martes, 3 de agosto de 2010

Los toros


Después de escribir sobre los nacionalismos en España en el tono que lo hice (“Cataluña y su estatuto”, lunes 5 de julio de 2010; “España y sus nacionalismos”, miércoles 28 de julio de 2010; “La represión nacional socialista catalana”, martes, 3 de agosto de 2010) y, ahora, dar mi opinión respecto a la fiesta nacional de los toros, el lector superficial se hará una impresión equivocada de mi postura al respecto. El lector puede ser como quiera, pero si admite mi opinión, le sugeriría que no leyera con superficialidad.

Siempre me planteé lo fastidiado que para mí era ser ciudadano de una Nación, en la que la bebida nacional era el vino y la fiesta nacional, la de los toros.

Soy abstemio total, porque no me gusta el alcohol y, además, me sienta mal. Creo, con fundamento, que el alcohol es una droga y que aunque el vino y la cerveza son bebidas propias de la magnífica cultura mediterránea, toda la basura alcohólica que se encuentra hoy en las tiendas de comestibles, nada tiene que ver con nuestra cultura, ni los que las beben son personas educadas en la cultura mediterránea. No se puede dar alcohol a inconscientes.

Con los toros pasa igual. Los toros tienen una raíz histórica en la cultura mediterránea y la especie se mantiene gracias a la fiesta de los toros. Pero el tiempo pasa y hay una cosa que se llama sensibilidad, que nos hace ver a la muerte en otros términos que en la Edad Media o que en la Creta de antes de JC.

No me refiero sólo a la muerte del toro, que es lamentable, sino al riesgo inútil en que coloca su vida el torero. Huelgan las palabras al respecto.

El sentido común nos dice que la fiesta de los toros es algo anacrónico, cruel y peligroso.

La Iglesia Católica no podía ser ajena a esta situación. Y opinó hace ya cuatrocientos años… ¡para que luego saquen pecho esos ecologistas panfletarios!:

“…La Iglesia en otros tiempos se pronunció, aunque sin mucho éxito, sobre la moralidad de estos espectáculos.

Las primeras prohibiciones fueron las de los Papas. La cosa empezó allá por el siglo XVI, cuando una bula de San Pío V, dictada en 1567 excomulgaba automáticamente a todo el que acudiera a un espectáculo de toros. Felipe II no la acató. Gregorio XIII que sucedió al Papa santo, en su bula excluye de la máxima sanción a los legos. Sixto V en 1586 renueva la prohibición de San Pío V, pero el Monarca español, insistiendo en la popularidad de la fiesta y alegando posibles sublevaciones, hace que la norma no se aplique…

…Con todo, sé que esta cuestión es tratada a menudo más desde la pasión que desde la razón. Algo semejante cuando se plantea, por poner un ejemplo, la moralidad del fumar. En conclusión: Las corridas serían tolerables siempre que se minimicen hasta lo razonable los peligros para el torero y también los sufrimientos para el animal.” (Dr. Joan A. Mateo, sacerdote de la Diócesis de Urgell en http://infocatolica.com/blog/conversando.php/1006071233-animalismo-amor-desproporcion)

He repasado el Código de Derecho Canónico y no he sabido ver que las excomuniones prescriban por el tiempo. No entiendo qué duda le puede surgir al católico sobre el asunto de la fiesta nacional.

Pero para los más despistados, el Catecismo de la Iglesia Católica deja muy clara la cuestión:

2258 La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente’ (CDF, instr. "Donum vitae" intr. 5).

2269 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro…

2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.” (Artículo 5. El Quinto Mandamiento).

Diáfano, ¿no?

Esto por lo que respecta al hombre. En lo que al toro se refiere, podemos leer:

2415 El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1, 28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).

2416 Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.

2417 Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas.

2418 Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.” (Artículo 7. El Séptimo Mandamiento).

No podemos pedir más claridad doctrinal.

¿Qué escandaliza el hecho de que los nacionalistas catalanes hayan prohibido las corridas de toros en su territorio? A una persona sensata o a un católico, nada puede escandalizar esa medida, salvo por su cinismo.

Los nacionalistas catalanes, como el resto de partidos parlamentarios, aprobaron en su día la legalización del aborto y luego su ampliación. ¿No es de un cinismo cruel esa payasada de prohibir las corridas de toros, cuando se está practicando un genocidio de seres humanos?

Y en un tono menor, ¿no hay decenas de fiestas catalanas, en las que se despanzurran cabras, gallinas,… y se maltrata a toros? ¿Por qué esas sí, y los toros nos?

El fin no justifica los medios. Aunque el fin sea la independencia, un gran fin para los independentistas, eso no justifica usar la demagogia y la mentira para alcanzarlo. ¿Pero qué podemos esperar de los que Dña. Florinda, la madre de Quico, el amigo del Chavo del 8, llamaría “chusma, chusma, chusma”?

No hay que esperar coherencia en los políticos españoles, incluidos los nacionalistas. Pero esta polémica ha servido, al menos, para que quien quiera ver la evidencia, se percate de que ecologistas, animalistas, vegetarianos y demás barullo, no hacen más que mantener un discurso fragmentado y sin base, que se puede encontrar argumentado y coherente en la Enseñanza de la Iglesia Católica.

¿Para qué recurrir a sucedáneos, cuando el original está tan a mano?