martes, 23 de junio de 2009

La Tradición en la Iglesia Católica y los teólogos visionarios

Hace tiempo que leo, en las páginas de internet de información y difusión católicas, un tema que es cada vez más frecuente; teólogos católicos reivindican superar la que consideran anquilosada Tradición de la Iglesia Católica, para “modernizar” la doctrina y “ponerla al día”.

Temas como el celibato en los religiosos, el sacerdocio femenino, la confesión, la liturgia, u otros más escandalosos como el aborto o la Resurrección de Jesús, están en tela de juicio en los argumentos de esos teólogos “progresistas” católicos (no hablo de nuevos teólogos, pues la edad media de esos teólogos que hoy aparecen en aluvión en la palestra, debe rondar los setenta años).

Me permitirá el lector que trate en esta ocasión la figura de la Iglesia Católica, como si fuera cualquier otra sociedad civil, ya que esta situación no implica argumentos de alto nivel, sino que apela al más elemental sentido común.

Primero quiero comentar al lector un argumento general: Cuando alguien quiere destruir algo, apela a lo obsoleto de la tradición. Veamos un par de ejemplos cercanos y significativos:

El presidente español, José Luís Rodríguez, quiere acabar con el Ejército español y construir uno nuevo. Para ello arremete contra la tradición y disuelve, tras 87 años de heroico servicio a España, la II Bandera de la Legión, del Tercio Gran Capitán I…, y crea una cosa nueva, especie de guardia pretoriana con puntillas, que llama Unidad Militar de Emergencias (UME), un cóctel de bomberos, hermanitas de la caridad y mozos de cuerda… en fin, un nada, que soñó “en una noche de insomnio en que la nieve colapsó las carreteras de Burgos, en diciembre de 2004” (“UME: el Ejército que soñó Zapatero”. Miguel Gonzáles. Madrid. 14/09/2007. El País.com). La UME ya no es un ejército, es otra cosa; una “gestapo” a la española, un germen de “tom tom macoutes”, o unas chachas para todo, sin jueves libre. El tiempo dirá.

El mismo Rodríguez, para no irnos más lejos, quiere deshacer España y se dedica a disolver sus partes, renombrando organismos para dejar a la tradición de lado. En esta línea, más de 120 años de prestigio internacional en trabajos de meteorología desde el Instituto Nacional de Meteorología, se desvanecen en la Agencia Estatal de Meteorología. Es un ejemplo de las decenas o cientos de organismos renombrados para anular la tradición y presumir de empezar de cero.

Me podría extender, pero sería aburrido, pues el asunto está claro. Por eso, cuando en la Iglesia Católica encontramos a quien nos habla de lo rancio de la Tradición, debemos rumiarnos: “Ese tío se quiere cargar a la Iglesia”.

Parece que queda claro que la manía de atacar la tradición está en relación directa con la intención de llevarse por delante lo que representa esa tradición. Para completar los ejemplos que ponía más arriba, haré referencia a una posición mía respecto a una tradición muy española; la Fiesta de los toros. Mi deseo sería romper con la tradición de los toros para actualizar su contenido a la modernidad. Para eso propongo dos minucias; que el torero no arriesgue su integridad y que el toro no sea herido ni sacrificado. Me dirá Vd.: “Se está cargando la Fiesta”. Pues sí, es evidente que esa sería mi intención. Acabando con la tradición, acabo con la Fiesta.

Hay pues tradiciones buenas y malas, pero es evidente que ir a reformar el meollo de ellas afecta a lo que queda, dejando algo distinto.

Con ello llegamos al punto de la Iglesia Católica y a esos teólogos que se llaman católicos, que pretenden poner la Tradición de la Iglesia pies para arriba, hasta el punto de pretender crear una nueva religión. Pero, ¿es tan importante la Tradición en la Iglesia Católica, como para hacer semejante afirmación?

Todo aquello que vimos al principio, y mucho más, forma parte de la Tradición de la Iglesia: La Resurrección de Jesús, la perpetua Virginidad de Su Madre, la infalibilidad del Papa, el sacerdocio exclusivo masculino y su celibato, la eficacia de la confesión individual,… La Iglesia Católica, sin su Tradición, sería otra cosa, por lo que atentar contra esa Tradición, es buscar la destrucción de la Iglesia.

Pero, ¿tan inmutable es esa Tradición? Para los católicos sí. Y así debiera ser para sus teólogos, si se quieren llamar católicos. Porque la Tradición no se refiere sólo a asuntos que puedan considerarse menores, como el diseño de los hábitos o los detalles litúrgicos, sino que la “Tradición apostólica de la Iglesia consiste en esta transmisión de los bienes de la salvación, que hace de la comunidad cristiana la actualización permanente, con la fuerza del Espíritu, de la comunión originaria. La Tradición se llama así porque surgió del testimonio de los Apóstoles y de la comunidad de los discípulos en el tiempo de los orígenes, fue recogida por inspiración del Espíritu Santo en los escritos del Nuevo Testamento y en la vida sacramental, en la vida de la fe, y a ella - a esta Tradición, que es toda la realidad siempre actual del don de Jesús - la Iglesia hace referencia continuamente como a su fundamento y a su norma a través de la sucesión ininterrumpida del ministerio apostólico” (Benedicto XVI. Audiencia General. Miércoles 26 de abril de 2006. “La Tradición, comunión en el tiempo”). Si leemos con detalle esta cita y, si es necesario la releemos, tendremos claro qué es la Tradición para el católico.

Uno puede estar de acuerdo o no con el Ejército español, con la Fiesta de los toros o con el Instituto Nacional de Meteorología. Pero es evidente que al acabar con sus tradiciones, se acaba con esas instituciones. En el caso de la Iglesia Católica ocurre lo mismo. Uno puede estar o no de acuerdo con ella, pero al ser la Tradición su esencia, alterar esa Tradición es alterar su esencia y, consecuentemente, crear “otra cosa”, que no es Iglesia Católica. Es legítimo que la Iglesia preserve su esencia de los ataques que se le infieren desde dentro y desde fuera.

¿Y no saben esto, aquellos teólogos católicos, que de forma tan feroz atentan contra la Tradición católica? Mi respuesta es: “¿No lo van a saber”?

¿Y no es lícito que la Iglesia mantenga su postura firme, a pesar de los cantos de sirena de su “modernización”? Es evidente que no sólo es lícito, sino obligado.

Por eso creo que es grande la responsabilidad de los teólogos que se llaman católicos y enseñan contra la Tradición. Eso crea escándalo entre las buenas personas, católicas o no, y el escándalo es un gran pecado. Si un teólogo tiene sus propias ideas, encontrará en el mundo de los cristianos otras tendencias e incluso sectas, en las que podrá acoplar sus ideas o, si no encuentra acomodo en nada establecido, podrá crear su propia religión o secta. Pero eso de “chupar rueda” de una Institución milenaria y prestigiosa, para llamar la atención con agresiones y juegos de mano, no sólo no es ético, sino que es oportunista y profundamente miserable.