jueves, 18 de septiembre de 2008

Paternidad

Si algo puede hacernos sentir personas, es el deseo ilusionado de la paternidad, o la renuncia a ella por una causa sublime. Despreciar la paternidad es egoísta. Atentar contra la vida de los hijos embrutece al ser humano y lo hace peor que las bestias.

Nada hay en la vida tan hermoso, como tener un hijo fruto del amor hacia una mujer. Hoy las exigencias de la vida moderna pueden llegar a adormecer ese sentimiento, pero una persona en sus cabales no puede dejar de admitir aquella realidad.

Hay personas que renuncian a los hijos por un motivo trascendente, como es el consagrarse a Dios. Estas vidas bien llevadas son las que más mérito merecen, pues renuncian a la felicidad de los hijos por amor a Dios, que es amor a los demás. Debemos admirar a las personas consagradas, por la grandeza de su alma.

También debemos admirar a las personas que no pueden tener hijos y llevan esa carencia con alegría de corazón, sin amargarse. Su actitud denota una gran fortaleza de carácter y grandeza de espíritu.

Mérito tienen también los que adoptan, pues muestran un gran valor y responsabilidad, que van a la par con su generosidad de corazón.

Me causan escepticismo y extrañeza los que no desean tener hijos, y estupor la abyección de los que matan para no tenerlos.