viernes, 8 de marzo de 2013

Caridad y pecado mortal.



En “Moradas del Castillo Interior”, santa Teresa de Jesús nos ofrece una idea muy intuitiva y hermosa de lo que significa para el hombre estar en pecado mortal. Transcribo dos párrafos que se refieren a las consecuencias y efectos de ese pecado para el pecador:

“… Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere estando ansí en pecado mortal son de ningún fruto para alcanzar la gloria…”.

Es de considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en el centro del alma, no pierde su resplandor y hermosura, que siempre está dentro de ella y cosa no puede quitar su hermosura. Mas si sobre un cristal que está a el sol se pusiere un paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su claridad operación en el cristal”.

Me cuesta coincidir con la primera observación, sin matizarla; ¿verdaderamente las buenas acciones que realiza un alma en pecado ni aprovechan ni le aprovechan? Creo que no es ir contra la doctrina de la Iglesia, el considerar que las buenas acciones de un pecador en pecado mortal, al menos le sirven para mantener un “tono” moral, aunque sea agónico. No hablo de salvación, que es harina de otro costal, sino de provecho: no creo que un acto de caridad, realizado por un alma en estado de pecado, no aproveche ni le aproveche. Piense el lector en mil ejemplos, uno muy delicado y reciente que se refiere al fundador de Regnum Christi y de la Legión de Cristo, un gran pecador que fundó una gran empresa. ¿No fueron provechosos para otros los actos lúcidos de ese pecador? ¿No habrían sido provechosos para él mismo, en el sentido de que sin ellos no habría podido mantener un hilo que quizás le permitiera, en sus postrimerías, salir del profundo agujero moral en el que estuvo sumido?

Así como “El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1865), los actos caritativos, también los de un pecador,  por difusos que sean, deben crear una facilidad para el arrepentimiento.

La segunda cita de nuestra querida santa Teresa, parece que no contradice lo que he comentado, bien al contrario lo ratifica. Es de un gran efecto para nuestra esperanza saber que el reflejo de Dios siempre está ahí, aunque nos empeñemos en ocultarlo por nuestra voluntad de pecar. Pero ningún paño puede cegar del todo el alma y siempre hay alguna fisura por dónde aparece la luz, aunque sea un instante, que mantiene el testigo de que en el pecador hay humanidad. Si esa luz es la que nos hace humanos, no puedo concebir que el pecado mortal nos haga inhumanos, sí que nos impida la salvación, pero como ya dije más arriba, eso es harina de otro costal. El pecado “no puede destruir el sentido moral hasta su raíz” (CEC, id.), no se puede ocultar del todo “aquel sol resplandeciente que está en el centro del alma”.

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