Me sorprendió y nunca entendí por qué Jesucristo dice que los pecados contra el Espíritu Santo no serán perdonados ni aquí ni en el más allá.
Y me siguió sorprendiendo lo que me parecía una limitación de Dios al perdón.
Y
tenía la vocación de mantenerme en este error para siempre, porque partía de
una equivocación de fondo.
Debía
cambiar de tono, de punto de vista, para poder avanzar.
Lo
primero que debía entender es, qué o quién es el Espíritu Santo.
En mi supina ignorancia, veo que el método empírico, es el mejor para obtener una respuesta.
Veo que el Espíritu Santo actúa en la historia de la humanidad,
en dos ocasiones.
En realidad,
está siempre actuando, pero me refiero aquí a dos intervenciones especiales.
La
primera es cuando Dios crea al hombre.
A un
trozo de materia inane, le da un aliento que lo transforma en hombre. Le da una
categoría que lo hace distinto al resto de todo lo que ha creado.
El
trozo de materia con este aliento divino se transforma en algo que participa de
Dios.
El Espíritu Santo ha pasado a formar parte de algo creado, para darle una trascendencia
infinita.
El
hombre no participa más que como sujeto pasivo en esa acción. No puede ser de
otra manera pues no tiene más voluntad que ser de Dios.
Pero
ahora ya está el hombre creado perfecto y libre. El Espíritu Santo ha actuado.
Pasa
la historia de la humanidad en la que ese hombre libre ha dejado de ser
perfecto por el ejercicio de la voluntad libre que se le otorgó al ser creado.
La
humanidad ha utilizado mal esa libertad y con los siglos ha ido yendo de mal en
peor.
La
humanidad se desarrolla de tal manera que, en un momento determinado, el
Creador ve la necesidad de intervenir y envía a su Hijo para remediar todo el
mal que la humanidad ha generado.
Y para encauzarla en su camino, como envió en su día a Moisés para guiar a su pueblo desorientado.
Pero los males de ayer eran una minucia y el camino incipiente.
Jesucristo aparece en la historia de una forma breve pero contundente.
Tras
33 años de vida, muere para redimir al hombre perdido por su pecado original.
33
años de vida y unas horas de Pasión son, en términos humanos de tiempo, una
gota de agua en el océano.
Dios
lo sabe y por eso quiere dejar constancia de ese instante de la historia.
Y lo
hace a través de 12 hombres que sabe que son mortales y finitos, incapaces en la
realidad humana, de llevar su mensaje.
Viene
ahora la segunda aparición estelar del Espíritu Santo.
Tras
su Resurrección, Jesucristo, el hijo de Dios, elige a esas personas como sus
mensajeros, infundiéndoles el Espíritu Santo.
Es
decir, el Espíritu Santo es un don que da Dios al hombre para que pueda ser
instrumento eficaz suyo.
Si
la esencia de Dios es el amor, el don del Espíritu Santo es el don del amor.
El
hombre ama a Dios y a su prójimo por el don del Espíritu qué ha recibido de
Dios.
Pecar
contra el Espíritu Santo es no aceptarlo u ofenderlo, qué es la consecuencia de
no aceptarlo.
Sin
el Espíritu Santo perdemos de forma voluntaria la relación con Dios.
Por
eso ese pecado no puede ser perdonado en la tierra, porque nos ha desconectado
de Dios.
Y no
podrá ser perdonado en el cielo porque no tendremos acceso a él al estar
desconectados de Dios.
Seguimos
siendo seres humanos creados por Dios con todos los atributos, pero renunciamos
voluntariamente a Dios y a lo que hoy llamaríamos, en términos informáticos, a
las actualizaciones de Dios.
Pecar
contra el espíritu Santo es prescindir de la relación con Dios de forma
consciente y voluntaria.
Nada
podemos pedir ni esperar.
¿Eso
no tiene perdón de Dios?
¿Cómo
se va a pedir el perdón y cómo va a llegar ese perdón, si no hay conexión? ¿Cómo
pueden nacer ni tan siquiera una necesidad de pedir perdón, si no habita el
Espíritu Santo en el pecador?
Habrá
mil consideraciones y matices sobre ese pecado, que Dios juzgará en su momento.
Pero
parece que, por lo que dijo a través de su Hijo, no está el asunto para bromas.
Y no
se necesita mucho más que el sentido común para entender esto.
Jesucristo
lo dejó claro para que todo hombre lo entendiera, sin necesidad de teologías
profundas:
Si
por tu razón y voluntad deseas desentenderte de Dios, por la libertad que el
mismo Dios te dio, eres libre de hacerlo.
Pero
atente a las consecuencias de rechazar ese regalo generoso e inmerecido del don
del Espíritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario