El
otro día fui al Banco de Santander sin cita previa (ahora los bancos “guays”exigen
cita previa para cualquier cosa, incluso para colocarte un seguro o para
venderte un móvil (cosas que intentan aunque entres, con cita previa, a dar los
buenos días).
En
la oficina había dos mujeres con la voz cantante, que por las pintas parecía que
eran de eso que en política llaman “de cuota”.
Las
pobres debían estar aburridas y hete aquí que vieron entrar a un cliente con
aspecto no “guay” y apariencia algo idiota.
¿Y
qué hace una mujerona de cuota, aburrida cuando ve diversión impune? Pues
divertirse. Y la forma de divertirse de determinados subproductos sociales es
humillar y vejar a quien creen que no puede defenderse. Y eso hicieron esas
mujeres a las que ni la edad ni la amargura vital da otra vía de diversión.
Pero
como el dinero no compra inteligencia ni sensibilidad, las referidas
confundieron una disminución física con una disminución psíquica, con lo que
las idiotas no se percataron de que el cliente se enteraba de todo. Ya habrás
deducido, querido lector, que el cliente era yo.
No
voy a entrar en detalles para no aburrirte y voy al meollo de la cuestión.
Me
faltó tiempo para cursar con las mejores formas una queja escrita al propio Banco
de Santander para evitar dar una mala imagen suya de haberla cursado al Banco
de España.
Al
tiempo me contestaban ignorando los detalles ignominiosos de la situación y
diciéndome poco menos ¡que el causante del problema fui yo por presentarme sin
cita previa!
Además
me decían; ¡que me quejara al Banco de España!
Me
dirás; “es una situación puntual, un hecho aislado”.
No.
Ninguna de las oficinas de ese banco que tengo cerca son accesibles con silla
de ruedas y aún resultan peligrosas para ancianos o personas con poca
movilidad.
Como
guinda insustancial pero significativa, tienen prohibido el acceso a las
oficinas a animales de compañía.
Hace
años vi una noticia en televisión en la que el señor Botín, fundador del Banco
de Santander confraternizaba, en bermudas y chancletas, con el entonces rey de
España D. Juan Carlos. En ese instante tuve claro quién mandaba en España.
No
me asusté, al contrario, me tranquilizó ver que el poder estaba en una persona
con talento en lugar de en manos de un politicastro descerebrado, como tan
reiteradamente parece que lo está.
A D.
Emilio Botín le sucedió su hija Dña. Ana Patricia, que hasta el nombre tiene
bonito. Pensé que la Entidad y la sociedad habíamos ganado, pues tengo a la
mujer sobrevalorada y creo que en cuanto a sensibilidad supera en mucho al
hombre, sin entrar en otros aspectos para no alterar a la parroquia con eso de
los sexos.
Pero
este episodio y la reacción del Santander me han desconcertado y dolido, porque
el que tontas abusen de un disminuido no es un problema grave, es un problema
para las tontas. Es un asunto personal.
Pero
el que una institución lo tolere, es un problema muy grave porque es un
problema social.
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