domingo, 13 de octubre de 2019

Aprender a amar.


e me hace difícil escribir esto, pues no sé exactamente lo que quiero decir. Lo intuyo, pero no lo tengo meditado, es fruto de un aliento.

Creo que muchas personas saben que deben amar a otras, porque la naturaleza y su entorno cultural así se lo indican; un padre o una madre deben amar a sus hijos; los hermanos deben amarse,… pero no saben como hacerlo. 

Algo aparentemente tan común y frecuente como el amar, es una disciplina que no se enseña y se deja al albur del instinto, pensando que la naturaleza ya sabrá hacer.

Pero no. El amor no es disciplina de la naturaleza; son disciplinas de la naturaleza el necesitar a otro para la protección física  o psicológica; el buscar compañía para la supervivencia o para evitar la soledad; el necesitar una pareja con la que  sentirnos a gusto para preparar la procreación o para aliviar un instinto.

Pero esas  atracciones no son amor, aunque en parte puedan confundirse con él o puedan superponerse.

Son atracciones valiosas y necesarias para el complejo ser humano, compuesto de indiscutible naturaleza animal. El amor es renuncia, ese es su principal indicador.

El hombre dispone de disciplinas para aprender sobre esas relaciones, como la psicología, la sociología, la urbanidad,…

Pero el amor trasciende la parte animal, en el mejor sentido del término, del ser humano, para centrarse en su aspecto espiritual, cuyo motor es el alma, parte indiscutible de la naturaleza humana, que es la que da el calificativo de humana a la natualeza del hombre.

Y sobre cómo amar con el alma no hay manuales técnicos. No se nos enseña a amar, de manera que cuando decimos “te amo” no sabemos si en realidad lo que queremos decir  es, “te necesito”, “te deseo”, “ me siento muy bien contigo”, “en tu compañía me encuentro bien”… porque todo eso puede parecer amor, pero no lo es necesariamente. 

Todo eso alimenta al cuerpo, pero en poco alcanza al alma. Y al ser sentimientos materiales son frágiles y perecederos, como todo lo material. Son sentimientos valiosos y gratos, pero no son amor.

El amor es patrimonio del alma y como tal sólido y, consecuentemente, no perecedero, eterno como el alma.

Si nos plantea duda un sentimiento, debemos tener siempre presente que el amor es entrega y dolor del cuerpo, pero puede ser éxtasis del alma.

Si un sentimiento aparentemente de amor nos da satisfacción del cuerpo, probablemente no sea amor.

Si seguir los preceptos del Señor nos produce dolor del cuerpo, sin duda es amor lo que sentimos hacia Él.

Muchas veces, nuestras buenas acciones tienen la sorprendente secuela de producirnos algún daño material: son acciones realizadas con verdadero amor, por lo que el Señor reserva sus beneficios para acrecentar las riquezas  que vamos acumulando en el cielo, de ahí que no surtan su acción en esta vida, pues estarían ya amortizadas para cuando las necesitemos verdaderamente.