martes, 21 de julio de 2009

La Sagrada Familia, de Antonio Gaudí

El pasado domingo, en el “Full Dominical” (Hoja Dominical), en su habitual sección bilingüe “Palabra y Vida”, el Cardenal arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, escribía sobre el templo expiatorio de la Sagrada Familia, en un artículo titulado “Un gran monumento al espíritu”.

El artículo es una síntesis excelente de la historia del templo y ofrece una visión del mismo como símbolo de la fe de Cataluña. No tiene desperdicio y me resulta imposible resumir unas pocas líneas que dicen tanto. Remito a su lectura, que el lector encontrará en:

http://www.arqbcn.cat/Admin/Admin/docs_home/BCN%2019%207%2009.pdf

(el artículo de referencia, está traducido al español en la cuarta página).

Pero no era el mío, un artículo de merecida apología a ese breve y elocuente texto, sino la meditación a la que me llevó su lectura.

Como sabrá el lector, las obras del tren AVE (Alta Velocidad Española) en Barcelona, están abriendo un túnel por debajo de la Ciudad, por el que deberá discurrir ese tren. Por unas circunstancias difíciles de justificar, el túnel pasa creo que a 70 centímetros de los cimientos del templo de la Sagrada Familia. Los técnicos municipales dicen que esa trayectoria es ineludible, aunque técnicos no municipales, tan cualificados, o más que ellos, aseguran que no es tan ineludible. Sea como fuere, a pesar de la competencia de los técnicos municipales - que han de demostrar tras escandalosos fracasos anteriores – el templo corre un riesgo cierto y, para muchos, evidente.

Y me pregunto, ¿qué ocurriría si el templo se viniese abajo, antes o después, por las vibraciones del tren AVE? Esto no sería insólito, pues esos mismos técnicos municipales hundieron con su incompetencia el barrio barcelonés de El Carmelo, afectando a miles de personas.

Muchos dicen que en el consistorio barcelonés dominan los lobbies masónicos y gays. Creo que los “socialistas” son ya una expresión retórica sin contenido. Parece que eso no es un secreto sino una evidencia que los interesados, a estas alturas, no se preocupan en ocultar.

En consecuencia, la simpatía hacia un templo que es símbolo de la espiritualidad catalana, levantado por el esfuerzo de los creyentes catalanes, no será grande, al contrario. El afecto hacia el arte y la religión del socialismo, lo tenemos expresado en las persecuciones cristianas en España, en los pasados años 30; los templos con sus magníficas obras de arte intemporales, fueron quemados, y sus fieles, asesinados.

El templo de la Sagrada Familia molesta sin duda a la ideología que gobierna Barcelona, y, para colmo, su arquitecto está en proceso de beatificación. Derribarlo, por las buenas, sería un escándalo pero ¿y si se cae por un error técnico?

Cuando se hundió el barrio de El Carmelo, no pasó nada. La prensa silenció la noticia, la televisión igual… y sólo algún recalcitrante como la COPE dio la murga. Pero no pasó nada. Todo se acalló y los del desastre volvieron a gobernar. La historia contemporánea nos dice que una mayoría de catalanes no son ciudadanos, sino súbditos y eso lo llevan muy bien. Es la parte política del ramalazo masoquista catalán, que celebra las derrotas, como la festividad del 11 de septiembre, día nacional de Cataluña.

Si el templo de la Sagrada Familia se hundiera, no pasaría nada. En el peor de los casos, algún aparejador sería encausado para luego, cuando se enfriase el asunto, en dos o tres semanas, sobreseer su causa. Si la presión internacional obligase, quizás dimitiría algún mandillo político, que sería recompensado con un cargo menos visible pero mejor remunerado. La prensa y la televisión, silencio total. Si en algún conductor del AVE se encontrara alguna irregularidad, ¡a por él! En cualquier caso, “la naturaleza imprevisible del subsuelo barcelonés…”. En el solar, con la retórica cínico-populista de los "sociatas" catalanes, se levantaría una placa muy emotiva en lugar de un nuevo templo (se apelaría al ejemplo USA de las torres gemelas).

La sociedad catalana, y la española en general, me recuerdan a un yuppie borracho que, con su traje de marca manchado de sus vómitos, balbucea estupideces divertidas, sentado en la acera y apoyado en la fachada. Aprovechando la feliz enajenación del beodo, unos transeúntes espabilados, los políticos, le limpian la cartera y el reloj y le dejan al lado una garrafa de vino, para que no se le acabe la provisión, no sea que salga del letargo. Ambas partes están en su papel, ¿para qué crear “mal royo”, mala conciencia, con asuntos como la fe o la moral, que “cosas” como el templo de la Sagrada Familia evocan? Un mundo feliz. Una democracia a la española.

viernes, 17 de julio de 2009

Más sobre “El estado católico”

Me permitirá el lector que amplíe los argumentos que exponía en “El estado católico” (¿no va a permitírmelo, mi pobre lector, que ni derecho tiene a hacer comentarios?).

Tengo una doble razón. La primera es que en él me limitaba a comentar un escrito que acababa de leer, en el que se presentaban unos pretendidos argumentos sobre la postura oficial de la Iglesia Católica en pro de un estado católico. Eso me hizo omitir las evidencias evangélicas de que el mundo de Dios y el de los hombres discurren por caminos separados, aunque este debe seguir la sombra de aquel, que es garantía de buen término.

Varias son las referencias de Jesús a la distancia entre el Reino de Dios y los reinos del mundo, pero quizás para los que tenemos menos luces nos resulte más clara la que cita el evangelista San Mateo cuando narra las tentaciones a las que se somete Jesús tras ser bautizado. En la tercera tentación, “de nuevo le toma el diablo y le lleva a un monte sobremanera elevado y le muestra todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré si postrándote me adorares. Entonces dícele Jesús: vete de aquí, Satanás; porque escrito está; Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.” Mt 4, 8-10. Animo al lector a que repase los Evangelios en busca de más testimonios análogos, como Jn 18,36.

La segunda razón a la que aludía, está en el mismo número de la misma revista del artículo en cuestión. Se trata de un trabajo firmado por José Guerra Campos, titulado “La Iglesia y los contemplativos”. El artículo es excelente en su redacción y en su contenido.

Guerra Campos escribe: “Algunos historiadores han advertido, y parece que no sin alguna razón, que las formas más llamativas de segregación monástica se produjeron o se multiplicaron precisamente en el momento de mayor inter-compenetración de la Iglesia y el orden temporal, en el siglo IV, cuando comienza ese clima espiritual que luego llamaremos la cristiandad”.

Es decir, el momento histórico en que mayor contacto hay entre el Reino de Dios y los reinos temporales, es cuando el Espíritu Santo fortalece la oración, pues es un contacto peligroso para la fe. Como escribe Guerra Campos en otra parte de su artículo, la oración es el arma del cristiano para fortalecer su fe.

Y añado. Tras unos siglos de cristiandad, siempre beligerante en un terreno que no era el de la fe, por fin el mundo venció en su campo y hoy tenemos las consecuencias evidentes de esa victoria: La Iglesia Católica está perseguida de hecho o de derecho en casi todo el mundo, se han descristianizado los estados y amplias masas de población, Dios está cada vez menos presente en la vida del mundo y se ha llegado a la situación inimaginable, incluso en el mundo antiguo pagano, de aceptar socialmente el crimen del aborto, o la aberración de equiparar con el matrimonio la unión homosexual. La fe ha sido vencida, por fin, en el mundo, por el mundo.

Sin embargo, en los años 30 se produjo en España la mayor persecución de cristianos en la historia de la humanidad, y en ella no se puede documentar una sola apostasía entre los miles de mártires de toda edad y condición que esa persecución produjo. Además hoy, en el rotundo dominio del mundo en el mundo, miles de cristianos oran en todo el orbe organizados en la Adoración Nocturna; miles de cristianos rezan enclaustrados en conventos a lo largo de todo el planeta; millones de cristianos intentan vivir el día a día, en las enseñanzas de Jesús. Es decir, el plena descristianización de los reinos del mundo, en plena victoria del mundo en el mundo, el eterno Reino de Dios es tan fuerte como hace dos mil años, cuando se anunció al hombre. Fue el compromiso de Jesús; nada prevalecerá contra la Iglesia, contra Su Reino.

Nuestros obispos piden la participación del católico en la vida del mundo. El católico debe obedecer. Pero la vida del cristiano ya esta plena, lo otro es sacrificio por obediencia al Evangelio y a la Iglesia, pues es obligación del cristiano evangelizar. Ahora bien, dos cosas están claras: una, que los reinos del mundo seguirán su insustancial victoria hasta el fin de los tiempos. La otra, que el Reino de Dios es victorioso e intocable desde siempre y hasta siempre. Sólo Dios es Vencedor.

sábado, 4 de julio de 2009

El Estado Católico

Hace unos días leí, en una revista editada por una comunidad católica, un artículo con el título que encabezo éste: “El Estado Católico”.

Es aquella una publicación que leo con interés y con la que habitualmente coincido, pero con la que en ocasiones discrepo en asuntos puntuales, como es el caso.

El artículo en cuestión no dice nada, pues es casi todo él una cita de un texto de León XIII (que no está claro si se refiere a la Epístola apostólica – que no encíclica - Annum ingressi que cita, o a otro documento), y en lo poco que dice, en nada se deduce el título, creando la confusión de que León XIII abogaba por un estado católico.

Como sea que en diversas ocasiones he oído a buenos católicos, defender la necesidad de un estado católico, no puedo dejar de dar mi opinión sobre el tema.

La Encíclica de León XIII, Inscrutabili Dei Consilio (qué también menciona en el artículo de referencia), habla de mucho, pero no puede citarse invocándola como una referencia al estado católico, ni como referencia a la doctrina social de la Iglesia, lo que sí puede decirse de la Carta Encíclica Libertas Praestantissimum (también la menciona), que se puede citar en lo que se refiere a una detallada posición de la Iglesia frente al estado moderno, pero en ningún modo como alegato a un estado católico.

Si tenemos que referirnos al Papa León XIII, en relación a la postura de la Iglesia sobre la democracia y el liberalismo, debemos leer citas como:

“…hemos hablado ya en otras ocasiones, especialmente en la encíclica Immortale Dei…, sobre las llamadas libertades modernas, separando lo que en éstas hay de bueno de lo que en ellas hay de malo. Hemos demostrado al mismo tiempo que todo lo bueno que estas libertades presentan es tan antiguo como la misma verdad, y que la Iglesia lo ha aprobado siempre de buena voluntad y lo ha incorporado siempre a la práctica diaria de su vida.”

Síguese, además, que estas libertades [libertad de pensamiento, de imprenta, de enseñanza, de cultos], si existen causas justas, pueden ser toleradas, pero dentro de ciertos límites para que no degeneren en un insolente desorden. Donde estas libertades estén vigentes, usen de ellas los ciudadanos para el bien, pero piensen acerca de ellas lo mismo que la Iglesia piensa. Una libertad no debe ser considerada legítima más que cuando supone un aumento en la facilidad para vivir según la virtud. Fuera de este caso, nunca.”

Ni está prohibido tampoco en sí mismo preferir para el Estado una forma de gobierno moderada por el elemento democrático, salva siempre la doctrina católica acerca del origen y el ejercicio del poder político. La Iglesia no condena forma alguna de gobierno, con tal que sea apta por sí misma la utilidad de los ciudadanos. Pero exige, de acuerdo con la naturaleza, que cada una de esas formas quede establecida sin lesionar a nadie y, sobre todo, respetando íntegramente los derechos de la Iglesia.”

Tampoco reprende, finalmente, a los que procuran que los Estados vivan de acuerdo con su propia legislación y que los ciudadanos gocen de medios más amplios para aumentar su bienestar.”

Estas enseñanzas, venerables hermanos, que, dictadas por la fe y la razón al mismo tiempo…”

No voy a librar al lector de la lectura obligada de la apasionante y argumentada Encíclica Libertas Praestantissimum, de la que están sacados los textos anteriores, pero sí debo decirle que si León XIII hubiera defendido un estado católico, habría adoptado una actitud intransigente, impropia de la Iglesia Católica. Lo que sí dice, en síntesis, León XIII, es que cualquier forma de gobierno es buena, siempre que respete la ley natural, que es esa ley impresa en el alma de los seres racionales, desde que fueron creados y, por tanto, es una ley anterior a cualquier otra norma humana.

“Fe y razón al mismo tiempo”, porque una va unida a la otra. Así de sencillo y así de complejo. La Iglesia Católica acepta cualquier tipo de gobierno que ayude a progresar integralmente al hombre, en su naturaleza creada de ser superior dotado de razón y libertad.

Pretender unir estado y religión no ha llevado nunca a buen término. ¿Qué mejores muestras que la de los fundamentalismos islámicos actuales, la de la iglesia oficial china o los intentos de asociar la religión al estado, en las dictaduras sudamericanas? Joseph Ratzinger, en “Jesús de Nazaret”, es contundente en su juicio; “la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios” (p. 65). Ya he traído esta cita al blog en otra ocasión, e insistiré en ella cuantas veces sea preciso. También escribe Benedicto XVI: “El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá.” (“Carta Encíclica Spe Salvi” 4. 30 de noviembre de 2007). ¿Precisa el lector mayor autoridad eclesial?

Defiendo, con convicción argumentada, que no es deseable un Estado Católico, y sí un gobierno – en el formato que sea - que legisle conforme a la ley natural y garantice la libertad de la Iglesia Católica y, sería de nota, reconociera el papel decisivo de la Iglesia, en lo que de bueno tiene hoy la civilización occidental.

jueves, 2 de julio de 2009

Separación

No sé si voy a saber llevar a buen término lo que quiero expresar, pero no quiero dejarlo en un intento abortado antes de iniciarlo. Por eso pido al lector que sea paciente.

El asunto que quiero pasar de la meditación al papel, es el de la separación de los esposos, dejando a los hijos desorientados y faltos de un entorno que les es vital, que es el calor del hogar. Es cierto que se puede llegar a la misma situación por la muerte de uno de los cónyuges, pero no es menos cierto que esa fatalidad, aunque también afecta a los hijos, lo hace de otra manera y, aunque deja huella, la deja de otra manera, con menos herida.

En una situación normal, los hijos pequeños, quieren por igual a los dos padres. En su inocencia es donde mejor se plasma el sentido evangélico de la familia, aquel entorno en el que se es querido por uno mismo, no por su circunstancia. Por eso los hijos quieren a los padres, aunque estos sean feos, o pobres o, incluso malos. Para el niño, ese ser privilegiado, especialmente querido por Jesús, la familia es una roca y no le cabe en la cabeza que se pueda disgregar; ¿cómo no pueden estar juntos mi papá y mi mamá, si siempre lo han estado y me quieren? La separación de los esposos es algo incomprensible para el alma inocente del niño y su efecto, deja una dolorosa huella.

El esposo que decide la separación, ve las cosas de otro modo, y el egoísmo prevalece sobre el amor. Es el impuesto de la edad, cuando esa edad ha traído la pérdida de la inocencia, cuando se ha crecido por fuera y no por dentro. En la decisión de la separación no se piensa en los hijos, sino en uno mismo.

El esposo que es víctima de la separación, está en una situación análoga a la de los hijos. No entiende como una persona, a la que ama y por la que con más o menos generosidad ha dado todo - a veces un todo un poco miserable, pues esa es nuestra condición -, puede decidir abandonar la familia, que es el único rincón de paz al que puede aspirar el hombre que no se ha consagrado a Dios.

Creo que el dolor del esposo que sufre la separación, está en función de la niñez de su alma. Así como la “madurez” endurece los sentimientos, la juventud del alma la hace más vulnerable a ese dolor.

Y si esa es la situación, ¿cuál es el consuelo? No estoy seguro, pero lo que me dicta el corazón es que la intensidad del dolor por la familia rota, está en relación directa con la inocencia del alma. Por eso, el niño que sufre de una forma trágica la separación de sus padres y que con el tiempo va atenuando el dolor a medida que su alma se va endureciendo por la vida, se aleja de Dios. Pero cuando el niño se hace adulto y sigue sintiendo el dolor del alejamiento de sus padres, como si fuera una herida abierta y sin curar, entonces, es que ese adulto sigue siendo niño y está cerca de Dios. Sólo así tendrá el privilegio de compensar su inmenso dolor por el abandono de los hombres, por la inmensa alegría del acogimiento por Jesús.

Igual pasa con los esposos. Al margen del juicio de los hombres, frente al juicio de Dios, será el esposo que sufra como un niño por la separación, el que tendrá el privilegio de notar la mano de Jesús que le atrae, como al niño al que pide que dejen que se acerque.

Por eso ese dolor no es malo, porque como cualquier sufrimiento nos acerca a Dios. Pero en este caso, que te dejen que te acerques a Jesús porque estás indefenso, desorientado, como un niño, aunque seas un adulto cargado de miserias, no puede dejar de hacerte sentir querido por Quien tiene capacidad de querer por encima de cualquier sufrimiento.

Es bueno sufrir como un niño cuando se es adulto. Es signo del buen camino. De hecho creo que si algo nos salvará, es aquello que tengamos de niños. Y cuando un adulto sufre como un niño porque el núcleo de la familia se ha roto y, sobre todo, cuando sufre y ya no hay esperanza de recomponerlo en esta vida, cuando eso pasa, no cabe duda de que en lo tangible ya no hay familia, pero el lazo fundamental, el de verdad, es del alma, es tanto más fuerte cuanto más lejos estén los protagonistas. ¿Qué otro consuelo cabría esperar del Jesús que, sentado, espera con la mano tendida y la sonrisa en su rostro, que los niños se acerquen a Él?

Por eso, como el niño que hace pucheros cuando se asusta, pero enseguida sonríe, como solo un niño puede sonreír, cuando ve la cara de sus padres, así debemos reaccionar frente al dolor de vivir una separación; hacer pucheros por el susto, pero sonreír, como solo un niño puede sonreír, cuando vemos la dulce cara de nuestro Padre que nos mira, como solo un Padre puede mirar.