No me puedo resistir a recordar aquel dicho de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Veremos que es cierto a medias.
Si se me hiciera definir que es el sentido común se me pondría en un compromiso. Pero me malicio que su definición va por el lado de que es aquella percepción de las cosas que está en la mente de la mayoría, siendo esa mayoría la de todos los hombres desde siempre. Algo así como la forma natural de pensar. Por eso el dicho que he escrito arriba se debe aplicar a sociedades como la nuestra en las que la presión mediática anula esa percepción natural de las cosas, percepción que queda operativa en pocos.
El sentido común no tiene por lo tanto porque verse afectado por el momento histórico y cultural. Cuando se altera, deja de ser sentido común. Por ejemplo, si salimos de casa y está lloviendo, abrimos el paraguas o lo que haga su función (si lo tenemos a mano, claro). Así hace el aborigen en Australia, el pigmeo en África o el caucásico en Francia. Otra acción fuera de ello, carece de sentido… aunque tenga una explicación, por ejemplo la euforia en Cantando bajo la lluvia o el éxtasis porrero del hippie en extinción. Pero incluso con explicación, los protagonistas de esos dos ejemplos actúan con poco sentido común.
Como norma, es bueno guiarse en la vida por el sentido común. Sobre todo, en los momentos de crisis. La anulación de nuestro sentido común por la presión de estereotipos facturados por los poderes fácticos de las sociedades modernas, nos lleva a la anulación de una parte importante de nuestro patrimonio de personas. Eso a lo que muchos se someten alegremente y que llamamos “políticamente correcto” es una apisonadora del sentido común.
El sentido común nos dice que debemos ejercitar nuestro sentido común. Para ello hemos de examinar el mundo de una forma crítica desde una postura intelectual libre, lo que no quiere decir desnuda. Esa visión crítica no tiene porqué ser de una forma pública, aunque sería una actitud encomiable. Me explico. Si es usted un líder del KKK no se trata de que ponga en duda ante sus subordinados la inferioridad de los negros, gitanos, judíos y católicos. De hacerlo, perdería su nómina y quizás la integridad de su esqueleto. Simplemente, el ejercicio de sentido común que le propongo es que en la intimidad se platee ¿de ser inferiores esas gentes, habrían llegado a nuestros días, tendrían concepciones del mundo tan elaboradas? ¿un pueblo que ha destacado durante más de cuatro mil años, puede ser inferior? ¿una religión que ha inspirado a genios y santos, puede ser inferior? ¿son verdaderamente inferiores, o simplemente son distintos? Quizás con el tiempo enriquezca su personalidad descubriendo en esos prójimos facetas apasionantes que vale la pena asumir e incluso, puede ser que decida cambiar de empleo.