lunes, 29 de diciembre de 2008

Cualquier tiempo pasado fue mejor

Leo en el número 24 del boletín de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, las impresiones de una de ellas: “…A medida que va pasando el tiempo, la gente te abre el corazón, te cuenta cómo era su vida hasta no hace mucho, de trabajo duro en el campo y lleno de sufrimientos… Sin embargo coinciden en que, a pesar de todo y de que ahora tienen muchas más comodidades, entonces eran más felices…”.

Lo primero que me ha venido a la mente son los versos del paredeño Jorge Manrique (1440-1479) en sus “Coplas por la muerte de su padre”:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

“Cualquiera tiempo pasado fue mejor”... Quizás las labriegas de la cita de la misionera, aquellas que “entonces eran más felices” según sus propios pareceres, sentían lo mismo que sentía Manrique, por lo que el comentario de la misionera no tendría mayor trascendencia.

Sin embargo, hay factores muy diferentes entre el tiempo de Manrique y el nuestro. Entonces, la extrema rudeza de la vida cotidiana y la incertidumbre del futuro más inmediato, hacían que el pasado fuera para aquellas gentes un refugio de su presente. Con una mortalidad infantil próxima al 50 por ciento, una esperanza de vida rondando los 30 años, diez menos para las mujeres que eran diezmadas por las infecciones en los partos… entiendo que Manrique escribiera, sin más limitación que “a nuestro parecer”, que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Si la labriega que hace unos siglos tenía enormes probabilidades de no pasar de los 20 años, la de hoy vive en circunstancias muy diferentes. Cierto que la campesina de hoy, en su infancia y sin llegar a aquellos extremos, vivió al borde de sus fuerzas, pero hoy trabaja con tractor, tiene una avanzada medicina gratuita que vela por su salud, disfruta de seguridad social y tiene una enorme probabilidad de llegar a los 80 años con facultades para disfrutar de la vida. Si además es andaluza, disfruta del privilegiado paro agrícola andaluz. ¿Qué pueden añorar nuestras protagonistas? ¿por qué antes “eran más felices”?

No cabe duda de que las comodidades de hoy hacen felices a los que vivieron tiempos duros, pero no les hace “más felices” que antes. Hoy parece que todo es mejor, incluso la edad, que siendo más, pesa menos. La diferencia está en algo intangible, inmaterial. La misma misionera más adelante nos da una pista de eso que provoca el déficit de felicidad en esas mujeres y en muchas otras mujeres y hombres: “…es el fruto de una sociedad que pretende ocultar y arrinconar a Dios”.

Efectivamente, la ausencia de Dios provoca un desasosiego que pesa a muchos, creyentes y no creyentes. No en vano la existencia de Dios y la inclinación al natural sometimiento a la ley natural han estado presentes en la esencia del hombre desde que es hombre. Luego, a la luz del cristianismo, Occidente floreció y creó cultura hasta que a una minoría se le ocurrió no sólo vivir sin Dios, sino hacer vivir sin Dios a toda la sociedad. La libertad permite al hombre ese experimento, pero no sin sus costes. Y el coste más inmediato de sacar a Dios de nuestras vidas es perder la felicidad.