Me he tatuado. Sí, tal como lo lees, querido lector. Veo que
tanta gente tan guapa se tatúa que he decidido hacerlo. Y la verdad es que me
ha quedado fetén.
Eso sí, me ha costado un ojo de la cara. Creo que también me
han contagiado la hepatitis. Pero eso es menos importante, porque no cuesta
dinero, paga la Seguridad Social.
Me he tatuado un gran corazón de amor de madre sobre el omóplato izquierdo, del que brotan
unas lágrimas que recorren la espalda desde el corazón hasta la nalga derecha,
siguiendo por el muslo derecho y bajando hasta el tobillo, donde mueren las
lágrimas.
He evitado dibujar la zona de la columna donde se pone la
epidural por un posible embarazo (estoy pensando en un cambio de sexo).
Dentro del corazón, escrito en gótico”mamá, te amo y
lloro tu ausencia”.
Al tatuador le caían lágrimas de emoción sobre mi espalda mientras
trabajaba.
Ha quedado precioso.
Lo único que me fastidia es que cuando se lo he enseñado a
mi padre, se ha enfadado y me ha dicho desencajado: “¿por qué crees que fuiste
a un colegio público?, ¿por qué crees que trabajas desde los catorce años?, ¿por qué
crees que vivimos como indigentes?...,
porque tu madre me arruinó a causa del juego y se fue con otro con el
que se pulió tu herencia”.
He vuelto a que me borren los tatuajes, pero me han dicho
que no se puede, que son para toda la vida,
¡Mecachis con los tattoos y con la
gente guapa!
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