Siempre me he metido con los cenizos.
Pero
estaba equivocado. He mirado en el diccionario y veo que un cenizo es aquel que
trae mala suerte y una ceniza es aquella que trae mala suerte.
Cenizo
y ceniza son también otras cosas.
Como
decía, llamaba cenizos a personas a las que no debía llamarles así, pues sería
cómo aceptar que existe la suerte y consecuentemente ser supersticioso.
Pero
yo no soy supersticioso porque trae mala suerte.
En realidad,
me enfadan a los que llamaba cenizos, porque dan la tabarra y crean mal rollo.
Me
fastidian las personas que siempre están de mal humor y que están
constantemente profetizando desgracias que nunca vendrán.
Las
personas que no paran de remugar, de despotricar entre dientes, de ir soltando
al aire frases inacabadas, pero con un final evidente de mal augurio o crítica.
En
un grupo de muchos, aunque sólo uno tenga ese perfil, ya tenemos incomodidad
asegurada.
Ese
tipo de personas actúa así por falta de valor.
Están
amargadas por las circunstancias que sean y en lugar de enfrentarse a esas
circunstancias, quizás porque podrían reaccionar en su contra, buscan una
persona o grupo de personas pacíficas, que sepa que le van a aguantar, por
educación o caridad su mal rollo.
Esas
personas lo que necesitan urgentemente es un cachete a lo clásico del cine de
Bogart, apuntarse a un club de puenting o hacerle la peineta a un taxista, mejor
si el taxista tiene razón.
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