sábado, 22 de junio de 2019

Me he tatuado.



Me he tatuado. Sí, tal como lo lees, querido lector. Veo que tanta gente tan guapa se tatúa que he decidido hacerlo. Y la verdad es que me ha quedado fetén.

Eso sí, me ha costado un ojo de la cara. Creo que también me han contagiado la hepatitis. Pero eso es menos importante, porque no cuesta dinero, paga la Seguridad Social.

Me he tatuado un gran corazón de amor de madre  sobre el omóplato izquierdo, del que brotan unas lágrimas que recorren la espalda desde el corazón hasta la nalga derecha, siguiendo por el muslo derecho y bajando hasta el tobillo, donde mueren las lágrimas.

He evitado dibujar la zona de la columna donde se pone la epidural por un posible embarazo (estoy pensando en un cambio de sexo).

Dentro del corazón, escrito en gótico”mamá, te amo y lloro tu ausencia”.

Al tatuador le caían lágrimas de emoción sobre mi espalda mientras trabajaba.

Ha quedado precioso.

Lo único que me fastidia es que cuando se lo he enseñado a mi padre, se ha enfadado y me ha dicho desencajado: “¿por qué crees que fuiste a un colegio público?, ¿por qué crees que trabajas desde los catorce años?, ¿por qué crees que vivimos como indigentes?...,  porque tu madre me arruinó a causa del juego y se fue con otro con el que se pulió tu herencia”.

He vuelto a que me borren los tatuajes, pero me han dicho que no se puede, que son para toda la vida,

¡Mecachis con los tattoos y con la gente guapa!

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