sábado, 6 de septiembre de 2008

Socialismo es colesterol

Cada vez estoy más alejado de unos amigos que viven a 20 Km. de mi pueblo. Y es que el socialismo, como el colesterol, va mal para la circulación.

De los veinte kilómetros que me separan de mis amigos, en sólo ochocientos metros puedo pasar de 80 Km/h, pero tengo el coche tan mal educado, que no hay forma de superar esa velocidad; el otro día, forzándolo, llegué a 100 Km/h en ese tramo… y mi coche es nuevo.

Se me ha tarado el motor del coche en 80 Km/h. Pero eso no me quita el sueño; ya sé con quien me las tengo, y lo próximo que me compre será un ciclomotor carrozado.

Me fastidia más la señalización de “te voy a pillar aunque te esmeres, que para eso soy un cazador socialista”. En el camino para ver a mis amigos, me tropiezo primero con una rotonda con ¡dos semáforos!, uno a la entrada y otro a la salida. Me quejo de mi alcalde “caperucita roja”, pero en ese pueblo deben tener un alcalde “bobo de Coria”, o quizás “Alíbabá”, que eso de comprar semáforos debe dejar unas comisiones suculentas a la vista de como proliferan.

Superado el atascazo que se organiza en esa “rotonda”, debo enfrentarme en el camino con un tramo largísimo, de un mismo pueblo, que empieza con una señal de limitación obligatoria de velocidad a 50 Km/h. Al poco, una de 40 Km/h con una gran advertencia de “velocidad controlada por radar”. ¡Ala, a 40! Pero no han pasado doscientos metros, cuando aparece otra de 50 Km/h y, poco después, otra de 40 Km/h. No es un problema de paso de peatones, ni vivienda del alcalde, ni nada de eso, porque la última de 40 está un páramo industrial. Intentar obedecer es de locura.

El último tramo presenta el último reto. Una carretera con limitación de 80 Km/h. Todo son curvas cómodas, pero curvas. De repente, una recta, ¡la recta!... ¡y una señal de limitación de velocidad de 70 Km/h! Al acabar la recta, de nuevo el 80, que no se puede alcanzar con seguridad por las curvas.

Cada vez visito menos a mis amigos. Ellos en Navidad me regalan tila, pero la tengo aborrecida tras treinta años de “caperucitas rojas”, “bobos de Coria” y “Alibabases”. Y es que cuando la basura se derrama, no deja rincón sin oler.