Un lector, de la “derecha moderada”, me dice que el nacionalismo catalán no es de la índole que pretendo. Acaba de leerse mi anterior escrito “España y sus nacionalismos” (miércoles 28 de julio de 2010).
¡Qué pena la moderación suicida de alguna derecha española!
No tengo que hacer ningún esfuerzo para mostrar la catadura del nacionalismo catalán.
Anoche oí dos noticias que no tienen desperdicio (escribo esto el 29 de julio); la Generalidad de Cataluña (gobierno autónomo de esta provincia española) quiere sancionar a todos los taxistas que mostraron la bandera española cuando la final del mundial de fútbol, final que, como el lector sabe, ganó la selección española (victoria que me traería al fresco, sino fuera por lo que ha fastidiado a la oligarquía mandamás de Cataluña).
La otra noticia es que la misma Generalidad catalana, ¡quiere prohibir en Cataluña la venta de muñecas ataviadas con trajes de flamenca, así como muñecos de toros!
Semejante represión, inédita en un país civilizado, ¡y todavía no han logrado la independencia!
Ambas medidas son delirantes, de una represión inaudita y se suman a otras muchas del mismo cariz… ¿se imaginan que harían los nacionalistas si obtuvieran la independencia? Si no se lo imaginan, repasan la historia reciente de España y de Alemania.
El presidente de la Generalidad catalana, es andaluz y a duras penas logró acabar el bachillerato, si lo acabó.
El presidente del parlamento catalán, era barrendero.
Que yo conozca de primera mano, me viene a la memoria un dirigente independentista que oculta su apellido español y carece de estudios; otro que es titular de un título universitario superior, amañado en la secretaría de la facultad correspondiente, pues no pudo superar los cursos; otro que fracasó en sus estudios y gracias a su docilidad, ocupa su cargo actual en el que espabila los presupuestos “a la catalana”…
El comentario se extendería demasiado, sólo con lo que conozco de primera mano.
En una polémica, con público, con un militante independentista, le pregunté; “Con los que no se doblen a vuestras exigencias, ¡no los meteréis en un campo de concentración, como a los judíos en Alemania!” “¡Claro que sí!” fue su respuesta tajante. Él era idiota, pero eso lo tenía claro, probablemente por habérselo oído a sus jefes. Al fin y al cabo, esa es la pauta del totalitarismo: un indocumentado criminal, que manda y un idiota que obedece.