lunes, 26 de abril de 2021

Sobre el matrimonio; la separación.


Cuando Jesús predicó la indivisibilidad del matrimonio creo que tenía muy claro - como todo - lo que decía, y me parece que no se refería a que un hombre debe aguantar toda su vida a una mujer, o viceversa, sino que debía serle fiel hasta la muerte, lo que es muy distinto.

Estar al lado hasta la muerte hubiera sido una obligación muy dura, pues uno de los esposos puede cambiar o descubrirse con el tiempo como un monstruo.

Al conocer Jesús la naturaleza humana sabía las consecuencias para el alma y para el cuerpo de semejante convivencia.

Por eso Su Iglesia permite la separación, pero no el divorcio.

La separación obliga a mantener la fidelidad, mientras que el divorcio anula cualquier lazo y da pie a la promiscuidad o, dicho de forma más elegante, a experimentar nuevas relaciones, en la búsqueda del éxito.

Para un católico, buscar una nueva relación también es posible tras tramitar la nulidad matrimonial, acto en el que la autoridad religiosa acepta que hubo un defecto de fondo en el matrimonio, lo que invalida el trámite.

Todo esto es muy confuso porque se basa  en la fe, creencia sin argumentos de que es tal cual.

Por ello la familia actual da tumbos, porque la fe retrocede en la sociedad, al tiempo que los estímulos de los sentidos acosan a las personas.

Convivir y ser fiel a una persona inadecuada, o depresiva, o enferma, o loca o infiel,... es humanamente absurdo y lo ha sido siempre, pero todo lo bueno de la sociedad occidental, ejemplo para otras culturas, está basado en ese absurdo sentido del matrimonio.

 

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