Hace tiempo que leo en páginas católicas sobre lo pernicioso
del yoga. Sí, el yoga, esa técnica de relajación traída de Oriente y que tanto
ha enraizado en Occidente.
No recuerdo cuando empecé a practicar yoga, pero si puedo
decir que era muy joven y que me inició mi abuelo, una persona excepcional
moral, humana e intelectualmente. Nunca me hubiera enseñado nada pernicioso.
Dejé de practicarlo con disciplina al principio de mi
madurez, aunque algunos ejercicios me han acompañado toda la vida. Cuando dejé
la relativa asiduidad del yoga empecé con la disciplina del montañismo, siempre
rozando mis límites y siempre saliendo airoso con tenacidad y disciplina. No
soy ni he sido fumador ni bebedor, y en eso me ha ayudado, creo, el yoga.
Tampoco me he desbocado en otros aspectos de mi humanidad, aunque en eso no me
ha ayudado el yoga, sino mis principios éticos con lo que ellos conllevan.
Comento todo esto, no para engañar al lector induciéndole a
pensar que soy una persona cabal, ¡ca!
Lo digo para expresar mi opinión sobre el yoga.
Cuando mi afición al yoga, todavía coleaba una gran estima hacia
la gimnasia sueca… ¿recuerdan? La gimnasia sueca era una técnica para mantener
el cuerpo sano. Para muchos era poco menos que una panacea, y como no era nada
violenta, resultaba muy accesible.
El yoga la superó pues además de un ejercicio para el
cuerpo, era un ejercicio para la mente. Algo más completo en su ámbito de
trabajo. Antes se vivía mejor y se necesitaban menos relajos para las tensiones
cotidianas, por lo que la gimnasia sueca era más que suficiente.
Pero una y otra, con sus cualidades y limitaciones, no son
más que una técnica, una herramienta. Y una buena herramienta es algo
magnífico, pero no hay que pedir peras al olmo. Y pedir peras al olmo es hacer
del yoga una piedra filosofal, o un algo trascendente, o una filosofía, o lo
que sea más allá de una herramienta para poner el cuerpo a tono.
Es decir, por muy experimentado que sea en la relajación, no
resolveré un problema de matemáticas si no estudio matemáticas. Si practico
yoga, quizás aprenda a concentrarme y a aprovechar mejor mis capacidades, pero
sin matemáticas no hay aprobado, por mucho yoga que practique.
Y con la vida ocurre lo mismo. El yoga me ayudará a afrontar
las situaciones con una mejor infraestructura corporal, pero no me ayudará a
afrontarlas con mejor o peor criterio,
pues para eso está la moral, que no es yoga ni nada tiene que ver con el yoga, y
que lo supera; sin yoga se puede vivir, pero sin moral no.
Por eso cuando un sacerdote católico alerta sobre el yoga,
creo que en realidad lo que está haciendo es alertar sobre la utilización inapropiada
que se hace de la herramientas del yoga. El yoga es, hablando sencillo y pronto,
una gimnasia integral; el que medita en el yoga, medita, no reza; hacer del
yoga un modo de vida, es como hacer del ciclismo un modo de vida; el yoga nos
ejercita el cuerpo y la mente, pero no tiene capacidad para hacernos mejores
como personas, en el sentido, el único correcto, que tiene la palabra persona.
Si el objeto del hombre es la trascendencia, con el yoga
nunca llegaremos a ella, como no llegaremos practicando karate o fútbol.
La trampa del yoga para las mentes desorientadas es que como
alcanza el nivel mental, parece que es más, y se quedan en ello. Es el mismo
peligro del culturismo, pero claro, en el culturismo es más evidente su
limitación porque se queda en los músculos, por eso hay menos personas que
piensan que el culturismo es un fin en la vida.
Está bien el yoga. Pero está bien como lo que es, un
instrumento. No es oración, como decía antes; hacer yoga es hablar con uno
mismo, hacer oración es hablar con Dios. El yoga nos da un buen tono corporal para
el día a día, la oración nos hace inmortales.
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