Mi vida ha sido, hasta ahora, lo suficientemente larga, como para que en mi entorno laboral y social me hayan llamado nazi, rojo, facha, y masón…, aunque en realidad no tengo tanta edad como para haber sido masón, que me suena a cosa del siglo pasado, como poco.
Pero así es la vida y así es la gente.
Naturalmente no soy nazi, ni rojo, ni facha, ni masón.
Por
lo menos de carnet, porque todos tenemos cosas y actitudes que pueden responder
a alguna intención de los idearios confesables de esas ideologías. ¡Pero de eso
a poder ser llamado, tal, hay un mundo. Es como el pecar de intención y el
pecar de acción, de ambas formas se peca, pero en la primera parece que hay más
remisión.
Por
eso, porque no soy más que un observador objetivo y aséptico de mi entorno, me
atrevo a opinar sobre el vilipendiado presidente de los EE.UU., desde el
exclusivo sentido común, que nace de una mente sin prejuicios la mía. Tan sin
prejuicios que a veces incluso me alarma, porque me planteo; ¿estará vacía?
No
sé lo que será el presidente de USA (como verás querido lector, domino el inglés),
Si sé lo que parece que es.
Parece
que no es de izquierdas, porque parece que dice lo que piensa.
Parece
que no es de izquierdas, porque es coherente en sus actos con lo que dice que
piensa.
Parece
que no es de izquierdas, porque la progresía burguesa lo denosta.
Parece
que no es de izquierdas, porque no dice, cuando inicia sus discursos, “americanos
y americanas”.
Pero,
por otro lado, parece un rojo populista perdido, porque quiere levantar un muro
como el que fue el de Berlín, o porque ataca sin piedad a la prensa y
descalifica despiadadamente a sus enemigos políticos, como lo hace el tal Nicolás
Maduro, el padre venezolano de Podemos, (el partido de de moda de ultra
izquierda español).
En
fin, que ese Trump me tiene desconcertado.
Quizás
lo más prudente sea esperar un poco para que el tiempo, el desenmascarador
implacable, actúe.
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