martes, 19 de abril de 2011

La ciencia atea

El otro día fui anfitrión de una pareja madura, atea. Ambos, del mundo de la cultura oficial española.

Es de la más elemental cortesía no platear cuestiones controvertidas cuando se está invitado en casa ajena, así como lo es no poner en situación violenta al invitado.

Por cómo discurrían los acontecimientos, parecía que esta norma de urbanidad se cumplía en este caso a la perfección, hasta que salió una mención a los mandaderos de un convento.

- ¿”Mandaderos”?, ¿qué es eso? – preguntó la invitada, madura, integrante de la cultura políticamente correcta catalana y, en consecuencia, con descomunales lagunas en cuestiones de cultura general.

- Los mandaderos son normalmente, en los conventos de clausura, un matrimonio que está a disposición de la orden que, por su estado religioso, no pueden hacer los recados fuera del convento. Los mandaderos residen en una casa que les facilita la comunidad, y ofrecen su trabajo a cambio de la residencia. Imagino que habrá mil matices, pero en general es eso – le contesté sorprendido por que la señora ignorase ese concepto.

Pero mi sorpresa fue a más, cuando me replicó:

- … Pero ¿existe todavía “eso”? (la señora se refería a los conventos de clausura).

- Sí, claro que existen. Precisamente cerca de aquí hay un convento de Carmelitas.

- ¡Estará vacío! – contestó sonriendo, con esa suficiencia propia de quien está al cabo de la calle del mundo y de sus misterios.

- Pues no, está al completo y si hay alguna vocación nueva debe ir a otro convento, pues en este no cabe – me fastidió tener que corregirle de nuevo, pues no es propio de un buen anfitrión dejar en evidencia a su invitado pero, por otra parte, la corrección me pareció más un acto de caridad que una mera cuestión académica.

Gracias a Dios la invitada era inculta pero no tonta y, vista la cremallera de meteduras de pata, decidió hablar del tiempo. Su pareja, más lista, no abrió boca.

Mi reflexión es que la soberbia que da la pretendida autosuficiencia al ateo, es patética. Por un lado, cierra la mente al aprendizaje, pues su mente evita todo lo que le aleja de su sueño sin Dios, y como es todo en el mundo lo que grita la existencia de una Inteligencia creadora, el ateo cierra los ojos al mundo. Por eso los ateos suelen ser ignorantes.

Le bastaría la ateo analizar el pasado y el presente de la historia de la ciencia y ver la gran cantidad de científicos creyentes, frente a un panorama bastante árido de científicos ateos. Me dirá algún lector despistado, “pues Manuel Rodríguez, catedrático de Sociología de la Universidad de Pisalapiedra de Encima, es ateo”… vale... Pero me refería a científicos, no a funcionarios del sistema, a gente como Newton (“ley de la gravitación universal”), Einstein (“teoría de la relatividad”), Lemaitre (“Big-Bang”), Tipler (“la física de la inmortalidad”) o el hoy controvertido Hawking…De hecho, la civilización occidental está creada sobre las manos y los cerebros de creyentes.

Cuando hablo de creyentes no me refiero sólo a católicos, sino también a personas que defienden la existencia de una Inteligencia creadora.

Por fin, quiero expresar que, hasta dónde me dicta mi experiencia, el ateísmo es propio de personas soberbias y de personas simples. Son los “tipos” que he conocido. Soberbios, aquellos que se creen que todo está al alcance de su conocimiento y algo trascendente les desborda. Simples, aquellos que son tan elementales que no ven más allá de sus narices. Si te fijas, lector, el denominador común de ambos es la ignorancia. La ignorancia es la gran aliada del ateísmo y de todas aquellas doctrinas que ignoran la existencia de un Principio creador. Por eso la cultura está tan perseguida en esos regímenes.