domingo, 12 de mayo de 2019

Sobre la amistad



Hay personas que aplican a la amistad el criterio económico de “coste beneficio”, que en síntesis consiste en elegir  entre varias opciones teniendo en cuenta la satisfacción que esperamos de esa opción; es decir del sacrificio o inversión que tenemos que hacer para alcanzar esa opción. La mejor opción  será la que nos ofrezca una mejor relación “coste-beneficio”, es decir aquella en la que invirtiendo un menor esfuerzo obtengamos un mayor beneficio.

Este criterio tan obvio en economía resulta igual de obvio en sociología, aunque nos lleva a conclusiones no siempre concluyentes, por qué la satisfacción en una compra es algo que queda en el comprador y en principio no tiene que afectar a terceros, a no ser que compremos una escopeta para matar a alguien. Naturalmente este ejemplo es una broma pero el concepto sí que nos vale.

Si aplicamos este criterio fundamentalmente económico a la amistad, podemos llegar a situaciones límites de una absoluta falta de caridad y de egoísmo patológico. Sería elegir los amigos en función del rendimiento que nos pueda dar esa amistad según el esfuerzo que nos suponga mantenerla.

Es en definitiva es a lo que se refiere el refrán popular de “quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Este refrán tiene muchos años y lo que dice es verdaderamente práctico y muy evidente, tanto que en el mundo de lo intrascendente es bueno tenerlo en cuenta pues a nadie le apetece estar en la solana de la vida pudiendo estar a un buen cobijo.

Pero en el mundo de lo trascendente puede llevar a un grado de inmoralidad extrema por trasladar relaciones personales al ámbito del utilitarismo ajeno al fundamento real de la naturaleza humana. La relación de amistad está basada en valores trascendentes e inmateriales y aplicar a esa relación criterios materialistas la desvirtúa y despoja de su verdadero sentido.

No es extraño que en la sociedad actual tan tocada por el materialismo, muchos apliquen a la relación de la amistad lo que dice el refrán citado.  Es más, una forma definitiva de valorar hasta qué punto uno está inmerso en el espíritu materialista, es ver que clase de amigos tiene o, mejor, cual es la relación con los amigos que tiene.

Cuándo viví como pastor y agricultor en Almería me percaté de que allí la gente se trata en el lenguaje coloquial de amigo; “…qué tal amigo”,  “…que hay amigo”, pero en realidad no es más que una fórmula social que no implica nada y que desvirtúa completamente el contenido de la palabra amigo. Sin embargo las personas que realmente me querían nunca me llamaban amigo, aunque constantemente me estaban mostrando su amor y amistad.

Este contenido fatuo y vacío de la palabra amigo es el que rige muchas ocasiones en nuestra sociedad moderna. Muchos de los que hoy se llaman amigos en realidad no son más que conocidos que merodean a la búsqueda de personas a las que aplicar este criterio de “coste beneficio” del que hablaba.

De relacionarte con estos merodeadores, acaban siendo personas con las que no puedes contar para nada o para casi nada y que desde luego, en las que no te puedes apoyar espiritualmente ni buscar un soporte profundo. Son sólo personas que sirven para ayudarte en un recado o para pasar un rato de ocio, teniendo presente que si no te sacan algo al entrar te lo sacarán al salir pues ese es el verdadero fin de esa relación de supuesta amistad.

A esos “amigos” el divertido escritor español Enrique Jardiel Poncela les llamaba amigos póliza, porque no valen más de unos céntimos y están siempre pegados.

Tú los conocerás lector son, aquellos “amigos” que tienes siempre al lado mientras los invitas y estás alegre, pero que desaparecen de tu entorno en cuanto vislumbran que tienes problemas. Tú, querido lector, sin duda tienes también buena experiencia de “amigos póliza”, pues el caldo de cultivo con falta de valores trascendentes del mundo actual favorece el desarrollo de esa especie.

Moraleja, es bueno rodearse de un entorno social agradable y divertido pero no hay que confundir lo que es la superficialidad de la relación con una persona que tiene don de gentes, con la espiritualidad que implica una relación de amistad. De hecho tenemos muchos conocidos, pero si haces cuentas verás que verdaderos amigos se tienen uno o dos en toda una vida.




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