jueves, 17 de mayo de 2012

Curas rojos



Siempre me ha llamado la atención la tendencia de buenas personas e incluso de buenos sacerdotes, a inclinarse hacia formas de pensamiento de izquierda. No ya a acercarse a la teología de la liberación, que sería una postura extremista - incluso diría que herética – sino a fórmulas más edulcoradas - aunque en el fondo totalitarias y violentas - como pueda ser el socialismo español. No podemos olvidar que un enclave importante de la oposición al franquismo estaba enraizado en la Iglesia Católica. De hecho, ahí estaba la única oposición valiente – y desde mi punto de vista equivocada aunque bien intencionada – al régimen del general Franco.

Mi primera reflexión es: ¿Por qué atrae tanto la izquierda a los católicos? Y una segunda reflexión, que dejo al lector porque yo no la trataré aquí, sería: ¿Ocurre lo mismo con los protestantes? Respecto a esto último, solo quiero decir que si yo fuera César Vidal diría que no, que la izquierda violenta y totalitaria sólo atrae a los católicos vagos e incultos, no a los eruditos protestantes, aunque sea cierto que la masonería, que dirige al socialismo, tenga buen asiento en el mundo protestante. Sin embargo, para bien de ambos, no soy César Vidal.

Ese mimetismo de las ideologías de izquierda con la Iglesia Católica ha confundido a personas de buena fe, incluso a religiosos, que se han apuntado a la doctrina socialista pensando que es lo que parece. Pero nada más lejos de la realidad.

El socialismo carece de valores trascendentes y la única forma de que un empresario no explote al obrero, de que un político no se corrompa o de que una sociedad viva en armonía, es la prevalencia de esos valores. ¿Cómo voy a respetar al obrero, al ciudadano o a mí mismo, si no tengo la convicción de que ese obrero, ese ciudadano y yo mismo, tenemos la misma dignidad, que transciende a esta vida? Porque es evidente a los ojos del mundo, que un empresario de éxito es más listo y mejor inversión que un infeliz limpiabotas; sólo puede haber firme convicción de respeto al débil cuando esa visión mundana se tenga como secundaria e intrascendente y prevalezca la trascendente de igual dignidad al margen de las capacidades materiales o intelectuales.

Todos los hombres nos regimos por valores. Cuáles son esos valores nos lo dicta la razón y el estudio objetivo de la historia del hombre. Son los valores que rigen de forma ancestral el comportamiento humano, la ley natural, esa ley que nos dicta, sin que nos lo digan, que matar no está bien, ni lo está el robar ni el fornicar. ¿Qué muchos han matado, robado y fornicado?, sí, efectivamente, pero sabían que obraban mal. Esa conciencia de la ley natural ha producido la civilización occidental de la que todos presumimos. Cuando esa conciencia falta, la sociedad se sume en el caos, porque la represión no basta para acabar con el asesino, hace falta que todos, asesinos que somos en potencia, tengamos conciencia de la maldad de la violencia. Un ejemplo que hemos vivido fue la doctrina del “pelotazo” que el socialista Felipe González impuso durante casi tres décadas en la sociedad española; la sustitución del beneficio como fruto del trabajo tenaz y honrado por el enriquecimiento rápido (lo que se bautizó como “pelotazo”), fruto de la corrupción y del abuso. Esa pérdida del sentido natural del trabajo por el intrascendente y antinatural del “pelotazo”, fue el origen último de la crisis que sufrimos hoy.

Si el lector quiere otro ejemplo gráfico, le he traído a la cabecera de este artículo un montaje que he preparado con tres carteles de la izquierda española del 36, la que con tanta añoranza reivindica la izquierda actual. Esa izquierda, la misma de hoy, que con tanta pasión llamaba a proteger a los infantes – podría ser la propaganda de una parroquia de hoy o la cabecera de una manifestación antiabortista de Arsuaga o Arnal – es la que encabeza el genocidio abortista de la España contemporánea y la que quiere que la legalidad de matar se extienda a los primeros días después del nacimiento. Si yo fuera ciegamente de izquierdas, temblaría de emoción al ver los instintos maternales de mi izquierda. Pero como no estoy ciego, no soy de izquierdas, y veo que esos sentimientos son sólo tramoya, que no están respaldados por una convicción cierta y con fundamento, como deja en evidencia la realidad. Desgraciadamente, hay mucha buena gente ciega.

Cuando hablo de estos valores, no hablo sólo de catolicismo. Cualquiera con un mínimo de cultura verá que van más allá en el espacio y en el tiempo. Hablo de unos presupuestos que han regulado la vida del ser humano desde su origen, dando lugar hace cuatro mil años al nacimiento de nuestra civilización; valores que tras un  largo y venturoso camino nos han guiado a una sociedad como la de hoy. El arte, la ciencia, la tecnología, la legislación,… ¡las leyes que regulan la guerra!, ¿algo más contradictorio?,… todo se ha construido y se ha humanizado (¡incluso la guerra!) gracias a la moral que dicta la ley natural, que es al fin un mensaje de trascendencia.

El socialismo es lo contrario; ataca esos principios - niega la ley natural y su evidencia en la vida del hombre - y quiere legislar sin ellos. El resultado es que ha sido la ideología que ha provocado el mayor genocidio de la humanidad, cien millones de muertos en siglo y poco, y todavía sufren sus secuelas las sociedades que han estado dominadas por esa ideología; Rusia no ha salido todavía del caos y su sociedad está destrozada; el lejano oriente busca desorientado sus valores tradicionales destruidos por el comunismo, que sólo le ofrece como alternativa una cruel estructura de mercados para los menos y la represión para los más; los países del Este europeo, no paran de sangrar al día de hoy... El socialismo no ha creado civilización, sólo ha destruido la que había donde ha llegado, para sustituirlo por represión. La historia nos muestra como ha sido el mundo con aquellos valores de la ley natural y vemos horrorizados como puede ser el mundo sin ellos (detallo esto en “Cristianismo e izquierda”, 16 de enero de 2008).

En nuestros días, la corrupta política española, compite para ver que partido redacta más “códigos de buena conducta”, sin conseguir nada; los políticos siguen robando. Se instauran mecanismos para impedir la corrupción fuera de los estamentos del poder, donde ya está institucionalizada, pero no se consigue nada; la injusticia social va a más. ¿Cómo se va a conseguir nada, si el único limitador de la maldad está en los valores que ellos niegan? Cualquier mente represora tienen una mente que elude esa represión; sólo la conciencia recata al ladrón.

Los valores son presuntamente los mismos en el socialismo y en el catolicismo. Solo hay un matiz contundente, la trascendencia. La justicia, la libertad, la solidaridad socialistas tienen su raíz en el barro. La justicia, la libertad, la solidaridad católicas, tienen su raíz en la trascendencia; se nombran igual, pero son distintos y causan efectos distintos. Hay que ver más allá de la machacona propaganda del poder para no dejarse engañar por tan burdas apariencias.

Permítame el lector que dé autoridad a mi escrito, con la siguiente cita: “El tercer mal al que tenemos que encontrar remedio se manifiesta especialmente en los hombres de nuestro tiempo. En efecto, los hombres de la antigüedad, incluso cuando buscaban con pasión excesiva las cosas terrenales, no despreciaban las cosas del cielo; antes, los más sabios entre los propios paganos, enseñaban que nuestra vida es un lugar de hospedaje y de tránsito, no una morada fija y definitiva”. León XIII Carta encíclica Sanctae laetitiæ, Roma, 8 de septiembre de 1893, núm. 13 (traducción del autor a partir del original portugués editado por Libreria Editrice Vaticana. Se corresponde con el núm. 11 de la versión inglesa, editada por la misma Libreria).

sábado, 12 de mayo de 2012

Vuelta a empezar.

    
He estado consultando la audiencia del blog y creo que más que finalizarlo (como anunciaba en una entrada que suprimí hace unos días), lo que debo hacer es orientarlo de otra forma. Siendo poco los lectores, son constantes y los suficientes como para que me sienta obligado a seguir, aunque no quiero continuar como antes.


La verdad es que me aburría seguir la actualidad, pues es un ejercicio estéril; imagínate, lector, que estás con otra persona viendo como unos críos juegan en el parque. Los pitufos, en sus juegos, se van dando y dices a tu acompañante; "se van a hacer daño". Al fin, se hacen daño.


- ¿Ves?, ya te lo decía. Se van a hacer daño.


Y siguen jugando. A lo bestia. Y le vuelves a decir a tu acompañante; se van a volver a hacer daño. Y se lo vuelven a hacer.


- ¿Ves?, ¡otra vez! Ya te lo dije.


Si sigues, a la tercera, es tu acompañante el que te va a dar un bufido y te va a enviar a la porra. Esto era este blog en lo que se refiere a las noticias no, desde luego, en los asuntos de fondo. Me consuela el que la sociedad mediática española es peor. Unos y otros, derechas e izquierdas. Todos son augures de todo; al fin ocurrirá algo y todos tendrán razón. Es un juego a ganar.


Quiero desvincularme de la actualidad. Y seguir escribiendo en la línea de pensamiento que tanto me ha distanciado de católicos, protestantes, musulmanes, machistas, feministas, derechas e izquierdas.  Parece mentira que ser congruente con tus ideas y con el sentido común te aleje tanto de tantos. Pero creo que los lectores, los que queden, lo agradecerán.


He vuelto a modificar la imagen del blog, pero esta vez conservando los tonos originales y oscureciendo el fondo para hacer la lectura más fácil. Con esta plantilla Google ofrece más y más cómodas opciones que pueden resultarme mejor en el futuro.


En fin, ya sólo me queda decir hola.