He dicho en alguna ocasión, probablemente en más de
una que, desbordado por la corrupción política y la impunidad de esa
corrupción, he dejado de conocer las noticias.
Ha sido este un proceso gradual, pues no es fácil
desconectarse del mundo.
Como no estoy al día de la actualidad política, no
puedo plasmarla en el blog y como la carroña es lo que interesa a los
carroñeros, la audiencia es poca. Pero muy buena, vegetariana, en sentido figurado.
Es decir, poca pero no carroñera, que es a la que me gusta dirigirme.
Hoy quiero hablar de algo que no me encaja en la
política española contemporánea.
Todos sabemos que los fulanos y fulanas que aparecen
en los medios representando a algo, sean partidos políticos, sociedades o
grupos mediáticos, son títeres. Los que realmente mandan no salen en los medios
y no los conocemos hasta que les explota su ego.
Sánchez un monigote de feria.
Ávalos una marioneta.
Begoña una figurante.
Koldo un extra.
Y así todo el reparto de esta comedia en clave
socialista. Una obra de teatro para esquilar a ganado ovejuno con valores de
gallina. Todo esto es un montaje de libro, del que ya hablaba Gracián con inteligencia
y sorna, hace quinientos años.
Nada de eso me sorprende.
Lo que sí me sorprende es la impunidad de todo ese
proceso, porque impunidad es que no hay reacción y frente a los poderosos malos,
debería haber poderosos buenos, que no aparecen por ningún lado, salvo los
francotiradores… ¡benditos francotiradores!, que pinchan aquí y allá, lo que
incordia mucho a los malos de pacotilla y de tan bajo nivel moral que tenemos.
Recordemos a otros actores del reparto; la justicia,
intentando librarse de la bota del poder político; el comunismo genocida,
interpretado por el felón Sánchez y su tropa; la oposición, esperando cual
urraca en carretera, poder comer los restos de algún insecto atropellado…
Pero además está el ejército, representado por una
jerarquía armada que permanece silenciosa y oculta para no crear un mal
mayor.
Y la policía y otros cuerpos de seguridad también
jerarquizados y armados y también ocultos, para no provocar con su
presencia a los delincuentes.
Y no hemos de olvidar a la Iglesia, poderoso poder
fáctico infiltrado silencioso y anodino en todos los estamentos sociales.
Todos ellos a una, callados como en una ya vejestoria
Fuenteovejuna.
En medio de todos, los ciudadanos de a pie, como
desaliñado y desafinado coro, que está a lo que le dicten las circunstancias
siempre que vengan bien untadas de vaselina.
¡Menudo reparto!
¿Cómo puede funcionar una sociedad así?
Pues como vemos, no puede funcionar.
Y estando el barranco tan cerca, ¿porque no se echa
un poco el freno para que, por lo menos, dé tiempo a rezar alguna oración antes
de comernos el suelo sobre el que crece el acantilado? Eso es lo que no
entiendo y lo que no me cuadra
Entiendo la corrupción, el miedo, la cobardía, las
bajas pasiones, que alimentan esos valores negativos. Entiendo el deseo de
vivir holgado.
Lo que no entiendo es que, entre toda esa pulpa
cerebral, no haya nadie con capacidad para frenar esta carrera loca hacia el
precipicio.
Y me sorprende que entre los malos no haya nadie que
se dé cuenta que quien más tiene más perderá.
Yo perderé mi televisión que no veo; mi móvil
reparado; mi coche que no conduzco; la casa en la que vivo, que no es mía y mis
ingresos que me dan para comer.
Pero esos malos perderán sus mansiones, sus cochazos,
su cocaína, sus fulanas, sus cochazos, sus vacaciones exóticas, en fin, su pan
para hoy y su hambre para mañana.
Y su poder. Su dinero les podrá acompañar más, si lo
han escondido bien, pero al fin, todo será podredumbre y muerte.
Sin más que compañía hipócrita, interesada.
Son malos tontos.
Dios nos amparase, si fueran malos listos.