viernes, 13 de junio de 2008

Más cine y... ¿literatura?

Esta semana pasada la he bordado. Lo digo con ironía. Para salir un poco de lo habitual me aventuré en una novelita policíaca, según su prólogo un clásico, y con un par de películas de evasión; la una, poco conocida entre el gran público y la otra, “un peliculón” según la crítica. ¡Menudo fiasco! Doy mi opinión sobre todo ello, por si puede ayudar al lector a no perder el tiempo.

Empecemos por la novela. Se trata de “El misterioso caso Benson”, de S. S. Van Dine (pseudónimo de W. Huntington Wrigt) , escrita en 1926. La edición es de “Edicomunicación S.A.”, 1995. El protagonista, Philo Vance, es un detective aficionado, que utilizando un método personal de deducción de carácter psicológico, desborda y ridiculiza a la policía con la que colabora, empeñada en utilizar la investigación clásica en base a pruebas y coartadas.

El planteamiento puede parecer interesante, pero el resultado no lo es. Philo Vance es un triste remedo de Sherlock Holmes (personaje creado 39 años antes por sir Arthur Conan Doyle). Su pretendido método psicológico es una burda mezcla de las ya entonces obsoletas teorías de la frenología y de una pseudo psicología de tópicos inconsistentes. Así como Holmes resulta creíble, Vance suena a hueco y rancio. Además, Vance es un millonario rentista, holgazán y creído, al parecer perfil atractivo para el público norteamericano de la época. No recomiendo su lectura ni en caso de aburrimiento extremo.

Por lo que se refiere a las películas, me referiré primero a “El paciente inglés” (“The English Patient”), de 1996. Había oído hablar bien de ella, pero sin argumentos. Parece que sus nueve premios Oscar condicionan la opinión, pues ¿qué se va a decir de semejante obra de arte reconocida?

“El paciente inglés”, una película técnicamente muy lograda, consigue reclutar y justificar, en 155 minutos, un buen muestrario de los vicios – que presenta como valores - de la sociedad moderna; adulterio, infidelidad al amigo, abuso de confianza, traición a la nación, justificación de los medios por el fin, venganza, traición,… y eutanasia, un valor en alza en el decadente occidente materialista. Semejante cubo de basura, con una trama interesante y una buena y exótica ambientación aderezada con los premios mediáticos, consiguió deslumbrar a unos espectadores que al preguntarles no pasaban del “es muy buena”, sin más.

Conocí a un grafista de cierto éxito, que trabajaba para el entonces partido comunista y su sindicato. Una vez le comenté un diseño suyo que me parecía estrafalario; ¿por qué lo haces tan llamativo? El veterano profesional me dijo; “José, a esos monos hay que darles lo que les gusta, brillo y color”. Eso es lo que me pareció “El paciente inglés”, un cromo de brillo y color disfrazando un mensaje deleznable.

Y vamos a acabar con buen sabor de boca. La película “Las vacaciones de M. Hulot” (“Les vacances de M. Hulot”), es una comedia de 1953 de producción francesa, reestrenada en España en 2003. Está dirigida y producida por Jacques Tati, un actor cómico de ascendencia rusa. En la carátula reza la siguiente sinopsis: “En un complejo termal (de la costa atlántica francesa, añado), los veraneantes se instalan con sus costumbres urbanas. Hasta que llega Monsieur Hulot (Jacques Tati) al volante de su viejo cacharro y rompe la calma del lugar”.

Monsieur Hulot es un personaje elegante, atractivo – o mejor, de aspecto grato -, muy educado, sensible, inocente y algo torpe. La historia es aparentemente sencilla, pero contiene una fuerte dosis de aguda crítica social, que no resulta nada ácida. Cuando empecé a verla, sin más referencias, el hecho de que está rodada en blanco y negro con una textura peculiar y que los diálogos se hacen esperar, creí que se trataba de una película muda y me acomodé para ese cometido. No era muda, pero tenía el estilo de las más entrañables películas de esa época, en las que los directores no pretendían hacer su carrera a base de sexo y violencia, sino de ingenio.

El moderno, feo y raro Mr. Bean se inspira en M. Hulot, pero no tiene nada que ver con él. Mr. Bean irrita con su egoísmo y sus excesos y hace reír. M. Hulot hace reír con su hacer en situaciones verosímiles y sin recurrir a la astracanada o al exceso y, desde luego, sin pasar por encima del prójimo. Y además, sin venir a cuento, nos ofrece algunos detalles tiernos que nos dejan la risa floja. Esta película me salvó la semana.

Publicado en aragonliberal.es el jueves, 12 de junio de 2008.