Me permitirá el lector que amplíe los argumentos que exponía en “El estado católico” (¿no va a permitírmelo, mi pobre lector, que ni derecho tiene a hacer comentarios?).
Tengo una doble razón. La primera es que en él me limitaba a comentar un escrito que acababa de leer, en el que se presentaban unos pretendidos argumentos sobre la postura oficial de la Iglesia Católica en pro de un estado católico. Eso me hizo omitir las evidencias evangélicas de que el mundo de Dios y el de los hombres discurren por caminos separados, aunque este debe seguir la sombra de aquel, que es garantía de buen término.
Varias son las referencias de Jesús a la distancia entre el Reino de Dios y los reinos del mundo, pero quizás para los que tenemos menos luces nos resulte más clara la que cita el evangelista San Mateo cuando narra las tentaciones a las que se somete Jesús tras ser bautizado. En la tercera tentación, “de nuevo le toma el diablo y le lleva a un monte sobremanera elevado y le muestra todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré si postrándote me adorares. Entonces dícele Jesús: vete de aquí, Satanás; porque escrito está; Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto.” Mt 4, 8-10. Animo al lector a que repase los Evangelios en busca de más testimonios análogos, como Jn 18,36.
La segunda razón a la que aludía, está en el mismo número de la misma revista del artículo en cuestión. Se trata de un trabajo firmado por José Guerra Campos, titulado “La Iglesia y los contemplativos”. El artículo es excelente en su redacción y en su contenido.
Guerra Campos escribe: “Algunos historiadores han advertido, y parece que no sin alguna razón, que las formas más llamativas de segregación monástica se produjeron o se multiplicaron precisamente en el momento de mayor inter-compenetración de la Iglesia y el orden temporal, en el siglo IV, cuando comienza ese clima espiritual que luego llamaremos la cristiandad”.
Es decir, el momento histórico en que mayor contacto hay entre el Reino de Dios y los reinos temporales, es cuando el Espíritu Santo fortalece la oración, pues es un contacto peligroso para la fe. Como escribe Guerra Campos en otra parte de su artículo, la oración es el arma del cristiano para fortalecer su fe.
Y añado. Tras unos siglos de cristiandad, siempre beligerante en un terreno que no era el de la fe, por fin el mundo venció en su campo y hoy tenemos las consecuencias evidentes de esa victoria: La Iglesia Católica está perseguida de hecho o de derecho en casi todo el mundo, se han descristianizado los estados y amplias masas de población, Dios está cada vez menos presente en la vida del mundo y se ha llegado a la situación inimaginable, incluso en el mundo antiguo pagano, de aceptar socialmente el crimen del aborto, o la aberración de equiparar con el matrimonio la unión homosexual. La fe ha sido vencida, por fin, en el mundo, por el mundo.
Sin embargo, en los años 30 se produjo en España la mayor persecución de cristianos en la historia de la humanidad, y en ella no se puede documentar una sola apostasía entre los miles de mártires de toda edad y condición que esa persecución produjo. Además hoy, en el rotundo dominio del mundo en el mundo, miles de cristianos oran en todo el orbe organizados en la Adoración Nocturna; miles de cristianos rezan enclaustrados en conventos a lo largo de todo el planeta; millones de cristianos intentan vivir el día a día, en las enseñanzas de Jesús. Es decir, el plena descristianización de los reinos del mundo, en plena victoria del mundo en el mundo, el eterno Reino de Dios es tan fuerte como hace dos mil años, cuando se anunció al hombre. Fue el compromiso de Jesús; nada prevalecerá contra la Iglesia, contra Su Reino.
Nuestros obispos piden la participación del católico en la vida del mundo. El católico debe obedecer. Pero la vida del cristiano ya esta plena, lo otro es sacrificio por obediencia al Evangelio y a la Iglesia, pues es obligación del cristiano evangelizar. Ahora bien, dos cosas están claras: una, que los reinos del mundo seguirán su insustancial victoria hasta el fin de los tiempos. La otra, que el Reino de Dios es victorioso e intocable desde siempre y hasta siempre. Sólo Dios es Vencedor.