Cada día leo en páginas católicas, verdaderos disparates sobre la forma de actuar de personas públicas que se presentan como cristianas. La verdad es que esas personas me escandalizan, no por la torpe manipulación que hacen de la doctrina cristiana, sino por su maldad (si actúan mal a conciencia) o por su estupidez (si hablan por boca de ganso). Creo que más por lo segundo.
Con los recursos de información que tenemos hoy en día, es de escándalo la presencia, en el escenario de los medios, de tanto deslenguado que habla de oídas en lugar de callar.
La Navidad es un buen momento para buscar respuestas a asuntos fundamentales de la religión cristiana. Se me ocurren algunas preguntas, tras aguantar otro año a los cansinos empeñados en que se deje de celebrar esta Fiesta (los socialistas españoles, paradigma de la estulticia y de la pobreza intelectual, quieren rebautizarlas como “vacaciones de invierno”):
1. ¿Esto de la Navidad no es un cuento para niños o una metáfora?
2. En cualquier caso, ¿porqué celebrarla?
3. ¿Qué coherencia tiene que nazca un niño, Jesús, que es “hijo de Dios”?
4. Insistir con tanta tenacidad en la virginidad de María, la madre de Jesús, ¿no es menospreciar el papel de una madre? ¿son indignos el matrimonio y la maternidad natural?
Mis respuestas son las siguientes.
A la pregunta 1, “¿Esto de la Navidad no es un cuento para niños o una metáfora?”, respondo: Hace 2009 años nació un niño llamado Jesús, según citan textos reconocidos como históricos por los historiadores solventes. He documentado este hecho en el blog en muchas ocasiones y el lector puede informarse en fuentes solventes sobre esta circunstancia histórica. Sólo los ignorantes recalcitrantes, los maliciosos o los nacionalistas, ignoran la historia. No se necesita ser cristiano para entender esto, sólo saber leer con comprensión.
A la pregunta 2, “En cualquier caso, ¿porqué celebrarlo?”, respondo: Ese niño, cuyo nacimiento y vida están documentados históricamente, cambió el mundo en el sentido de hacerlo más humano, a pesar de los hombres. El mundo ha celebrado esta pacífica circunstancia durante más de dos mil años, y no parece que haya ninguna razón de peso para cambiar tal situación, sólo el inconsistente afán iconoclasta de unos pocos políticos que se sorben los mocos y se llenan los bolsillos a base de aportar “ideas rompedoras”. No veo la razón de dejar de celebrar aquel tan buen nacimiento. No se necesita ser cristiano para entender esto, basta con no ser un cencerro.
A pregunta 3, “¿Qué coherencia tiene que nazca un niño que es hijo de Dios?”, respondo: He defendido en este blog la coherencia del cristianismo, al margen de que el espectador sea o no cristiano. El nacimiento de Jesús en una prueba de ello. Me explico.
Al cristiano, el Génesis le dice que Dios creó el universo y la vida que hay en él, siguiendo una determinada pauta. Pero al final, al crear al hombre, rompió esa pauta. Formó una figura de barro y sopló sobre ella, infundiéndole su ánimo, su divinidad. Materia, común a toda la creación, y alma, como carácter distintivo. Después hubo un episodio de desencuentro, por culpa del hombre, y Dios lo despachó de su lado.
Pasaron generaciones y Dios dejó al hombre a su aire. Pero dos mil años antes de nuestra era, decidió – no sabemos porqué – elegir a un grupo de hombres y relacionarse con ellos. Trabó relación con el pueblo judío - quizás por que no celebraban sacrificios humanos, como sus coetáneos, no lo sabemos – y empezó lo que conocemos como Antigua Alianza, entre Dios y el pueblo judío.
Dios es incomprensible y el hombre muy especial, por lo que la relación no fue fácil. El Antiguo Testamento da prueba de ello. Tras dos mil años de Alianza, Dios decidió dar un paso más de acercamiento al hombre, paso que anunció por voz de los profetas judíos, cómo también se lee en el Antiguo Testamento.
La forma que eligió Dios para acercarse al hombre fue dejarse conocer. Pero como la idea de Dios no cabe en la mente humana, debió hacerlo a través de alguien que sí cupiera en ese limitado cerebro. La elección fue enviar a su Hijo, con naturaleza humana. Dios decidió decir al hombre lo que esperaba de él y cómo debía y debe comportarse, a través de su Hijo que, cómo hombre, puede hacerse entender por los hombres.
Con Jesús nació la Nueva Alianza, una relación más íntima entre el Dios incomprensible y el hombre terrenal, pero con un soplo divino. Cuando Dios creó al hombre dándole ese toque divino, realmente divino, es de suponer que lo hizo pensando en que quería algo más del hombre que el que fuera mero actor de la Creación. De hecho le dio el cielo en la tierra, pero el hombre se lo echó a la cara. Es razonable, que siendo Dios caritativo, perdonase y quisiese volver a hacerse el encontradizo para ofrecer de nuevo el cielo al hombre; primero llama al hombre, establece una Alianza con él y cuando después de dos mil años esa Alianza flaquea por la testarudez y el mal uso que de su libertad hace el hombre, todavía le envía a su Hijo, advirtiéndole, eso sí, que es la última oportunidad.
El nacimiento de Jesús, Dios y hombre, dos naturalezas en una sola persona, es perfectamente coherente en la doctrina cristiana. Puede no creerse, pero no hay argumentos sólidos para negar esa coherencia doctrinal. Tampoco hay que olvidar que es un tejido que se ha hilado en miles de años, lo que no sólo es un prodigio de coherencia, sino un entramado intelectual muy por encima de las meras posibilidades del hombre. No hay en la historia de la humanidad una relación tan íntimamente trabada en las ideas y en los siglos, como el cristianismo. Lo que ya de por sí es un toque sobrenatural.
A la pregunta 4, “Insistir con tanta tenacidad en la virginidad de María, ¿no es menospreciar el papel de una madre? ¿son indignos el matrimonio y la maternidad natural?”, respondo: Siempre me ha fastidiado ese estigma como de suciedad, que parece que muchos cristianos españoles dan al matrimonio – con la boca pequeña te callan diciendo “también es un Sacramento” -, como si el instinto sexual no hubiera sido creado por Dios, al tiempo que la forma de gestionarlo. Por eso, no puedo entender la circunstancia del nacimiento virginal desde el punto de vista del sexo, es decir, María podría haber dado a luz como cualquier mujer, sin dejar de ser la madre de Dios.
Pero no es menos cierto que el nacimiento virginal es un signo que diferencia. Es comprensible para nuestras mentes, que Dios decidiera en Jesús un nacimiento extraordinario, no por desprecio al sexo, que Él creó, sino como evidencia para la nublada mente humana, de que en aquel nacimiento había algo especial. La historia muestra que ni aún así, ni aún luego con la Resurrección, el hombre aclaró su mente. Pero los hechos lo son a pesar del hombre, y el hombre fue creado libre, también para creer.
Ya he citado en este blog textos y otros argumentos sobre la virginidad de María, basados en la fe católica y en el sentido común. No me alargo para no repetirme.
En conclusión, la Navidad rememora un feliz acontecimiento histórico de alcance universal e intemporal, que viene siendo reconocido como tal por una buena parte de la humanidad, desde hace más de dos mil años. Por muchos hombres, creyentes o no, amantes de la paz y del amor. Para los cristianos el protagonista de ese acontecimiento fue Dios.
Todos los excesos consumistas, las tensiones y los agobios, que se padecen en esta celebración, no sólo no son Navidad, sino que son aspectos diametralmente opuestos a la Navidad. No puede salir de dónde no hay, y siendo tan escasos, por no alimentados, el amor y la paz, es razonable que la verdadera Navidad esté en crisis en algunas sociedades. Cultivar todo el año los valores de la paz y del amor cristiano, nos preparará para celebrar una verdadera Navidad.