martes, 23 de febrero de 2010

A Dios por el instinto

Cuando chico, me impresionó la argumentación de la existencia de un creador del mundo, con el ejemplo de los espejos; por muchos espejos que coloquemos, debidamente orientados, no conseguiremos producir luz. Sólo la podremos transmitir si hay una luz primera que desencadene todo el proceso.

El argumento es sólido. Por mucho que nos alejemos en el tiempo, buscando el origen de la vida, y por mucha evolución a la que apelemos, siempre habrá una primera causa que posibilite todo lo demás. Esa primera causa es dios.

Algunos pretenden que la vida se formó por reacciones aleatorias entre elementos inorgánicos. Eso no ha podido ser demostrado, pero aunque lo fuera, esos elementos inorgánicos tendrían una causa anterior y esa, otra anterior. El origen de todas es dios.

Son razones tan rotundas, que explican el que no existan prácticamente ateos en la Historia del Pensamiento,… hasta los marxistas, una doctrina esta inconsistente intelectualmente, que en unos decenios ha demostrado, además, su nula validez práctica.

Después me encontré con las “cinco vías” de Santo Tomás de Aquino, para la demostración de la existencia de dios. Son tan apasionantes como rotundas. Filosofía perfectamente comprensible para el profano.

A una mente sana y libre, no le puede caber duda de que dios existe. ¿Hablamos del Dios cristiano? No necesariamente, hablamos de un dios, principio de todo. La existencia de dios, es racionalmente incontestable.

Quiero entrar ahora en otro terreno, en el irracional. Porque es evidente que a dios se puede llegar por la razón. Pero también se puede llegar por la no razón, por el instinto.

Los animales irracionales están dotados de una serie de instintos. El de la reproducción, el de supervivencia, que les lleva a alimentarse y huir de los peligros, el de proteger la prole, el de dejarse enseñar por sus progenitores...

Esos instintos están más perfeccionados en los animales superiores, pero siempre, en todos, les sirven para sobrevivir, nunca para perjudicarles. El instinto les permite crecer y reproducirse, cumplir la razón de su existencia. El instinto es bueno y cierto.

El hombre es un animal con una faceta racional, que no conocemos bien. Pero es fundamentalmente un animal, hasta tal punto, que hoy sabemos que compartimos el mapa genético, en una proporción desconcertante, no ya con los monos, ¡sino con los gusanos!

Como animales que somos, poseemos instintos y esos instintos nos permiten sobrevivir. También en el hombre el instinto es bueno, porque le preserva la vida.

Sin embargo, nuestra exclusiva faceta racional, nos ha dotado de un instinto que no tienen el resto de los animales, el instinto de la trascendencia.

El ser humano, desde el principio, ha tenido el “instinto” de que existe un ser supremo que ha creado el mundo y que rige la vida. Es una creencia más o menos elaborada, en función del nivel de desarrollo intelectual del pueblo protagonista, pero que tiene en común, en general, la existencia de un ser trascendente creador.

Es un instinto de nuestra faceta racional, que no poseen el resto de los animales irracionales, pero que debe compartir las características esenciales de cualquier instinto, puesto que somos esencialmente animales y vivimos en un mundo natual. Es decir, debe ser un instinto bueno y cierto.

Este instinto del animal racional hombre, nos dice que existe un dios trascendente y que su existencia es real, buena y beneficiosa, pues así son los instintos. Si cupiera duda, la Historia de la civilización muestra que eso es así, pues ese instinto ha manteniendo viva la racionalidad del hombre y le ha permitido desarrollarla en un espectacular y magnífico proceso de superación constante. Lo vemos en los milenios de historia del hombre.

Ahora bien. La racionalidad del hombre implica libertad de decidir. Tal es su fuerza, que esa libertad es capaz de anular los instintos, siempre para desastre de quien la ejerce en ese sentido. Un hombre es capaz de suicidarse, venciendo el fuerte instinto de conservación, y eso le lleva a la muerte, que trunca todas sus posibilidades. O de matar por placer, embruteciéndose como hombre e incapacitándose para adquirir plenitud como tal.

Es cierto que la mortificación y el sacrificio son también recortes del instinto, pero no tienen intención de cercenar la vida, sino de ejercitar la libertad para dominar el instinto. Por eso no tienen malas consecuencias, al contrario, si bien son practicas que deben ejercerlas personas muy formadas, capaces de controlar finamente el ejercicio de la libertad, o personas menos formadas, guiadas por aquellas.

Naturalmente, el ejercicio de esa libertad, también es capaz de anular el instinto de trascendencia, e ignorar la existencia de dios. Pero ello lleva, como ocurre con la anulación de los otros instintos, al desastre.

Un ejemplo de esto último, es el movimiento ateo más importante de la historia, que cité más arriba; el marxismo. Los gobiernos marxistas históricos, han producido el mayor genocidio de la historia de la humanidad. He hablado con detalle de cifras y circunstancias en otros lugares de este blog. Gobiernos como el actual socialista español, es el responsable del genocidio de no nacidos, sin precedentes históricos.

La asfixia del instinto de trascendencia genera una situación de inmoralidad (la mentira como herramienta del poder; el poder judicial como instrumento de represión para unos e impunidad para otros; la injusticia social; la entrega al vicio…), cómoda y a veces sugestiva a corto plazo, pero destructora de civilización a medio y largo plazo.

La naturaleza es determinante e inflexible. El instinto determina la supervivencia. En los protozoos, una pizca de instinto elemental les permite sobrevivir. En los mamíferos, una buena dosis de instinto irracional determina su supervivencia. En el hombre, ese mismo instinto de los irracionales, catalizado por su instinto de trascendencia, determina su supervivencia como hombre y su capacidad de serlo. Dios existe, porque también nos lo dice nuestro instinto.

lunes, 22 de febrero de 2010

El Papa, internet y algunos católicos españoles

Hoy, repasando la web de noticias “infocatólica” (escribo esto el lunes, 25 de enero de 2010), no he podido menos que esbozar una sonrisa al leer la siguiente: “El Papa anima a los sacerdotes a hacer uso de internet para anunciar a Cristo. Les pide que usan vídeos, blogs, webs, etc.”

¿Tiene eso algo de gracioso? Para mí, sí. Viene al caso del talante de muchos que se llaman católicos, pero no lo son más que en las formas, si se puede ser católico en las formas, y entre los que preside una absoluta estulticia. Me explico.

Hace un tiempo, un diario digital dirigido por un “católico fetén”, me pidió, a través de un tercero, que le enviara colaboraciones, naturalmente de gratis.

Así hice. Y me publicaban los artículos que les enviaba.

Me consta que entre sus escasísimos lectores, los había que apreciaban mis colaboraciones, mientras que otros (creo que los más “católicos fetén”) eran muy hostiles a ellas. La cosa se mantuvo equilibrada hasta que, en un determinado momento, los artículos que les enviaba empezaron a pasar censura previa, aunque al fin eran publicados. Me olí que habían ganado los, para mí, “malos”.

La censura previa se transformó en breve, en la publicación selectiva de lo que les enviaba, sin darme ninguna explicación (en realidad, jamás recibí una nota agradeciendo mi colaboración desinteresada, lo que no me extrañó, pues esa descortesía es normal en esos ambientes).

Dejé de remitirles artículos. Soporté la humillación de aquella primera censura previa, porque el objeto de mi trabajo es difundir una visión del mundo en la que, entre otras cosas, el orgullo es un valor negativo. Pero si no podía difundir la idea, el resto sobraba. No escribo para satisfacer mi orgullo, sino para ayudar a interpretar el mundo desde el sentido común.

A lo que iba; el artículo al que le costó más días pasar la censura (al margen de los que definitivamente no fueron publicados), fue uno en el que citaba el encuentro de Benedicto XVI con internet (con citas del propio Pontífice sacadas de un documento oficial de la Santa Sede, que citaba con todos detalle). En aquel momento el artículo resultó insólito, ya que muchos tenemos a internet como terreno peligroso, por lo que el director del periódico en cuestión, católico e indocumentado como tantos católicos españoles, debió pensar “este tío me quiere meter un gol”, y lo retuvo hasta que debió confirmar días después, en otras fuentes, que el tema era cierto. Y entonces decidió publicar el artículo, ya sin actualidad.

Al pobre director le hubiera sido suficiente ir a las fuentes que le citaba, para sacar la primicia de las declaraciones del Papa. Pero a esos malos católicos, que se satisfacen exclusivamente en las formas de la doctrina (“sepulcros blanqueados”), les produce erisipela la idea de documentarse.

Tras la ruptura seguí leyendo ese diario, para ayudar a aumentar el número de visitantes. Incluso comentaba algunos artículos, pues entre sus pocos lectores no había quien lo hiciera.

Pero en poco meses decayó a un nivel intelectual, periodístico y endogámico tal, que decidí ir a hacer caridad a otro lugar y lo despaché de “mis favoritos”, donde lo mantenía.

Por eso no he podido menos que esbozar una sonrisa, al leer que el Papa anima al uso de internet.

Por cierto, la fuente de la noticia con la que encabezo este artículo, es:

http://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=5362

martes, 16 de febrero de 2010

Manda el porro a la porra

Lo he hecho en este blog en alguna otra ocasión y lo hago ahora: Transcribo un texto con intención de difundirlo en la medida de mis modestísimas posibilidades. Quien hace lo que puede, hace mucho.

Podría poner un enlace con la página web de dónde procede, lo que también hago al final, pero he querido transcribirlo íntegro para comodidad del lector y para reforzar mi gesto de pobre transmisor.

"Carta Pastoral Manda el porro a la porra
Autor: Mons, José Ignacio Munilla Aguirre

El título de esta carta no es invento mío, no pretendo ser original. Lo escuché por primera vez en el estribillo de una canción cristiana. Me llamó la atención porque es una expresión un tanto provocativa, que bien puede darnos pie para abordar el problema moral de la relación de los jóvenes con las drogas. Poco importa que sea botellón, porros, rayas, pastillas, etc. Ya te imaginas de lo que quiero hablarte.

Con frecuencia, dentro de la Iglesia, hablamos de vosotros los jóvenes y de vuestros problemas. Sois objeto de esperanza y de preocupación para muchos de nosotros. Pero quizás nos falta hablar directamente con vosotros. El caso es que esta carta ha caído en tus manos de una forma u otra… El caso es que tú tienes fe, o la has tenido, o no sabes muy bien si la tienes o no… El caso es que has consumido drogas alguna vez, o al menos te lo han propuesto, o ¡quién sabe! si eres consumidor esporádico o habitual… De lo que sí estoy seguro es de que has visto las drogas de cerca y de que tienes conocidos que las consumen.

¿No hay problema?

No es cuestión de mirar para otro lado o de meter la cabeza debajo del ala. Aquí hay un problema muy gordo. En el mes de septiembre se dio a conocer el dato, de que España es el país europeo que lidera el ranking de consumo de drogas. En los últimos diez años el consumo de cocaína se ha multiplicado por cuatro y el de cannabis se ha duplicado. Por si fuera poco, la edad de inicio en la droga es cada vez más temprana.

Los problemas originados son fuertes y de muchos tipos: psiquiátricos (esquizofrenias, psicosis, depresiones…), psicológicos (desinhibición, falta de reflejos…), físicos (apetito desmedido, propensión a ataques de corazón, problemas respiratorios…), familiares, afectivos, laborales, escolares, de amistades, etc.

Pero, desde mi punto de vista, el prisma principal desde el que debe ser abordado el consumo de las drogas es el moral. A mí no me gustaría que un joven decidiese dejar las drogas, presionado solamente por motivos médicos, laborales, policiales, familiares, etc. Todas esas cosas, aun siendo importantísimas, son externas, y no servirían de mucho si no descubrimos el “bien moral”, como la razón principal de nuestras decisiones. Imagino que te preguntarás qué es el bien moral… Ten un poco de paciencia e intentaremos explicarlo.

No estamos ante la droga de la curiosidad

Los comienzos de la droga pudieron ser achacables a la curiosidad por lo desconocido, al morbo de lo prohibido, etc. Hoy en día, sin embargo, no creo que nadie entre en el mundo de la drogas por "desinformación" o por mera "curiosidad". A los niños, desde pequeños, se les habla del tema y, según van creciendo, ven a su alrededor, con sus propios ojos, las desastrosas consecuencias que acarrea. Sin embargo, la mera información, por sí misma, no ha sido capaz de detener esta "epidemia".

Tampoco estamos hoy ante la droga de la rebeldía

Hubo un tiempo en el que la droga pudo verse acompañada de connotaciones contestatarias. Era la droga de la rebeldía y la insumisión, con especial incidencia en el mundo hippie y en otros movimientos radicales. Han pasado esos tiempos. Hoy en día fumarse un porro, lejos de ser un signo de rebeldía, es signo de integración y sumisión a la cultura dominante.

El problema que hoy se plantea es muy distinto al de la lucha rebelde por la libertad que en un tiempo movió masas. Ya tenemos la libertad, y ahora, ¿qué hacemos con ella?

Droga de la “falta de sentido”

La droga de nuestros días se impone por defecto, quiero decir, por falta de ideales firmes y trascendentes. Es como si el organismo estuviese bajo de defensas, y entonces coge fácilmente cualquier virus que ande por ahí suelto. Nos falta afirmarnos en el sentido de nuestra existencia, caer en la cuenta de que nuestra vida responde a una vocación.

Esta es la cuestión clave: La cuestión del sentido. ¿Para qué tantos sacrificios, metas, obstáculos, agobios? Difícilmente se le puede pedir a alguien que se sacrifique en el día a día, si no le ha sido mostrado el sentido de su existencia. Solamente cuando descubrimos que venimos del amor y que volvemos a él, venciendo el sufrimiento y la muerte, es cuando podemos dar lo mejor de nosotros mismos.

Los cristianos hemos descubierto en Jesucristo la “clave del sentido” de la existencia, y es la que te proponemos. Este es el bien moral del hombre: descubrir su vocación al amor y entregarse a ella. Como comprenderás, las drogas no tienen sitio en esta perspectiva.

Existe la tentación. La carne es débil

Pero, con lo anterior, no quiero decirte que aquí lo importante sea tener las ideas claras, y que con eso ya esté todo solucionado. Por desgracia, las cosas no son tan sencillas. Nuestros ideales conviven con nuestras debilidades. Jesucristo mismo dijo: “El espíritu es fuerte, pero la carne es débil” (Mt. 26, 41). De lo cual se deduce que hemos de disponernos a la batalla espiritual. El que no lucha, sucumbe espiritualmente. Eso es seguro.

Se nos dice engañosamente que “hay que ser espontáneos, dejarse llevar por los propios impulsos…”, olvidando que existe dentro de cada uno de nosotros una tendencia espontánea al egoísmo, reforzada por los vicios que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida. El principal enemigo lo tenemos en nosotros mismos. Quien abre los ojos a esa realidad, está en una situación privilegiada para orientar la batalla de su vida. No podemos identificar “deseo” y “voluntad”. Sería un error gravísimo de nefastas consecuencias. Es imprescindible ejercitarse en negarnos a nosotros mismos determinados “deseos”, si no queremos padecer la tiranía de nuestro propio capricho.

Yo, personalmente, no conozco a nadie que se haya iniciado en las drogas tras una decisión madura y libre. Más bien, he escuchado expresiones como las siguientes: “empiezas a lo tonto”, “para cuando quieres darte cuenta…”, etc. En el mundo de las drogas, no te conduces, sino que eres arrastrado.

Los cristianos comprendemos todavía mejor lo dicho hasta aquí, porque la Biblia nos descubre la existencia y el influjo en nosotros de un pecado original que nos arrastra al mal. A esto se añade la tentación de Satanás y sus ángeles caídos. Jesús experimentó las tentaciones y nos enseñó a enfrentarnos a ellas con decisión (Mt. 4).

¿En medio del fuego y sin quemarse?

Una tentación, y no pequeña, es la tendencia a complacer al mundo que nos rodea. Suele ocurrir, curiosamente, que el mismo joven que tiende a ser un inconformista en el seno familiar, sin embargo, luego pase a ser complaciente, a ser un “enrollado” en la calle. Te propongo para tu meditación este pensamiento que recientemente leía en un libro: “Quien no esté dispuesto a dar la espalda al mundo, se llevará la sorpresa de que en poco tiempo el mundo le dará la espalda a él”.

Aunque nos suela humillar el reconocerlo, el entorno nos influye bastante más de lo que suponemos. El ambiente “nos hace”, de la misma forma que nosotros hacemos el ambiente. No es prudente suponer que vayamos a estar habitualmente en medio del fuego, sin quemarnos.

Como cristianos debemos acercarnos al necesitado. ¡Y quién más necesitado que el que padece la esclavitud de las drogas! Pero, no nos engañemos, ese acercamiento conviene que lo busquemos en la intimidad del encuentro personal. ¿No te ha ocurrido algún fin de semana, que te hayas sentido fuera de lugar por verte en medio de un ambiente en el que todos están “morados”? Difícilmente podrá ser ese el momento para forjar amistades sinceras o para ayudar a alguien.

La caridad cristiana nos impulsa a hacernos presentes o a ausentarnos, discerniendo cuándo nuestra presencia ayuda de forma eficaz, o, cuándo, por el contrario, va a resultar un comodín para “normalizar” comportamientos anormales. Cuando se nos pide que seamos “tolerantes” con los compañeros que se drogan, tengamos cuidado de no confundir las cosas: lo que no podemos es ser convidados de piedra, permaneciendo en silencio, indiferentes ante la autodestrucción de nuestros propios amigos.

Ocio y drogas

Una de las características principales de la droga en nuestros días es su estrecha relación con la cultura del ocio. El consumo de determinadas drogas está cuasi indisolublemente unido a algunas fiestas, conciertos, etc.

Hay un dato que es bastante claro: quienes “soportan” o “aguantan” los días laborables del calendario, suspirando ansiosamente por la llegada del fin de semana para disfrutar a tope, son los candidatos principales al consumo de drogas.

Digámoslo claramente: La felicidad no es fruto únicamente de la diversión. En realidad, si no eres feliz el miércoles, tampoco lo vas a ser el sábado por la noche. El motivo es muy sencillo: no es lo mismo “ser alegres” que “ponerse alegres”. La felicidad no está al alcance de una moneda ni de una sustancia química.

Hay quienes reconocen que la droga no les hace felices, pero que es lo único que les consuela de no serlo… Lo malo es que quien recurre al sucedáneo de la felicidad, fácilmente deja de buscar la auténtica. Volvemos aquí al principio de esta carta: La verdadera felicidad depende de que el hombre alcance su “bien moral”. Depende, entre otras cosas, de que sepamos integrar las cruces de nuestra vida en la vocación al amor, para la que hemos sido creados.

Sé humilde y Dios te bendecirá

¿Tienes ya problemas con las drogas? No lo dudes, PIDE AYUDA. Sé humilde y Dios te bendecirá. Más vale ponerse una vez rojo, que veinte veces amarillo. Ya suponemos que tu realidad dista mucho de coincidir con el “gigante de tus sueños”, pero tampoco tiene nada que ver con el “enano de tus miedos”. Ni lo uno, ni lo otro: ni gigante ni enano. La verdad es que Dios te quiere como eres, pero te sueña distinto. Y, ¿sabes qué? Los sueños de Dios, a diferencia de los nuestros, ¡se hacen realidad!

Hay muchas razones para luchar por la verdadera libertad, por una vida sin drogas. Tantas, como razones para el amor, la fe y la esperanza. Dios no sólo te pide que dejes la droga, sino que te da su “gracia” para poder hacerlo. Y… ¿qué es la gracia, sino la compañía de Dios que camina junto a ti? ¡No te sentirás nunca solo en ese camino de liberación!

+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de Palencia"

http://www.enticonfio.org/joseignaciomunilla31.htm