Cuando chico, me impresionó la argumentación de la existencia de un creador del mundo, con el ejemplo de los espejos; por muchos espejos que coloquemos, debidamente orientados, no conseguiremos producir luz. Sólo la podremos transmitir si hay una luz primera que desencadene todo el proceso.
El argumento es sólido. Por mucho que nos alejemos en el tiempo, buscando el origen de la vida, y por mucha evolución a la que apelemos, siempre habrá una primera causa que posibilite todo lo demás. Esa primera causa es dios.
Algunos pretenden que la vida se formó por reacciones aleatorias entre elementos inorgánicos. Eso no ha podido ser demostrado, pero aunque lo fuera, esos elementos inorgánicos tendrían una causa anterior y esa, otra anterior. El origen de todas es dios.
Son razones tan rotundas, que explican el que no existan prácticamente ateos en la Historia del Pensamiento,… hasta los marxistas, una doctrina esta inconsistente intelectualmente, que en unos decenios ha demostrado, además, su nula validez práctica.
Después me encontré con las “cinco vías” de Santo Tomás de Aquino, para la demostración de la existencia de dios. Son tan apasionantes como rotundas. Filosofía perfectamente comprensible para el profano.
A una mente sana y libre, no le puede caber duda de que dios existe. ¿Hablamos del Dios cristiano? No necesariamente, hablamos de un dios, principio de todo. La existencia de dios, es racionalmente incontestable.
Quiero entrar ahora en otro terreno, en el irracional. Porque es evidente que a dios se puede llegar por la razón. Pero también se puede llegar por la no razón, por el instinto.
Los animales irracionales están dotados de una serie de instintos. El de la reproducción, el de supervivencia, que les lleva a alimentarse y huir de los peligros, el de proteger la prole, el de dejarse enseñar por sus progenitores...
Esos instintos están más perfeccionados en los animales superiores, pero siempre, en todos, les sirven para sobrevivir, nunca para perjudicarles. El instinto les permite crecer y reproducirse, cumplir la razón de su existencia. El instinto es bueno y cierto.
El hombre es un animal con una faceta racional, que no conocemos bien. Pero es fundamentalmente un animal, hasta tal punto, que hoy sabemos que compartimos el mapa genético, en una proporción desconcertante, no ya con los monos, ¡sino con los gusanos!
Como animales que somos, poseemos instintos y esos instintos nos permiten sobrevivir. También en el hombre el instinto es bueno, porque le preserva la vida.
Sin embargo, nuestra exclusiva faceta racional, nos ha dotado de un instinto que no tienen el resto de los animales, el instinto de la trascendencia.
El ser humano, desde el principio, ha tenido el “instinto” de que existe un ser supremo que ha creado el mundo y que rige la vida. Es una creencia más o menos elaborada, en función del nivel de desarrollo intelectual del pueblo protagonista, pero que tiene en común, en general, la existencia de un ser trascendente creador.
Es un instinto de nuestra faceta racional, que no poseen el resto de los animales irracionales, pero que debe compartir las características esenciales de cualquier instinto, puesto que somos esencialmente animales y vivimos en un mundo natual. Es decir, debe ser un instinto bueno y cierto.
Este instinto del animal racional hombre, nos dice que existe un dios trascendente y que su existencia es real, buena y beneficiosa, pues así son los instintos. Si cupiera duda, la Historia de la civilización muestra que eso es así, pues ese instinto ha manteniendo viva la racionalidad del hombre y le ha permitido desarrollarla en un espectacular y magnífico proceso de superación constante. Lo vemos en los milenios de historia del hombre.
Ahora bien. La racionalidad del hombre implica libertad de decidir. Tal es su fuerza, que esa libertad es capaz de anular los instintos, siempre para desastre de quien la ejerce en ese sentido. Un hombre es capaz de suicidarse, venciendo el fuerte instinto de conservación, y eso le lleva a la muerte, que trunca todas sus posibilidades. O de matar por placer, embruteciéndose como hombre e incapacitándose para adquirir plenitud como tal.
Es cierto que la mortificación y el sacrificio son también recortes del instinto, pero no tienen intención de cercenar la vida, sino de ejercitar la libertad para dominar el instinto. Por eso no tienen malas consecuencias, al contrario, si bien son practicas que deben ejercerlas personas muy formadas, capaces de controlar finamente el ejercicio de la libertad, o personas menos formadas, guiadas por aquellas.
Naturalmente, el ejercicio de esa libertad, también es capaz de anular el instinto de trascendencia, e ignorar la existencia de dios. Pero ello lleva, como ocurre con la anulación de los otros instintos, al desastre.
Un ejemplo de esto último, es el movimiento ateo más importante de la historia, que cité más arriba; el marxismo. Los gobiernos marxistas históricos, han producido el mayor genocidio de la historia de la humanidad. He hablado con detalle de cifras y circunstancias en otros lugares de este blog. Gobiernos como el actual socialista español, es el responsable del genocidio de no nacidos, sin precedentes históricos.
La asfixia del instinto de trascendencia genera una situación de inmoralidad (la mentira como herramienta del poder; el poder judicial como instrumento de represión para unos e impunidad para otros; la injusticia social; la entrega al vicio…), cómoda y a veces sugestiva a corto plazo, pero destructora de civilización a medio y largo plazo.
La naturaleza es determinante e inflexible. El instinto determina la supervivencia. En los protozoos, una pizca de instinto elemental les permite sobrevivir. En los mamíferos, una buena dosis de instinto irracional determina su supervivencia. En el hombre, ese mismo instinto de los irracionales, catalizado por su instinto de trascendencia, determina su supervivencia como hombre y su capacidad de serlo. Dios existe, porque también nos lo dice nuestro instinto.