Siempre me ha llamado la atención la tendencia de buenas personas e incluso de buenos sacerdotes, a inclinarse hacia formas de
pensamiento de izquierda. No ya a acercarse a la teología de la liberación, que
sería una postura extremista - incluso diría que herética – sino a fórmulas más
edulcoradas - aunque en el fondo totalitarias y violentas - como pueda ser el
socialismo español. No podemos olvidar que un enclave importante de la
oposición al franquismo estaba enraizado en la Iglesia Católica. De hecho, ahí
estaba la única oposición valiente – y desde mi punto de vista equivocada
aunque bien intencionada – al régimen del general Franco.
Mi primera reflexión es: ¿Por qué atrae tanto la izquierda a
los católicos? Y una segunda reflexión, que dejo al lector porque yo no la
trataré aquí, sería: ¿Ocurre lo mismo con los protestantes? Respecto a esto
último, solo quiero decir que si yo fuera César Vidal diría que no, que la
izquierda violenta y totalitaria sólo atrae a los católicos vagos e incultos,
no a los eruditos protestantes, aunque sea cierto que la masonería, que dirige al
socialismo, tenga buen asiento en el mundo protestante. Sin embargo, para bien
de ambos, no soy César Vidal.
Ese mimetismo de las ideologías de izquierda con la Iglesia Católica
ha confundido a personas de buena fe, incluso a religiosos, que se han apuntado
a la doctrina socialista pensando que es lo que parece. Pero nada más lejos de
la realidad.
El socialismo carece de valores trascendentes y la única
forma de que un empresario no explote al obrero, de que un político no se
corrompa o de que una sociedad viva en armonía, es la prevalencia de esos
valores. ¿Cómo voy a respetar al obrero, al ciudadano o a mí mismo, si no tengo
la convicción de que ese obrero, ese ciudadano y yo mismo, tenemos la misma
dignidad, que transciende a esta vida? Porque es evidente a los ojos del mundo,
que un empresario de éxito es más listo y mejor inversión que un infeliz
limpiabotas; sólo puede haber firme convicción de respeto al débil cuando esa
visión mundana se tenga como secundaria e intrascendente y prevalezca la
trascendente de igual dignidad al margen de las capacidades materiales o
intelectuales.
Todos los hombres nos regimos por valores. Cuáles son esos valores nos lo dicta la
razón y el estudio objetivo de la historia del hombre. Son los valores que
rigen de forma ancestral el comportamiento humano, la ley natural, esa ley que nos
dicta, sin que nos lo digan, que matar no está bien, ni lo está el robar ni el
fornicar. ¿Qué muchos han matado, robado y fornicado?, sí, efectivamente, pero
sabían que obraban mal. Esa conciencia de la ley natural ha producido la
civilización occidental de la que todos presumimos. Cuando esa conciencia
falta, la sociedad se sume en el caos, porque la represión no basta para acabar
con el asesino, hace falta que todos, asesinos que somos en potencia, tengamos
conciencia de la maldad de la violencia. Un ejemplo que hemos vivido fue la
doctrina del “pelotazo” que el socialista Felipe González impuso durante casi
tres décadas en la sociedad española; la sustitución del beneficio como fruto
del trabajo tenaz y honrado por el enriquecimiento rápido (lo que se bautizó
como “pelotazo”), fruto de la corrupción y del abuso. Esa pérdida del sentido
natural del trabajo por el intrascendente y antinatural del “pelotazo”, fue el
origen último de la crisis que sufrimos hoy.
Si el lector quiere otro ejemplo gráfico, le he traído a la
cabecera de este artículo un montaje que he preparado con tres carteles de la
izquierda española del 36, la que con tanta añoranza reivindica la izquierda
actual. Esa izquierda, la misma de hoy, que con tanta pasión llamaba a proteger a
los infantes – podría ser la propaganda de una parroquia de hoy o la cabecera
de una manifestación antiabortista de Arsuaga o Arnal – es la que encabeza el
genocidio abortista de la España contemporánea y la que quiere que la legalidad
de matar se extienda a los primeros días después del nacimiento. Si yo fuera
ciegamente de izquierdas, temblaría de emoción al ver los instintos maternales
de mi izquierda. Pero como no estoy ciego, no soy de izquierdas, y veo que esos
sentimientos son sólo tramoya, que no están respaldados por una convicción
cierta y con fundamento, como deja en evidencia la realidad. Desgraciadamente,
hay mucha buena gente ciega.
Cuando hablo de estos valores, no hablo sólo de catolicismo.
Cualquiera con un mínimo de cultura verá que van más allá en el espacio y en el tiempo. Hablo de unos presupuestos
que han regulado la vida del ser humano desde su origen, dando lugar hace
cuatro mil años al nacimiento de nuestra civilización; valores que tras un largo y venturoso camino nos han guiado a una
sociedad como la de hoy. El arte, la ciencia, la tecnología, la legislación,…
¡las leyes que regulan la guerra!, ¿algo más contradictorio?,… todo se ha construido
y se ha humanizado (¡incluso la guerra!) gracias a la moral que dicta la ley
natural, que es al fin un mensaje de trascendencia.
El socialismo es lo contrario; ataca esos principios - niega la ley natural y su evidencia en la vida del hombre - y quiere legislar sin ellos. El resultado es
que ha sido la ideología que ha provocado el mayor genocidio de la humanidad, cien
millones de muertos en siglo y poco, y todavía sufren sus secuelas las
sociedades que han estado dominadas por esa ideología; Rusia no ha salido
todavía del caos y su sociedad está destrozada; el lejano
oriente busca desorientado sus valores tradicionales destruidos por el
comunismo, que sólo le ofrece como alternativa una cruel estructura de mercados
para los menos y la represión para los más; los países del Este europeo, no
paran de sangrar al día de hoy... El socialismo no ha creado civilización, sólo
ha destruido la que había donde ha llegado, para sustituirlo por represión. La
historia nos muestra como ha sido el mundo con aquellos valores de la ley
natural y vemos horrorizados como puede ser el mundo sin ellos (detallo esto en
“Cristianismo e izquierda”, 16 de enero de 2008).
En nuestros días, la corrupta política española, compite
para ver que partido redacta más “códigos de buena conducta”, sin conseguir
nada; los políticos siguen robando. Se instauran mecanismos para impedir la
corrupción fuera de los estamentos del poder, donde ya está institucionalizada,
pero no se consigue nada; la injusticia social va a más. ¿Cómo se va a
conseguir nada, si el único limitador de la maldad está en los valores que
ellos niegan? Cualquier mente represora tienen una mente que elude esa
represión; sólo la conciencia recata al ladrón.
Los valores son presuntamente los mismos en el socialismo y
en el catolicismo. Solo hay un matiz contundente, la trascendencia. La
justicia, la libertad, la solidaridad socialistas tienen su raíz en el barro.
La justicia, la libertad, la solidaridad católicas, tienen su raíz en la
trascendencia; se nombran igual, pero son distintos y causan efectos distintos.
Hay que ver más allá de la machacona propaganda del poder para no dejarse
engañar por tan burdas apariencias.
Permítame el lector que dé autoridad a mi escrito, con la
siguiente cita: “El tercer mal al que tenemos que encontrar remedio se
manifiesta especialmente en los hombres de nuestro tiempo. En efecto, los
hombres de la antigüedad, incluso cuando buscaban con pasión excesiva las cosas
terrenales, no despreciaban las cosas del cielo; antes, los más sabios entre
los propios paganos, enseñaban que nuestra vida es un lugar de hospedaje y de
tránsito, no una morada fija y definitiva”. León XIII Carta encíclica Sanctae
laetitiæ, Roma, 8 de septiembre de 1893, núm. 13 (traducción del autor a
partir del original portugués editado por Libreria Editrice Vaticana. Se
corresponde con el núm. 11 de la versión inglesa, editada por la misma Libreria).
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