sábado, 4 de julio de 2009

El Estado Católico

Hace unos días leí, en una revista editada por una comunidad católica, un artículo con el título que encabezo éste: “El Estado Católico”.

Es aquella una publicación que leo con interés y con la que habitualmente coincido, pero con la que en ocasiones discrepo en asuntos puntuales, como es el caso.

El artículo en cuestión no dice nada, pues es casi todo él una cita de un texto de León XIII (que no está claro si se refiere a la Epístola apostólica – que no encíclica - Annum ingressi que cita, o a otro documento), y en lo poco que dice, en nada se deduce el título, creando la confusión de que León XIII abogaba por un estado católico.

Como sea que en diversas ocasiones he oído a buenos católicos, defender la necesidad de un estado católico, no puedo dejar de dar mi opinión sobre el tema.

La Encíclica de León XIII, Inscrutabili Dei Consilio (qué también menciona en el artículo de referencia), habla de mucho, pero no puede citarse invocándola como una referencia al estado católico, ni como referencia a la doctrina social de la Iglesia, lo que sí puede decirse de la Carta Encíclica Libertas Praestantissimum (también la menciona), que se puede citar en lo que se refiere a una detallada posición de la Iglesia frente al estado moderno, pero en ningún modo como alegato a un estado católico.

Si tenemos que referirnos al Papa León XIII, en relación a la postura de la Iglesia sobre la democracia y el liberalismo, debemos leer citas como:

“…hemos hablado ya en otras ocasiones, especialmente en la encíclica Immortale Dei…, sobre las llamadas libertades modernas, separando lo que en éstas hay de bueno de lo que en ellas hay de malo. Hemos demostrado al mismo tiempo que todo lo bueno que estas libertades presentan es tan antiguo como la misma verdad, y que la Iglesia lo ha aprobado siempre de buena voluntad y lo ha incorporado siempre a la práctica diaria de su vida.”

Síguese, además, que estas libertades [libertad de pensamiento, de imprenta, de enseñanza, de cultos], si existen causas justas, pueden ser toleradas, pero dentro de ciertos límites para que no degeneren en un insolente desorden. Donde estas libertades estén vigentes, usen de ellas los ciudadanos para el bien, pero piensen acerca de ellas lo mismo que la Iglesia piensa. Una libertad no debe ser considerada legítima más que cuando supone un aumento en la facilidad para vivir según la virtud. Fuera de este caso, nunca.”

Ni está prohibido tampoco en sí mismo preferir para el Estado una forma de gobierno moderada por el elemento democrático, salva siempre la doctrina católica acerca del origen y el ejercicio del poder político. La Iglesia no condena forma alguna de gobierno, con tal que sea apta por sí misma la utilidad de los ciudadanos. Pero exige, de acuerdo con la naturaleza, que cada una de esas formas quede establecida sin lesionar a nadie y, sobre todo, respetando íntegramente los derechos de la Iglesia.”

Tampoco reprende, finalmente, a los que procuran que los Estados vivan de acuerdo con su propia legislación y que los ciudadanos gocen de medios más amplios para aumentar su bienestar.”

Estas enseñanzas, venerables hermanos, que, dictadas por la fe y la razón al mismo tiempo…”

No voy a librar al lector de la lectura obligada de la apasionante y argumentada Encíclica Libertas Praestantissimum, de la que están sacados los textos anteriores, pero sí debo decirle que si León XIII hubiera defendido un estado católico, habría adoptado una actitud intransigente, impropia de la Iglesia Católica. Lo que sí dice, en síntesis, León XIII, es que cualquier forma de gobierno es buena, siempre que respete la ley natural, que es esa ley impresa en el alma de los seres racionales, desde que fueron creados y, por tanto, es una ley anterior a cualquier otra norma humana.

“Fe y razón al mismo tiempo”, porque una va unida a la otra. Así de sencillo y así de complejo. La Iglesia Católica acepta cualquier tipo de gobierno que ayude a progresar integralmente al hombre, en su naturaleza creada de ser superior dotado de razón y libertad.

Pretender unir estado y religión no ha llevado nunca a buen término. ¿Qué mejores muestras que la de los fundamentalismos islámicos actuales, la de la iglesia oficial china o los intentos de asociar la religión al estado, en las dictaduras sudamericanas? Joseph Ratzinger, en “Jesús de Nazaret”, es contundente en su juicio; “la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios” (p. 65). Ya he traído esta cita al blog en otra ocasión, e insistiré en ella cuantas veces sea preciso. También escribe Benedicto XVI: “El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá.” (“Carta Encíclica Spe Salvi” 4. 30 de noviembre de 2007). ¿Precisa el lector mayor autoridad eclesial?

Defiendo, con convicción argumentada, que no es deseable un Estado Católico, y sí un gobierno – en el formato que sea - que legisle conforme a la ley natural y garantice la libertad de la Iglesia Católica y, sería de nota, reconociera el papel decisivo de la Iglesia, en lo que de bueno tiene hoy la civilización occidental.