Por las noches, ya en la cama, suelo leer un fragmento del Evangelio.
Se sea creyente o no, es una lectura apasionante, sobre todo si se intenta recrear en la imaginación la escena histórica que se está leyendo.
La otra noche, leí el pasaje de Juan 8, 1-11, donde el evangelista narra la actitud de Jesús ante lo que hoy llamaríamos una situación extrema, en la que está en juego la vida de una mujer adúltera.
Antes de entrar en el tema, debemos recordar que la mujer era en aquellos tiempos poco menos que un objeto. Jesús predicó en contra de ello, pero su mensaje ha sido desoído por muchos hasta la actualidad.
Bien es cierto que en la ley mosaica judía quedaba un atisbo de respeto hacia la mujer pues, por ejemplo, el varón, para divorciarse, debía pasar por el trámite de redactar un libelo de repudio (aunque las mujeres no podían repudiar al marido).
Pero lo cierto es que la mujer no era nada y, en el caso de la escena que veremos a continuación, era reo de muerte por haber sido sorprendida en adulterio.
Según la Ley Mosaica (Lev 20, 10-11, Dt 22, 22), también el hombre que yaciera con ella debía ser ajusticiado, pero esta práctica no debía estar en uso pues a Jesús le traen a la mujer, no al hombre.
Quienes acusan a la mujer son un número indeterminado de escribas y fariseos. ¡Casi nada!; la quintaesencia de la sociedad judía de entonces, cancerberos de la pureza del pensamiento judío. Enemigos peligrosos para los herejes.
El suceso acaece de la siguiente forma: "Jesús se marchó al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó otra vez en el templo, y todo el pueblo venía a él. Y habiéndose sentado, les enseñaba.
Traen los escribas y fariseos una mujer sorprendida en adulterio, y habiéndola puesto en medio, le dicen:
Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante delito de adulterio. En la ley, Moisés nos mandó que a semejantes mujeres las apedreáramos; tú, pues, ¿qué dices?
Esto decían tentándole, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose hacia el suelo, escribía con el dedo en la tierra. Mas como ellos persistiesen preguntándole, se irguió y les dijo:
Quien de vosotros esté sin pecado, sea el primero en apedrearla. E inclinándose de nuevo hacia abajo, escribía en la tierra.
Ellos, como esto oyeron, se iban retirando uno a uno, comenzando por los más viejos; y quedó solo Jesús, y la mujer de pie en medio. Alzando Jesús la cabeza, le dijo:
Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó? Ella dijo:
Nadie, Señor. Dijo Jesús: Tampoco yo te condeno: anda, y desde ahora no peques más".
Jesús está en el templo, probablemente y como es habitual en sus prédicas en el patio de los gentiles, rodeado de gente que le escucha, y que este día serán testigos de lo que va a suceder.
Se acerca un grupo de personas, probablemente algo alborotadas, al lugar en el que Jesús está enseñando. El pueblo que le rodea y le está escuchando, advertido de lo que llega, se apresura sin duda a dejar sitio, pues la comitiva la encabezan escribas y fariseos, respetados y quizás temidos por muchos.
Pueblo y comitiva forman un corro, un vacío, al que los recién llegados empujan a una mujer que, dócil, se queda en pie y callada. Escribas y fariseos presentan a la mujer como adúltera y preguntan a Jesús si la han de matar o no.
El asunto es complejo. Si dice que sí, no es el Jesús que conocemos, ¿cómo puede el buen Jesús abogar por la lapidación de una infeliz?
Esta razón no se la planteaban entonces, pero el Evangelio es intemporal, y dos mil años después de aquel suceso, sí nos la planteamos, y nos rechinaría un Jesús abogando por la muerte de la adúltera.
Pero eso no es todo. Los escribas y fariseos le están planteando a Jesús una cuestión insidiosa (“Esto decían tentándole, para tener de qué acusarle”);
si Jesús dice que deben lapidar a la mujer adúltera, siendo coherente con le ley de Moisés, comete un delito grave del que puede ser acusado frente a los romanos, pues en ese momento histórico los judíos están bajo dominio romano, y la ley romana prohíbe a los judíos ajusticiar a nadie (Jn 18, 31).
Por otro lado, si Jesús dice que no ejecuten a la mujer adúltera, se le puede acusar de dar prioridad a la ley romana sobre la de Moisés y, además, de ser contradictorio con su predicación, pues decía venir a actualizar la ley de Moisés, no ha derogarla y además, insistía en la obligación de amar al prójimo.
El lector puede pensar en mil respuestas que Jesús podría haber dado a esta trampa, pero lo que ocurre es desconcertante, prueba de que el evangelista describe un hecho histórico.
La actitud de Jesús frente al problema y al pecado que le presentan, parece ser de evasión; se pone a escribir con el dedo en el suelo. No a garabatear, que no exige ninguna disposición intelectual, sino a escribir, aunque San Juan no nos dice qué escribía.
Antes de seguir, debo decir que me llamó la atención el hecho de que Jesús escribiera “con el dedo en la tierra”. El patio de los gentiles, donde sin duda Jesús estaría enseñando, estaba enlosado en el proyecto del templo.
Pero parece que está claro que Jesús escribe en la tierra, no en el polvo que pudiera haber sobre las losas. Quizás esta aparente contradicción esté resuelta por la vía semántica, como tantas otras, pero creo que no es necesario llegar a ella:
Las labores de reconstrucción y ampliación del Templo – que es el Segundo Templo, conocido como templo de Herodes duraron 82 años, para ser destruido por los romanos (tal como profetizó Jesús) ocho años después de su finalización; concretamente, Jesús fue crucificado en el 33 d. C. y el templo se finalizó en el 62 d. C. ( para ser destruido en el 70 d. C.).
El patio de los gentiles rodeaba al templo y, a su vez, estaba circunvalado por murallas. Es decir, que fue lugar de tránsito y trasiego de los 10.000 obreros y sus pertrechos, que se estima participaron en las obras, durante casi un siglo.
Concluyo que es razonable suponer que el patio se enlosaría al finalizar los trabajos duros de reconstrucción y ampliación, mucho después de la muerte de Jesús, por lo que en este tiempo habría tierra en el suelo.
Jesús escribe, en la tierra, displicente. Esa es la idea que me he hecho de la lectura del texto evangélico. Quizás escribe en relación a la situación. Hoy, todavía no lo sabemos.
Pero no está ausente, como pueda parecer, y da una respuesta que deja descolocados a escribas y fariseos, la élite religiosa de esa sociedad, personas quizás soberbias y duras de corazón en su mayoría, pero sin duda cultivadas;
En su respuesta Jesús no niega la Ley de Moisés, y acepta que la mujer sea lapidada, pero sólo por quien tiene autoridad para lapidarla; el que esté libre de pecado.
Todos los presentes saben, que esa condición sólo la reúne Dios.
Jesús ordena sin autoritarismo, pero con tal autoridad, que no queda más opción que obedecerle: “Quien de vosotros esté sin pecado, sea el primero en apedrearla”.
Lo dice de forma pausada, incluso descuidada, mientras se entretiene escribiendo en la arena. Jesús no es socialmente nadie frente a escribas y fariseos, no es juez, pero su palabra es Ley para todos.
Pone la piel de gallina pensar en la presencia que debía de tener aquel Hombre, que con una mera observación frena la intención de un grupo de personas de tanta autoridad y peso social. Porque no es un fariseo el que le interroga, sino varios escribas y fariseos - seguro que más de tres tal como lo escribe San Juan - por lo que podían darse soporte moral entre ellos y actuar con mayor fuerza.
A lo que se debe sumar la fuerza bruta de los guardias y de los que les acompañaran, incluidos los testigos del adulterio – dos como mínimo –, con lo que deberían formar una cuadrilla respetable.
Viene luego la reacción de los presentes: Los acusadores, “se iban retirando uno a uno, comenzando por los más viejos”.
Los más viejos son los primeros en reaccionar. San Juan testifica que la mayor sensatez está en los mayores, que aquí entienden su fracaso y dan ejemplo retirándose discretamente. Dada su prepotencia, veo en esa actitud de los escribas y fariseos, un signo de honradez.
Imaginemos por un momento que en lugar de escribas y fariseos, los acusadores son políticos y sindicalistas de la España de hoy... sin comentarios. No en vano el judío fue el Pueblo elegido y en España esos pretenden retirar los crucifijos de la vida pública.
El final de este encuentro, es lo más desconcertante y sublime del episodio; el diálogo entre Jesús y la adúltera. Es una escena de dulzura balsámica. La adúltera, que hace unos instantes iba a ser lapidada, está frente a un Hombre, que sin más argumento que su presencia, casi sin palabras y sin gestos, la ha librado de una muerte terrible.
La mujer no debe entender nada. Sólo dice, de pie en medio del pueblo que escuchaba a Jesús y sin un solo acusador, “nadie, Señor”, cuando Jesús le pregunta quien la acusa.
La adúltera está sin palabras. Nada dice, salvo para responder escuetamente a Jesús.
Su desconcierto debe ser tal, que ni pide perdón por su pecado, ni da las gracias, ni se va, ni llora, ni se postra cuando pierde las fuerzas, que le ha dado la tensión emocional de verse muerta a pedradas.
Quizás no es ni adúltera y simplemente se ha prestado a aquella farsa. En este caso, le debe inundar la vergüenza y la culpa, sintiendo su alma desnuda ante aquel Hombre santo al que quería comprometer.
Pero Jesús, que sabe, la perdona. No es necesario que ella se lo pida con palabras. Su amor por aquella mujer pecadora, dócil e indefensa es tal, que la perdona sin que ella hable. También perdona a desesperados que le gritan pidiendo ser curados, y a poderosos que se manifiestan arrepentidos. Pero no es lo mismo. Este perdón es uno de los más dulces que recuerdo haberle oído a Jesús. El perdón infinito a una débil y desconcertada representación de la humanidad más olvidada.
San Juan ya nos dice que “esto decían tentándole, para tener de qué acusarle”. Jesús Hombre, sin duda, lo comprendió sólo con verlos venir.
Pero eso no altera nada de lo comentado. Jesús está enseñando al pueblo, que sin duda en todo momento era ajeno a aquel enredo - si realmente lo fue - pues no podían imaginar a los respetados escribas y fariseos, mintiendo como bellacos.
Jesús utiliza la situación para enseñar - al que escucha inocente - que sólo Dios tiene autoridad para matar, y que el perdón es gratuito.
Epílogo. Estas líneas las escribí la mañana del domingo 21 de marzo de 2010. Para mi sorpresa, la lectura del Evangelio de ese día fue el mismo sucedido que comento aquí. Esperé con interés la plática del cura, que tengo por hombre erudito y pedagógico, para ver cómo comentaba el texto.
Entre otras cosas, comentó que “algunos” piensan que Jesús estaba escribiendo los pecados de los acusadores. No doy crédito a esa opinión.
Huelga el comentario.
También comentó que el hecho de que los primeros en retirarse fueran los ancianos podía ser, según algunos, porque al tener más años eran los que más pecados tenían, y temían que Jesús, al que consideraban profeta y podía tener acceso a sus pensamientos, los denunciara en público, poniéndolos en evidencia.
No me parece esta una explicación adecuada, pues es absurdo relacionar la cantidad y calidad de los pecados con la cantidad de años y más, en personas piadosas como eran los escribas y fariseos, que se esmeraban en cumplir la Ley y en lo que no la cumplían, era porque estaban totalmente ofuscados. Tampoco consideraban a Jesús como profeta, pues de ser así no lo hubieran perseguido con desprecio primero y saña después; los que más, lo consideraban como rabbi o maestro, apelativos que se daba a los escribas.
Además, no me viene a la cabeza ningún momento en que Jesús utilizara la vil coacción como argumento; podía llamar sepulcros blanqueados a los fariseos, pero sin personalizar, y menos entrar en detalles y divulgar los pecados íntimos de su interlocutor. Sin precedentes, aquellos acusadores no debían tener miedo de esa represalia y menos, miedo en relación directa con su edad.
Creo que aquellos fariseos ancianos eran más sabios que los jóvenes, y esa sabiduría les hizo ver el valor de las palabras de Jesús y atisbar, aunque fuera un instante, que tenían delante a alguien que era más que un Maestro.
Posdata
a miércoles, 26 de agosto de 2020.
Hacía
días que no intervenía en el blog y buscando una entrada para enlazarla
con la de hoy, he caído en esta. Me
ha chocado lo pequeño de la letra y que no había puesto un punto y aparte en
toda la entrada, con lo que quedaba un texto enormemente denso.
No
sé querido lector si la habías abordado ya. Si es así te felicito. Gracias.
Pero
he probado a esponjarlo más, sin alterar nada. Lo dejo así de prueba y de
mantener la opinión, dentro de unos días empezaré a ensayar la maniobra en
otras entradas que veo igual de densas.
No
he podido con la letra, a pesar de utilizar el tamaño “grande” y verla
efectivamente así en la maqueta, aunque luego en la edición aparece pequeña.