Hasta ahora hemos visto que:
1. Probablemente estamos en un momento de cambio climático en el planeta.
2. Que el CO2 no es el principal responsable de ese fenómeno, a pesar de que muchos medios, soportados por la ciencia oficialista, ha intentado hacérnoslo creer.
3. Que esa farsa ha sido un gran negocio para algunos.
4. Que la ciencia se maneja con cierta facilidad desde el poder.
5. Que el origen del cambio climático no está en la actividad del hombre.
Desde la ciencia independiente, muchas voces han hablado razonablemente sobre este asunto. Desde el prestigioso Museo de Geología del Seminario de Barcelona, que el otro día apareció en este blog de la mano del diario Avui (“Darwin y la Iglesia Católica”, miércoles, 4 de noviembre de 2009), se difundió un opúsculo titulado “Sobre el cambio climático. Guión sobre una exposición demostrando que es un error que el hombre pueda cambiar el clima” (Barcelona, 14 de noviembre de 2007), que por su brevedad (20 pp.) me gustaría transcribir, pero que no lo hago por temor a vulnerar algún derecho de autor (en la contraportada interior hay un correo de “pedidos y tarifas”: almeracomas@hotmail.com).
No me interesan aquí los detalles de la teoría del cambio climático, sino el fondo de la cuestión. Y ese fondo, es una gran mentira basada ¿en objetivo de enriquecimiento personal de algunos?, ¿en el deseo de hipotecar el desarrollo industrial de algunas naciones?...
No, todo eso me parece poco y además hay otros caminos para conseguirlos, caminos más directos y que no exigen el compromiso de implicar al mundo científico, con el grave riesgo de desprestigiarlo, como ha ocurrido.
Tengo el convencimiento de que el interés de achacar la causa del cambio climático al hombre, está en pretender demostrar que el ser humano posee la impresionante capacidad de alterar drásticamente el planeta. Eso hace que el hombre deje de ser un pequeño David, con todo su mérito, para transformarse en un gran Goliat, que vence a otro Goliat; nada es imposible para el hombre.
Llega aquí el momento de hacer referencia a la última palabra del título de estos tres artículos que han versado sobre “La ciencia, el cambio climático y la evolución”; la evolución.
El domingo 12 de octubre de 2008, publicaba en este blog un largo artículo titulado “El Génesis y el origen del universo y de la vida”. Entre otras cosas, escribía:
“…En 1860 Carlos Marx escribió a su colaborador Federico Engels, en relación a la aparición de la obra de Darwin The origin of species (5); “…este es el libro que contiene el fundamento histórico natural de nuestros puntos de vista…”(6). El mismo Marx, en una carta a Lassalle, le dice: “… La obra de Darwin es más importante, y sirve a mi propósito en cuanto ofrece una base, desde la ciencia natural, a la histórica lucha de clases. Uno, sin embargo, debe tener en cuenta esa pesada forma inglesa de argumentar. A pesar de todas las deficiencias, aquí encontramos, por primera vez, que la teleología (7) en la ciencia natural no sólo ha recibido un golpe mortal, sino que tiene un significado racional que se puede explicar empíricamente…” (8). En su euforia utilitarista, su mala fe y su evidente falta de escrúpulos, Marx se equivocaba de bulto. Por lo demás, sobran las palabras…”.
Para aquel naciente instrumento de control del pensamiento que era el comunismo, no importaba la veracidad mayor o menor de la teoría de la evolución, sino la idoneidad de su contenido para instrumentalizarlo. Los poderes fácticos que guiaba a Marx decidieron hacer viable a toda costa la teoría de la evolución. Incluso a costa de la ciencia y, desde luego, de la verdad. Se trataba, como decía Marx a sus colegas, de montar un mundo sin Dios, rompiendo un sentimiento connatural al hombre.
La teoría de la evolución, tal como la tiene planteada la ciencia oficialista, está cada día más en crisis, desde dentro por lo inconsistente de sus planteamientos y desde afuera, por la presión de los nuevos descubrimientos que no avalan sus tesis y por nuevas teorías que intentan llenar con mayor o menor éxito los huecos de aquella. Por eso, la imagen del hombre prepotente, nacido de sí mismo y dueño de su destino, que presentaba la teoría de la evolución y que cada día está más en cuestión, se podía reforzar ahora por un hombre capaz de alterar el planeta con su actividad industrial, capaz de provocar un cambio climático. Para la teoría materialista, era vital dar nuevas fuerzas a la idea del hombre autosuficiente.
Pero hoy el mundo es mucho más complejo que cuando Marx urdía sus miserias a mediados del siglo XIX. Y mientras la inconexa teoría de la evolución tendría dos siglos para mal cuajar en la sombra, la del cambio climático se vio cuestionada desde el primer día para que hoy, gracias a un pirata de la informática, haya salido a la luz la mentira y sus cómplices.
Eso no impedirá que el materialismo y sus tontos incondicionales, sigan con la misma canción. Pero muchos que han vivido todo el proceso de la mentira del cambio climático, entenderán que no son ellos los que no llegan a entender la teoría de la evolución, que a primera vista parece verosímil pero que en su detalle es incongruente, sino que tanto la teoría de la evolución, como la teoría del cambio climático, en sus versiones oficialistas, son simplemente instrumentos de una doctrina que avanza pisoteando la verdad.
No hay que cejar en el estudio. Preguntar y entender. Y como norma, desconfiar de lo que dice el poder. Un ejemplo para acabar: El gobierno español del socialista Rodríguez, lleva meses abriendo telediarios contabilizando los muertos por la gripe A. Creada la psicosis y mantenida con la contabilidad de víctimas, ya con niños sanos, siguió machacando para inculcar la necesidad imperiosa de vacunarse contra esa gripe. Clima de terror y la panacea para librarse de él. Pues bien, hace unos días supimos los ciudadanos, que el gobierno del presidente Rodríguez, había comprado a una multinacional de la farmacología ¡25 millones de vacunas más de las necesarias! Los médicos del pesebre no han puesto una sola pega a la campaña de psicosis. El negocio es el negocio y, al fin y al cabo, para esa gente sin conciencia – ¡la conciencia, invento judeocristiano! –, la ciencia es un instrumento de poder.