No fue ese comentario de Vidal el que me sorprendió, sino la aclaración que de ese comentario hizo. Dijo, que es natural que los obispos digan y los fieles obedezcan, pues la Iglesia Católica es jerárquica. Sin embargo, añadió el periodista, en una sinagoga o en una iglesia evangélica, el fiel escucha al predicador, y si no le parece bien lo que le dice, busca en los libros y saca su propia conclusión.
Vidal contraponía la rigidez de la Iglesia Católica, frente a la flexibilidad y apertura de mente de los protestantes (con una comparación inexacta, demagógica y pretenciosa de estos con los judíos); los borregos católicos, frente a los estudiosos protestantes, simplifico yo. Omito la utilización confusa – picardía de su oficio - que dio a la palabra “jerarquía” y la tomo en el peor y más inadecuado de los sentidos, que es el que sugirió.
Vidal erró de bulto y, además, antepuso su fe a la objetividad de la noticia, y eso fue lo que me sorprendió y, añado, decepcionó.
Aunque no esté hoy de moda, la jerarquía ha regido la cultura de occidente mientras que la no jerarquía ha quedado en fracasados ensayos sociales. Las ideas claras y definidas, cuando están fundamentadas en la verdad, gestionadas por una estructura jerárquica, han permitido el deambular seguro de nuestra civilización. La crisis de la jerarquía ha sido la crisis de la cultura. ¿A qué esa salida de pata de banco de César Vidal?, ¿va a ser su nuevo estilo?, ¿va a ser “Es la noche de César”, un soterrado púlpito evangélico? ¡Pues es lo que le faltaba a la libertad de prensa en España! Mientras que la Iglesia Católica catalizaba su profesionalidad en la COPE, César Vidal era un periodista objetivo. Pero no hay fulano que monte su chiringuito informativo en esta pobre Nación, que no tarde cuatro días en trasformar la noticia de fin, a medio. Y parece que eso le está ocurriendo aVidal.
Sin duda la falta de jerarquía es evidente en la trayectoria protestante, que tan bien define Vidal; el predicador predica la doctrina, y el fiel, si lo que ha oído no le gusta, se va a su casa, contrasta lo oído con los libros y saca sus conclusiones. Consecuencia; hoy hay "más de 33.000 denominaciones en 238 países y cada año hay un incremento neto de aproximadamente 270 a 300 denominaciones” (World Christian Enciclopedia. 2 ª edición. David Barret, George Kurian y Todd Johnson. New York: Oxford University Press, 2001, citado en http://en.wikipedia.org/wiki/Protestantism), es decir, que al día de hoy, no hay menos de 35.000 sectas protestantes. Cuando algún protestante tiene dinero o don de gentes, organiza su tinglado y crea una nueva secta. Así, hasta el infinito. El límite está en una secta por cada protestante que sepa leer, o tenga dinero.
“Traté de deshacerme de un Papa, y por el contrario creé cien más”, reconoció Martín Lutero, fundador de la Reforma Protestante (citado en http://www.apologeticasiloe.com/Apologetica/el_crecimiento_de_las_sectas_pro.htm). Se quedó corto, pero no cabe duda de que supo intuir el alcance de su reforma.
Frente a 35.000 sectas protestantes, Una Iglesia Católica. No hace falta ser muy despierto ni fervoroso creyente para ver quién ofrece garantías, partiendo de la base rotunda de que lo indiscutible de la Verdad, es que es única.
Ya no haría falta decir más para ver que César Vidal hacía mérito, de lo que era un argumento falso. No entiendo cómo una persona buena – creo de corazón que ese es un buen hombre - e inteligente, pueda participar en lo que fue una escisión oportunista y flaca del tronco de la Iglesia Católica. Sólo lo puedo interpretar desde la perspectiva de la soberbia, que nos induce a todos, me incluyo, a pensar que somos más que los otros.
Pero no era sólo mi intención responder a César Vidal, al que sigo como oyente – y seguiré, D. m. - desde hace años. Esa era la excusa para plantear qué significa eso de ir a las fuentes y sacar las propias conclusiones, si la atomización protestante no fuera suficiente evidencia de que es ese un mal camino.
El Antiguo Testamento y una pequeña parte del Nuevo Testamento (el Evangelio según San Mateo) fueron escritos en arameo. La lengua aramea se escribía utilizando sólo mayúsculas, sin puntuación y sin vocales. ¿Se imaginan lo que puede ser traducirla? Si a eso añadimos que se trata de una cultura antigua, poco conocida y distinta al resto (no en vano el judío, fue el Pueblo Elegido), el traducir con propiedad, trasladando el verdadero sentido de las palabras originales, es una tarea ímproba y reservada a los especialistas.
Tan complejo era el asunto, que en Alejandría se reunieron una serie de sabios judíos para traducir los textos arameos al griego de la época, el griego coiné, que era una especie de argot basado en los dialectos del griego original (especialmente en el ático, con expresiones del jonio y dorio) y común a la zona de influencia helénica. Ya hablé de todo esto en “Mariam I y II” (lunes, 16 de febrero de 2009 y lunes, 4 de mayo de 2009, respectivamente). El coiné se escribía sin puntuación, utilizando sólo mayúsculas y lo que sin duda resulta más complejo a la hora de traducirlo, el coiné era un idioma ajeno a la cultura que lo utilizaba, por lo que debía interpretar conceptos para los que no había palabras.
El siguiente paso fue la traducción al latín de esos textos griegos y luego, a las lenguas vernáculas de cada país. En todo este proceso, los traductores han sido debatidos con lupa, las traducciones muy discutidas y aún hoy los eruditos mantienen divergencias de detalle. Además, con la evolución de la ciencia y los descubrimientos arqueológicos, el estudio de la Biblia progresa sin cesar de manos de especialistas rigurosos, pues los no rigurosos se quedan en el camino.
Con estos tres últimos párrafos he querido dar una idea al lector, de lo complejo del asunto, y poder argumentar lo siguiente; ¿se imaginan a un granjero de Oklahoma, recurriendo a su interpretación personal de lo que lee en una traducción en inglés de su Biblia, realizada por no sé que autor? Así salen aquellas 35.000 sectas protestantes.
Ya hemos visto lo suicida de los modos protestantes. Por cierto, nada que ver con los judíos, aunque para mi decepción César Vidal, aquí sin duda con cierta malicia, compare las sinagogas con los protestantes. Vamos a ver ahora las ventajas de la jerarquía en la Iglesia Católica.
Primero, ¡la Tradición y el Magisterio! ¡Qué lujo y qué seguridad da, disponer del criterio de sabios y santos de todo el mundo, que durante dos milenios han coincidido en la interpretación de la Biblia! Cierto que ha habido disensiones, herejías, pero se han dilucidado siempre en el ámbito intelectual y teológico, recurriendo siempre a la interpretación de la Iglesia tradicional. Recurrir a la violencia en la represión de las herejías es un argumento que no está al nivel de esta discusión. La violencia es cosa de los hombres, de todos los hombres, no un recurso de la Iglesia Católica, que ni la ha practicado ni la aprueba, aunque en demasiadas ocasiones sus miembros – violentando la doctrina - la hayan utilizado.
Creo que poder recurrir a autores que han dedicado su vida a la virtud, y desde esa virtud han interpretado la Biblia, es una posibilidad que sólo la Iglesia Católica ofrece. Y no es ser menos, recurrir a Santo Tomás de Aquino o a Santa Teresa de Jesús, es simplemente reconocer la valía y la santidad.
Hasta aquí el sentido común, algo que resulta obvio para creyentes y no creyentes y que deberían ser argumentos suficientes para ver lo errado de las palabras de César Vidal, que justificaban estas líneas.
Pero la Tradición en la Iglesia Católica es más. En palabras de SS Benedicto XVI (Audiencia General. Miércoles 26 de abril de 2006. La Tradición, comunión en el tiempo), “…la Tradición no es transmisión de cosas o de palabras, una colección de cosas muertas. La Tradición es el río vivo que se remonta a los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes…”, “…La Tradición apostólica de la Iglesia consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de la comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu, de la comunión originaria. La Tradición se llama así porque surgió del testimonio de los Apóstoles y de la comunidad de los discípulos en el tiempo de los orígenes, fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en los escritos del Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la fe, y a ella —a esta Tradición, que es toda la realidad siempre actual del don de Jesús— la Iglesia hace referencia continuamente como a su fundamento y a su norma a través de la sucesión ininterrumpida del ministerio apostólico.”
Esto no es una entelequia. En la “carta de edificación” de la madre Mª Cruz de la Santísima Trinidad, carmelita descalza, mujer santa que vivió en ambiente de santidad, nos dice Mª Paloma de San José, priora del Carmelo en que la madre pasó 59 años: “Nos inculcaba la doctrina de nuestros Stos. Padres, buscando transmitirnos la esencia de su espíritu para que lo viviéramos en nuestro comportamiento. Todo su esfuerzo lo ponía en nuestra fidelidad a la oración. “No olviden que su fuerza es la oración”.
Segundo, la capacidad de comprender los Textos Santos. La jerarquía de la Iglesia Católica está basada en su correcta interpretación. Cualquiera puede coger un Nuevo Testamento, leer con mayor o menos atención y, luego, discurrir sobre ello. Es bueno ese ejercicio de adquirir cultura pero, realizado sin más, resulta completamente inútil. Es el ejercicio de los protestantes. Algunos son ciertamente diligentes en la lectura de la Biblia. Y la repasan. Y se la aprenden. Pero ocurre como con la pintura, que se puede tener buena escuela y buena traza y, a pesar de ello, pintar cuadros sin alma, cromos; para que sea arte necesita, además, alma.
Leer con provecho. De nuevo recurro a SS Benedicto XVI (Audiencia General del miércoles 21 de octubre de 2009), cuando recordaba a San Bernardo de Claraval: “sin una fe profunda en Dios, alimentada por la oración, la contemplación y la unión íntima con el Señor, la reflexión sobre los misterios divinos corre el riesgo de quedarse en un ejercicio intelectual vano y poco convincente”.
Tampoco se precisa ser creyente para comprender que el mero ejercicio intelectual de estudiar un libro, no lleva más que a la recompensa intelectual de desmenuzar ese libro, pero no obtener mayor provecho de él; he leído varios libros de taxidermia y creo que he asimilado la técnica, pero nunca la he puesto en práctica porque no tengo disposición para ese oficio, no “siento” el oficio, no sintonizo con él y, por consiguiente, no he podido captar ese aspecto “afectivo” que sin duda los autores habrán puesto en sus obras. No he perdido el tiempo con esas lecturas, pero tampoco haré ciencia con ellas.
Traslade el lector este mal ejemplo a la lectura de, por ejemplo, el Nuevo Testamento. Será simplemente un libro de historia para el lector de corazón espeso o algo incomprensible para un lector duro de corazón. Pero sin duda tendrán esos lectores más oportunidades de entrar en el Misterio, si un corazón puro de lectura piadosa, transmite el Mensaje en un lenguaje personalizado.
Para mí, persona mediocre de corazón disperso, resulta edificante y tranquilizador el poder resolver las dudas que me surgen de las lecturas bíblicas, recurriendo a los Padres de la Iglesia o al discurso actual de personas que sin duda tienen la disposición que requería Bernardo de Claraval, personas como Juan Pablo II El Grande o Benedicto XVI. Eso da la jerarquía en la Iglesia Católica.
Y como tercera razón para confiar en la jerarquía de la Iglesia Católica, citaré una que gustará a César Vidal y a tantos que tanto envidian a esa Iglesia única. Me refiero a la represión. La jerarquía en la Iglesia Católica actúa como elemento represivo, naturalmente desde el punto de vista de las ideas. ¿Es eso malo?
Como la madre que regaña a su hijo cuando éste hace algo inadecuado, el católico es el hijo de una Madre afectuosa y celosa de su deber. El hijo no entiende por qué es regañado, pero si confía y obedece, cuando pasa el tiempo y crece en razón, se da cuenta de que aquella regañina era buena. Así ocurre con el católico, que se aventura en la interpretación sin base de palabras que cree entender, que la Iglesia le dice “no es eso”. Si el católico persevera en el conocimiento y en la oración, siempre acaba percatándose, en su completa libertad, que efectivamente aquello que parecía no era y la verdad estaba en la enseñanza que entonces no entendía. Si la enseñanza es la Verdad, el discípulo nunca se verá defraudado. La mentira tiene los pies de barro.
Leía hace poco una novela histórica sobre la vida de San Antonio María Claret (Silke Porta. “El tejedor de Dios”. Ed. Claret. Barcelona. 2008)). Ignoro si la anécdota forma parte de la historia o de la novela, pero sea lo que fuere, es afortunada. Siendo San Antonio jovencillo y teniendo que aprender un catecismo que no entiende en los conceptos, y en ocasiones ni en las palabras, el maestro le dice que persevere en el aprendizaje, aunque no entienda lo que aprenda, porque “con las verdades de las religiones, sucede lo mismo que con los capullos de las rosas,… Acaban brotando con el tiempo”.
Me consuela saber que esa coacción pacífica de la Iglesia Católica, es una garantía para evitar optar por veredas inadecuadas que lleven a los sueños de la razón. Y es mi experiencia personal, que no hay concepto que no entendiera que, con el tiempo, no se haya demostrado como buena la enseñanza que al respecto da la Iglesia Católica.
Recomiendo al lector que huya de los comentarios triviales o subliminales, aunque provengan de personas que, en principio, tenemos por honradas intelectualmente. César Vidal no pudo resistir la tentación de una alusión demagógica e incierta, para contrarrestar el efecto positivo de la noticia sobre la actitud pública, decidida y coherente de la Iglesia Católica sobre un tema tan sangrante como el aborto en España. En ese momento Vidal dejó de ser un profesional de la comunicación, para transformase en un catequizador vergonzante.
Por lo que a mí respecta, eso no invalida las evidentes dotes intelectuales y periodísticas de César Vidal, pero me lo ha bajado de la peana. Creí que era único, pero he visto que es uno más. También en este caso debería haber escuchado con más atención la opinión de la Iglesia que, aunque falible en asuntos menores, suele tener la razón.
Me he alargado mucho, apreciado lector. Pero no importa. Si te ha aburrido y lo has dejado a medias, es que no estaba escrito para ti.