miércoles, 5 de noviembre de 2008

Una buena ocasión para meditar sobre la muerte

Esta tarde me abren la barriga para curarme. No es una operación complicada dentro de lo que son las operaciones, pero que duda cabe que es un riesgo más a añadir a los cotidianos.

Por si acaso, como cuando hemos de viajar – que es más grato y menos cruento pero también un riesgo añadido – he dejado los deberes listos. No todos, que nunca se acaba de cumplir, pero sí los más necesarios.

Esta situación es anecdótica y la pasan miles de personas cada día, en todo el mundo. Pero si saco punta al asunto de los resaltes en las calles para obligar a reducir la velocidad o a si debemos o no rebañar el plato en las comidas, no voy a dejar de aprovechar esta magnífica ocasión para hablar de la muerte.

Cuando estás ante la tesitura de que te dejen inconsciente con una droga y te abran la tripa con un cuchillo afilado, te rebanen un trozo de ti y luego te vuelvan a coser, no puedes por menos que pensar ¿y si sale algo que no está previsto y me quedo en el trasiego? Es una posibilidad, remota pero cierta.

Tengo la firme convicción de que, pase lo que pase, será lo mejor que me pueda suceder a mí y a las personas buenas que me rodean. Por eso, cuando terceros me desean que toda vaya bien, sé que sin duda me irá bien, aunque el que me declara tal deseo esté pensando en el resultado “bueno” en el sentido mundano, es decir, que sobreviva al evento.

Jesús nos dejo bien enterados de que velaría siempre por nosotros y que, como buen Padre, nos daría siempre lo mejor. Lo mejor no es lo que nos parece a nosotros, como no es lo mejor para nuestros hijos pequeños lo que desean en su impulso infantil, ni para los hijos mayores lo que desean desde su inexperiencia. Por eso, el hijo bueno es el que acepta la autoridad del padre aún sin entender el sentido de lo que le ordena, Luego, en el tiempo, verá que aquel consejo o instrucción era efectivamente el mejor.

Si eso ocurre en el terreno de lo humano, con padres falibles, qué no ocurrirá cuando tenemos el privilegio de disfrutar de un Padre que es el Creador del mundo, que tiene el atributo del conocimiento absoluto del pasado presente y futuro y que es absolutamente bueno; no abandonarnos en sus manos es la mayor tontería, pues es renunciar a quien nos puede dar todo para nuestra felicidad y la de nuestros seres queridos. La verdad es que semejante privilegio nos es totalmente inmerecido y sobrepasa nuestro entendimiento, por eso ponerle condiciones es igual de tonto que renunciar a él. Si Dios quiso ser nuestro Padre a cambio de simplemente aceptar ese regalo, lo acepto sin miramientos aún sin entenderlo. Quiero que se haga en mí Su voluntad, sin límites, sin condiciones. Debo ser un tremendo egoísta porque quiero todo lo que me ha ofrecido.

Por eso esta tarde todo saldrá bien, sin duda. Saldrá rematadamente bien, divinamente bien.