e
advierto lector que hoy no estoy muy
fino, por lo que no voy a salir por bulerías. Muy al contrario, estoy tan
fastidiado por la situación política española, que además de tenerte abandonado
te voy a transmitir mis pensamientos menos animosos.
Hasta
el nefasto Rodríguez Zapatero, cobarde traidor inveterado, España podía pensar
en un futuro. Con ese pobre masón simple, esbirro de una ideología sin tierra,
España empezó a perder la esperanza. Al decir España me refiero a toda la
Península, porque es un descerebrado quien piense que la fiera va a parar de
comer cuando acabe con en trozo grande y dejará los trocitos sin tocar. No me
ilusiona Rajoy ni su partido, debería carecer de sentidos para albergar algún
optimismo sobre un beneficio real de su acción, pero prefiero un tonto bien
intencionado y egoistón que un sociópata irredento.
Después
de Rodríguez vino Sánchez. Parece el comienzo de un chiste. Sánchez es el pasmarote de la logia una vez
que ésta, harta de confianza, se quita la careta porque descubre que el
adversario es tan estúpido que no vale la pena pasar por el calor y demás
incomodidades que supone llevar máscara.
Para
muestra de lo domado del rebaño, basten unos botones: el marido de la dueña de
Valencia viola a una niña, y la justicia lo encubre mientras el feminismo
oficialista calla.
El
gobierno balear mantiene una red de prostitución de menores acogidos y la
justicia calla mientras el feminismo oficialista mira a otro lado.
Los
vascos, esos muchachotes del norte, hay quien los ve simplemente como
rollizos embrutecidos, mantiene entre
basura los cadáveres de dos seres humanos porque”es peligroso”, ¡nene pupa! rescatarlos.
El
gobierno sube y crea nuevos impuestos a unos súbditos ya acogotados por los que
ya sufren.
El
gobierno del impresentable Sánchez, ya en si mismo un ser incalificable pues la
literatura española todavía no ha descrito otro humano semejante despojo,
nombra jefe de los servicios de inteligencia españoles a la marioneta afeminada
e inmadura de un déspota sudamericano y asalariado de un régimen teocrático, de
un Dios incompatible con el sentido común y con el sentimiento occidental.
Y
todo sigue igual. No apelo o la fuerza armada, que en España ya no es fuerza aunque
esté armada, apelo a la ciudadanía. No a la de bien, ni a la de mal, ni a la
mediopensionista, a la ciudadanía sin más. Pero sé apelo a una entelequia,
porque en España ya no hay ciudadanos, hay súbditos, pero no de un monarca, ni
de un tirano, ni de un régimen, hay súbditos de la escoria; del gran hermano y
de esa saga de basuras de las que no me sé el nombre pero que entenderás a lo
que me refiero.
Diría
que he perdido la esperanza si tuviera esperanza que perder. Bueno, sí, he
perdido algo, pero es como cuando pierdes la calderilla, que no te molestas ni
en contarlo.
¿Esto
se hunde? Pues mira, lector, no estoy seguro.
Porque. ¿Pondrían los malos a un imbécil tan evidente
al frente de una conspiración, si no desearan en realidad obtener el resultado
contrario al que parece la conspiración?
No
será en realidad todo esto más que una maniobra para librar a Europa de los
últimos restos que quedan en Occidente del comunismo criminal.
En
mundo ya no está compartimentado, y el daño que hace el comunismo genocida en
un rincón afecta a toda la manzana para mal, pues el odio como forma de vida es
suicida y el comunismo y sus variantes semánticas son odio destructivo
concentrado. Ser comunista es una forma de ser.
Digo ser, no parecer. Parecer comunista está al alcance de todos,
incluso de un “progre”.
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