados en otra temática, el asunto que trata es suficientemente trascendente como para que en este caso no fuera así. Sin embargo me ceñiré a mi modesta opinión sobre la película, en la que incluso sus carencias y errores me parecen aprovechables para realizar una catequesis con nuestros hijos o amigos.

“Natividad” narra – como sugiere el título - la historia de los años anteriores y posteriores al nacimiento del Redentor. La película está bien ambientada y en momentos resulta entrañable. Toda ella está salpicada de imágenes que nos ayudan a revivir en nuestra mente aquellos años en tierras al límite del Imperio Romano.

En general y salvando matices, es una película que se puede ver como sano entretenimiento, pero sin pretender que sea un catecismo católico. Mal podría serlo cuando, a pesar de que el guionista fue asesorado por especialistas católicos, la directora es presbiteriana, he leído que muy próxima al catolicismo, pero protestante en definitiva y por lo tanto con una sensibilidad de los temas marianos opuesta a la de los católicos. Con todo, creo que es un gran mérito para su fe haber abordado este reto, reto que quizás le ayude a definirse.

Algunos detalles de la película me llamaron la atención por desentonar, pero creo que no deben condicionar su visualización. Sólo hay un error de bulto que superé pensando en la buena fe de la directora; en la escena del nacimiento de Jesús, María sufre dolores de parto.

Es dogma de fe de la Iglesia católica que María fue virgen antes, durante y después del parto (III concilio de Cartago. 397; concilio de Calcedonia. 451; concilio de Constantinopla II. 553; concilio de Letrán. 649; concilio de Constantinopla III. 681; concilio de Toledo. 675; concilio Lateranense III. 1179; concilio Lateraniense IV. 1215; concilio de Lyon II. 1274; concilio de Trento. Constitución "Cum quorumdam". 1555; concilio Vaticano II. Constitución dogmática “Lumen gentium”. 1962;…). Los dolores que la Virgen María sufre en el parto según la película, no implican negar el dogma de la virginidad, pero sí dan pie a hacerlo menos creíble.

También es dogma de fe que María nació sin pecado original (concilio de Trento, 1555; Pío IX. Epístola apostólica “Ineffabilis Deus”. 1854; Pío XII. Constitución apostólica “Ad Coeli Reginam”. 1954;...), por el que las mujeres paren con dolor. Por tanto, la Virgen parió sin dolor. Para los católicos, la escena de la Virgen gritando de dolor durante el parto, o su postración después de él, es una desafortunada licencia artística, o una herejía. Yo me quedé creyendo en lo primero.
La película, salvando sus deficiencias, me gustó. Está el mercado cinematográfico tan escaso, que se recibe como agua de mayo todo lo que tiene un poco de “chicha” para morder. En cualquier caso, es una buena película para reunirse con los amigos y los hijos, verla y luego discutir sobre los errores doctrinales que se puedan observar. O para hacerlo con los lectores de un periódico digital.

Publicado en aragonliberal.es en junio de 2008

lunes, 9 de junio de 2008

Los privilegios de los católicos

¿La Iglesia católica tiene “privilegios” en España?, ¿hay que negarlo?, ¿ha de tenerlos?

He escuchado esta mañana, en una emisora de radio gubernativa nacionalista, a unos contertulios hablando de la Iglesia en España. ¡Qué moderación!, ¡qué hablar más meloso!, ¡qué argumentos tan comprensibles!... me han sugerido tanto, que por un momento he quedado “encantado” como Mowgli (¿recuerdan?, el niño del “Libro de la Selva”), cuando la serpiente se va enrollando en su cuerpo para estrangularlo, al tiempo que le canta melosa; “Confía en mí… sólo en mí…”. Pero entonces llega el buen tigre Serekan y le desbarata el festín a la serpiente vil y traidora.

Los sibilinos contertulios argumentaban: “La Iglesia católica tiene muchos derechos en España, pero ahora hay nuevas religiones. ¿No es justo que todas tengan los mismos derechos?”… “Claro”…”claro”, decían los otros contertulios haciendo gala de un enternecedor sentido de la igualdad. En fin, me he quedado encantado de esos hombrecillos y muy disgustado con la “malosa” Iglesia católica que acapara derechos.

Sí, he quedado encantado. Pero entonces ha venido mi buen tigre, que se llama “sentido común”, y ha replicado el argumento de los contertulios: ¿No lleva el partido socialista muchos años en el poder, acaparando todos los cargos de responsabilidad? Hay muchos más partidos, ¿no es justo que se repartan esos cargos, privilegios, entre todos?

¡No es lo mismo!, me dirán, naturalmente, los referidos contertulios. Los privilegios, los cargos, se reparten en función del número de votantes y el socialista es el partido más votado. ¡Pues entonces sí es lo mismo! La Iglesia católica, que es la más representada en España de todas las religiones declaradas - incluso a pesar de la dura campaña en contra por parte del poder – es por el mismo razonamiento la que debe tener más “cargos” o privilegios”.

Hace dos mil años llegó el cristianismo a España. Culturizó generación tras generación, hasta hoy. Creó arte, cultura y evitó que se perdieran los conocimientos de la antigüedad. Fruto de la admiración y amor popular, ganados a pulso por su bien hacer, reunió tierras y bienes que dedicó a hospitales, refugios, monasterios, templos... Contó siempre con el apoyo popular.

Dos mil años después de llegar a España y de hacer el bien – y cometer errores como organización integrada por hombres que es - la Iglesia fue expoliada de sus bienes (desamortizaciones de los ss. XIX y XX) y diezmada por la criminal represión socialista (guerra civil de 1936-1939). A pesar de todo esto y como prometió su Fundador, la Iglesia no fue destruida y revivió alentada por el calor popular, llenando de nuevo a un pueblo que no la había olvidado, a pesar de sus gobernantes.

Con todo esto llegamos al día de hoy. A la tenebrosa sombra de unos gobiernos socialistas, se instalan en pocos años en España religiones y sectas de escasa representación y cultura alternativa… y los socialistas y sus voceros, a gritos y palos o con vaselina envenenada, nos quieren hacer creer que “todas las religiones deben tener los mismos derechos”; los mismos derechos las “nuevas” religiones minoritarias que la milenaria Iglesia católica que ha forjado nuestra magnífica historia. Acostumbrados al pelotazo, los socialistas creen que todo funciona igual; llegar, avasallar, robar y ¡negocio!

Todas las religiones deben tener su espacio en España y sus respectivos fieles deben tener derecho a desarrollar su espiritualidad. No cabe plantearse dudas al respecto. Pero una religión es más que una anotación en un registro y un gobierno decente debería saberlo, tenerlo en cuenta y reconocer de buen grado los derechos adquiridos por la noble vía del mérito y de la justicia. Y un gobierno laico, decente, debería también tener en cuenta el factor “reciprocidad”, que afecta a religiones que se quieren instalar en España pero que son intransigentes y genocidas con otras religiones, incluida la cristiana, en los países que gobiernan.

Todo eso tendría en cuenta un gobierno laico o no, que fuera decente. Lamentablemente, ese no es el caso de nuestra sufrida Nación.

Publicado en aragonliberal.es el 3 de junio de 2008.

sábado, 7 de junio de 2008

Fe y política

Últimamente me he sorprendido escribiendo demasiado sobre política. Sin duda me había dejado llevar. Ya me he corregido.

Me alertó de esta situación una voz interior. Algo estaba cambiando dentro y era un cambio para mal. He observado que esto le ocurre a más de una persona con la que me relaciono. Me explico.

Procuro no ser persona apocada, porque la tibieza es un mal que hay que evitar (“…ni eres frío ni caliente; ¡ojalá fueras frío o caliente!…” Ap 3, 15). Como refería en otra ocasión (“El concepto de la vida humana y II. Vida desde el principio”, 01.05.2008), tengo también muy claro lo que es un montón de granos de arena. Pero a veces los acontecimientos nos pueden alejar, sin percatarnos, de nuestro verdadero objetivo. La política y sus miserias pueden ser uno de esos motivos de distracción.

El enfrentamiento al crimen legal de personas no nacidas, el escándalo a los niños en su etapa escolar por parte de los poderes públicos, el abuso de los más débiles, la corrupción de los poderosos que descompone la sociedad,… nos pueden llevar a despertar nuestro desprecio e incluso nuestro odio hacia los responsables de esos desafueros, relegando la caridad a un espacio cada vez más reducido de nuestra alma. La mala política actúa como veneno para nuestra fe.

Los pastores de la Iglesia animan a participar en la vida social y política. Eso es bueno y necesario porque los católicos deben intentar imprimir en la sociedad el modo de vida cristiano, que es el único que la puede orientar para bien de todos. Pero los medios a utilizar no deben oscurecer el fin, que es alcanzar el cielo siguiendo las enseñanzas de Jesús, enseñanzas que se resumen en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, sin excepciones, como a uno mismo.

Es humanamente difícil conseguir el equilibrio entre la lucha enconada contra los escándalos de los poderosos y al tiempo amar a esos poderosos como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios. Y también es muy difícil no juzgarlos, asumiendo un papel que no nos corresponde y que nos está expresamente vetado por nuestro Señor.

No sé cómo concluir esta tesitura, pues es parte de mi debate interior. Creo que hay que vivir la lucha social y política sin menoscabar nuestra fe. Un católico puede encontrar la inspiración y las fuerzas necesarias en la oración, en los Sacramentos y en la relación con personas formadas con las que compartir inquietudes y dudas, pues la formación en la doctrina es algo que echo mucho en falta en los católicos de a pie. Sea como fuere, nuestra obligada militancia en la vida cotidiana no puede alejarnos de la verdad con la que el Sumo Pontífice Benedicto XVI iniciaba su carta encíclica “Deus caritas est”: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).

"Jesús de Nazaret"

El cristianismo es una religión universal y como tal, es algo que debemos conocer si queremos vivir en el mundo, seamos o no creyentes. “Jesús de Nazaret” es una obra que acerca a Jesús a través de su doctrina. No es un libro fácil, pero es un libro asombroso.

Hace tiempo que quería comentar un libro que cito a menudo. Se trata de “Jesús de Nazaret”, de Joseph Ratzinger. Cuando se editó, fue enseguida el título más vendido, lo que no es de sorprender por el tema y por el autor.

No voy a entrar en profundidades, pues ni soy especialista en cristología ni un “chicharelo” que crea que puede discutir a la probablemente mente más lúcida que tenemos hoy en teología. Pero sí me atrevo a opinar, sobre todo animado después de escuchar comentarios del libro por boca de reconocidos sesudos que, en más de una ocasión, me ha dado la impresión de que no se lo habían leído. Paso pues a dar mi opinión.

Primero unos datos de base. A pesar de que Joseph Ratzinger es nuestro Benedicto XVI, no escribe “Jesús de Nazaret” como tal. A este respecto nos dice; “….este libro no es en modo alguno un acto magisterial… Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible”. La obra en español (septiembre de 2007) tardó demasiado en editarse; sé de personas que lo compraron en francés o italiano para no tener que esperar. Así lo hubiera hecho, pero temí no captar detalles leyendo en una lengua que no fuera la materna. Hice bien en esperar. Y por último, es la primera entrega de lo que deberán ser dos volúmenes.

“Jesús de Nazaret” no narra la vida del Maestro. O mejor dicho, no la narra como uno espera. He leído biografías de personajes históricos y biografías de Jesús y todas siguen las normas del género. Sin embargo esta “biografía” se ocupa en desmenuzar las enseñanzas de Jesús e intentar llegar a Él a través de su Palabra. No es un libro para “leer”, es un libro para meditar.

No es un libro sólo para católicos, sino un documento para quienes – creyentes o no - deseen adentrarse en el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Recomiendo a quienes tengan reticencias contra el cristianismo o contra la Iglesia católica, que dediquen algo de su tiempo a la calmada lectura de esta obra. Es la obra de un hombre inteligente, anciano y bueno. Creo que Ratzinger escribe con la libertad de un niño y con el cerebro de un sabio. Y, probablemente para muchos y aunque el propio Ratzinger lo obvie, con la inspiración de un hombre de Dios.

Más de un católico se sentirá desconcertado por algunas opiniones de Ratzinger sobre la propia Iglesia. Así me pasó a mí. Pero cuando se releen sin prejuicios los conceptos que en una primera lectura se rechazan, se encuentra un trasfondo que no cabe más que aceptar. La obra rezuma autoridad. Además, Ratzinger no es ciego al acoso y a las críticas a la Iglesia que vemos cada día y verdaderamente resulta desconcertante que cuestiones que católicos niegan o quieren pasar por alto, Ratzinger las presente con todas las palabras, para luego abordarlas y contestarlas sin aplicar paños calientes. Asuntos como ¿se salvarán los que no conocen a Cristo?, ¿es compatible la riqueza con el cristianismo?, ¿es compatible la risa con el católico? (tienen fama los católicos – sobre todo los mediterráneos – de ser personas tristes), ¿qué relación puede haber entre fe y poder político?... están contemplados y contestados, asumiendo errores y destacando grandezas.

“Jesús de Nazaret” explica la doctrina cristiana. Uno podrá creer o no que Jesús era Dios, pero sin conocerlo estará siempre en la duda. Jesús no fue un hombre normal y no se puede descartar intelectualmente su divinidad sin conocerle y que mejor para conocerle que llegar a él a través de un erudito como Ratzinger. Luego el Espíritu actuará o no sobre el lector, pero en cualquier caso no habrá perdido el tiempo adentrándose en el más entrañable y atemporal mensaje que ha recibido la humanidad.