No quiero dejar de recordar lo que decía al final de “Navidad”:
“Todos los excesos consumistas, las tensiones y los agobios, que se padecen en esta celebración, no sólo no son Navidad, sino que son aspectos diametralmente opuestos a la Navidad. No puede salir de dónde no hay, y siendo tan escasos, por no alimentados, el amor y la paz, es razonable que la verdadera Navidad esté en crisis en algunas sociedades. Cultivar todo el año los valores de la paz y del amor cristiano, nos preparará para celebrar una verdadera Navidad.”
Estos días empieza el año y con él debemos alimentar el amor y la paz que nos permitan celebrar dignamente la próxima Navidad.
Por eso, como hábito, es bueno llevar monedas en el bolsillo por si algún indigente nos para, o nos aborda en el semáforo, pidiéndonos algo; siempre démosle una sonrisa y unas monedas (no de céntimos, ¿vale?).
Si crees en sus acciones, aunque no seas creyente, colabora económicamente con la Iglesia Católica y con sus organizaciones sociales, asistenciales y misioneras. No sólo en la declaración de la renta. En lo que puedas. El dinero es un buen termómetro del amor.
Como hábito, pensemos en quien nos caiga peor y deseémosle el bien. De corazón, no de boquilla. Al principio cuesta, pero luego gusta. A veces hay que guardar distancias, pero eso no quita que le deseemos el bien.
En todos los conflictos, hay razones y sinrazones en todas las partes implicadas. No alimentemos odios en nuestro corazón. Una postura firme hacia algo no nos debe implicar violencia de ánimo, ni física.
Hay que denunciar y evidenciar el mal. Con argumentos, con razones y a por todas, pero sin que el odio o la violencia llegue a anidar en nosotros. Ojo, que no es fácil…
En fin, cada uno sabrá lo que debe hacer. Pero si no ponemos ya manos a la obra, la próxima Navidad puede ser otra fiesta de Carpantas, agobiados y manirrotos.
Y si por alguna circunstancia ajena no llegásemos a la próxima Navidad, de ninguna manera habríamos perdido el tiempo con tan saludable ejercicio de caridad.