martes, 23 de septiembre de 2008

Apetito sexual

El sexo es necesario para la vida, que es cosa buena. Y si es bueno el fin, debe serlo el medio. Pero con todo, como con tantas cosas buenas, el sexo tiene un punto, que es el que le da su verdadero valor.

¡Cuan naturales son los instintos en la vida sobre nuestro planeta!. Los instintos generan apetitos que son atractivos y placenteros; comer, beber, intimar… son acciones gratas y por ello, deseadas y buscadas. Y eso es bueno, porque gracias a ellas existe la vida. Por ser buenas las creó Dios y las infundió en los seres vivos.

En un mundo de los irracionales, la armonía natural dosifica la cantidad de esas satisfacciones que cada ser debe recibir. Hay peces que si se les suministra comida abundante, comen sin parar hasta morir. Por eso en la naturaleza viven en grupos grandes y deben competir por el alimento, de forma que esa competencia les raciona y no mueren masivamente de indigestión. Por eso existe la especie. Mamíferos irracionales más inteligentes se regulan el comer y cuando cazan, si les sobra, esconden el excedente para otro momento.

Por lo que se refiere al sexo, la naturaleza regula el apetito sexual de los irracionales poniéndolo en función de la luz, de la temperatura, de las estaciones… de manera que no sea una actividad indiscriminada que llevaría a la destrucción de los protagonistas, pues todo tiene un límite, que suele estar más próximo de lo que aparenta.

Sería apasionante seguir por ese derrotero, pero nos desbordarían el tiempo y el espacio. Por eso vamos a pasar a un caso muy concreto de la vida sobre la tierra, el hombre.

Todas esas regulaciones de la naturaleza para con los irracionales, se quedan inútiles frente al hombre. El hombre posee libertad, tanta, que es capaz incluso de suicidarse, atentando contra el más fuerte de los instintos, el de la supervivencia. Por eso todos los automatismos de la naturaleza saltan cuando se trata de la máquina especial del hombre, por lo que en esta máquina tan especial debemos recurrir al “modo manual”, esa opción más compleja que vemos en los folletos de los aparatos modernos.

Como en las cámaras fotográficas, en los televisores, o incluso en algunos coches, el fabricante ha preparado todo con automatismos; aprietas un botón y se hace la foto, se aprieta la tecla de “control de crucero” y el cambio automático y solo hay que mover el volante. Pero si queremos más, si verdaderamente queremos utilizar todos los recursos de la máquina, si queremos estar a la altura “del fabricante”, debemos utilizar el “modo manual” para optimizar el rendimiento. Esto exige un poco más de atención y seguir unas instrucciones.

Análogamente el hombre, aunque también tiene los mecanismos automáticos impresos en sus genes, ha desarrollado el “modo manual” gracias a su libertad, pero a veces se olvida de leer las instrucciones para saber exactamente hasta dónde puede llegar; en la Edad Media los nobles ricos tenían a su disposición tierras con caza, actividad que practicaban como sucedáneo de la guerra. Comían tanta carne roja que a menudo sufrían de gota, enfermedad causada por el exceso de ingestión de ese tipo de carne. Su libertad les llevaba a huir de la frugalidad que les recomendaban los hombres sabios, y caían en la enfermedad. Los romanos acaudalados, por disfrutar del placer de la comida se hartaban para luego provocar el vómito y volverse a hartar; con ello se destrozaban el hígado y el carácter. En ambos casos, se aplicaba inadecuadamente ese “modo manual”, por ignorar o carecer de “instrucciones”.

Con el apetito sexual ocurre otro tanto. El hombre tiene capacidad de desarrollarlo hasta extremos que le son perjudiciales, pues como con otros apetitos, su libertad desborda los “automatismos” reguladores de la naturaleza. En la Grecia clásica se aplicaban procedimientos expeditivos para que la gran libertad sexual de esa cultura no llevara a los adolescentes varones a perjudicarles el crecimiento. Culturas guerreras se abstenían de relaciones sexuales días antes de las batallas, para no mermar su entereza de ánimo. Es revelador que los efectos negativos sobre la salud de una actividad sexual sin medida - certificados desde milenios por la experiencia de hombres libres - hoy los nieguen algunos que se autodenominan especialistas en el tema.

En el hombre, el apetito sexual, como todos los apetitos, puede ejercer unos efectos negativos que no puede producir en los irracionales. De hecho, la gran diferencia del hombre racional con los seres irracionales, radica en una capacidad espiritual que nada tiene que ver con los apetitos, al contrario, que es opuesta. Desde siempre, esa faceta espiritual ha llevado al hombre a reprimirse voluntariamente determinados apetitos, por ejemplo utiliza ropas incómodas para estar más elegante, pasa hambre con dietas para estar más ágil, sufre disciplinadamente para estar más fuerte o evita placeres para estar más sano… A veces llega a extremos como el de determinadas disciplinas tibetanas que se suicidan por inanición buscando la perfección, lo que es un absurdo pues la perfección hay que buscarla en el equilibrio entre le espíritu y el cuerpo.

El equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. El equilibrio entre hasta dónde satisfacer los apetitos y a partir de dónde reprimirlos. Esa es la cuestión en el caso del hombre. Quien encuentra ese equilibrio encuentra la felicidad. Pero no es fácil, pues el “manual de instrucciones” sobre el uso de los apetitos no ha estado siempre al alcance del hombre.

Las culturas han ido dando tumbos sin éxito, hasta que hace ya más de dos mil años Jesús redactó el “manual de instrucciones” que se ha demostrado el más eficaz para llegar a ese equilibrio y, consecuentemente, para alcanzar la felicidad y, si es creyente, la vida eterna. Sus consejos y observaciones, incluidos en los Evangelios, son el compendio de “instrucciones” más eficaces, realistas, claras y coherentes que han existido. Por eso ha perdurado en el tiempo y por eso son un buen argumento para creer que su afirmación – la de Jesús - de ser Dios, era cierta.

Jesús tiene presente que es Él quien ha creado el mundo y con el mundo – y entre otros - el instinto sexual. Y anima a satisfacerlo. El sexo es bueno. Pero como el hombre racional – absolutamente libre - no tiene medida, le dice cómo ha de satisfacerlo; en la intimidad, con una misma pareja durante toda la vida y con el fin primero de procrear. De hecho, no conozco mayor porcentaje de parejas que a todas luces son realmente plenas y felices - en la concepción más amplia - que entre las católicas y, si se me apura, entre parejas católicas de ambientes ortodoxos, que hoy está todo tan revuelto que hay que especificar.

En conclusión. El apetito sexual es algo natural y bueno y en su medida produce efectos gratificantes. Nuestra calidad de hombres – seres racionales - desborda lo meramente instintivo y por eso necesita una pauta que regule ese apetito – de hecho todos – pues de otra forma podrá llegar a ser insaciable y nos destruiría física y espiritualmente, como conocemos por la Historia. La que se ha mostrado mejor pauta es la que presentan los Evangelios y textos relacionados incluidos en la Biblia, inspirada por Jesús.

A pesar de todo, es cierto que aplicar esos consejos no es para todos igual de fácil, cuando no muy difícil. Y quien inspiró los Evangelios sabe de esas dificultades. Por eso, para ayudarnos, interpretar adecuadamente “las instrucciones” y aconsejarnos, dejó una “representación” permanente en los siglos, la Iglesia Católica, que es el soporte de nuestras dudas y debilidades. Pero esa es cuestión para otro día.

Publicado en http://aragonliberal.es/, el martes, 23 de septiembre de 2008.