El mundo católico ha recibido con ilusión y quizás alguna
sorpresa, al nuevo Papa. Es natural. No lo es que también los enemigos
declarados de la Iglesia Católica, lo hayan recibido con optimismo, como
muestran las portadas y tono de los contenidos de periódicos como El País y El
Periódico, a pesar de que se acusa al nuevo Papa de colaboración con la
dictadura argentina y ser pública su disconformidad con el matrimonio
homosexual.
En su primera locución, el Papa Francisco dijo, entre otras cosas
(el subrayado es mío):
“Y ahora empezamos este camino Obispo Pueblo. El
camino de la Iglesia. Aquella que preside en la caridad todas las iglesias.
Un camino de hermandad, de amor, de fe entre nosotros. Recemos siempre
por nosotros los unos por los otros. Recemos por todo el mundo, para que haya
una gran hermandad.
Os auguro que este camino de la iglesia que empezamos
hoy, y en el que me ayudará mi cardenal Vicario aquí presente, será
fructuoso para la evangelización y para esta hermosa ciudad.”
No quiero amargar la fiesta, pero ¿no ha sido el camino de
la Iglesia, durante dos mil años, “un camino de hermandad, de amor, de fe”?
¿Realmente ese camino de amor y fe, es un camino “que empezamos hoy”?
¿Además de su “cardenal Vicario aquí presente”, le ayudará Dios?
Planteadas estas preguntas, no acabo de entender exactamente lo de “gran
hermandad”.
¡Qué quieres que te diga, lector, sino lo que pienso! La
sinceridad educada, respetuosa y caritativa es el privilegio de quien nada
tiene y nada espera, más que de Dios. Pero no entiendas esto como hostilidad o
desacato preventivo, no, sólo expectación, a ver qué pasa, porque soy
consciente de “cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están
mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros mis
pensamientos” (Is. 55.9). Por eso esperé la elección, escuché al nuevo
Papa, recé con él, recibí su bendición y recé el Santo Rosario, encomendándolo
al Papa Francisco.
A estas alturas ninguno de mis lectores ignorará que estoy
pensando, cuando escribo esto, en mis anteriores artículos en este blog “El fin
de los tiempos” y “La abdicación de
Benedicto XVI”. Por eso no quiero acabar sin citar al Cardenal Ratzinger, en
relación al tercer Secreto del Mensaje de Fátima, reflexión que nos lleva a
tener presente la importancia vital de la oración siempre y, ahora más que
nunca:
“…De ese modo se subraya la
importancia de la libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo
inmutable, y la imagen que los niños vieron, no es una película anticipada del
futuro, de la cual nada podría cambiarse. Toda la visión tiene lugar en
realidad sólo para llamar la atención sobre la libertad y para dirigirla en una
dirección positiva. El sentido de la visión no es el de mostrar una película
sobre el futuro ya fijado de forma irremediable. Su sentido es exactamente el
contrario, el de movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien…”
“Comentario Teológico” de Joseph Card.
Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a “Documentos
sobre El Mensaje de Fátima”, 26 de junio de 2000. Tarcisio Bertone, SDB.
Arzobispo emérito de Vercelli Secretario de la Congregación para la Doctrina de
la Fe. http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000626_message-fatima_sp.html
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