jueves, 21 de febrero de 2013

La Abdicación de Benedicto XVI



El lunes 11 de febrero pasado escuché, a la hora del Ángelus, la noticia de la renuncia de Benedicto XVI. No me la esperaba, claro. Y me supuso un golpe importante por varias razones, que explico ahora, cuando la frívola y efímera memoria social ya se ha olvidado del momento y está pendiente de cotilleos sobre el papable.

En primer lugar y razón muy egoísta, porque no soy un hombre de fe. Mi camino es tortuoso y siempre lo he recorrido soportado en la ciencia. Creo que la ciencia lleva a Dios, quizás dando algunos rodeos, pero es una baza que controlamos, mientras que la fe viene cuando el Espíritu la envía. Son realmente afortunados los que tiene fe, aunque deben ser menos de los que se lo creen, pues pocas montañas veo moverse. La ciencia me ayuda en el camino, pero en buena parte del mundo católico español, la ciencia y el estudio es algo que vienen grandes; se valora más la “fe del carbonero” – que viene dada y no hay que trabajársela, lo que es muy cómodo - y se considera que con esa “gran fe” sobra todo lo demás, llegando incluso a recelar del estudioso. No me confunda el lector mareando la perdiz; san Martín de Porres es un gran santo iletrado y, por cierto, gran amigo y compañero de penas de mi niñez.

Digo esto porque cuando leí y medité por primera vez a Benedicto XVI, encontré en él confirmación de lo que creía; la ciencia no es algo marginal, ni peligroso, sino que ciencia y fe van de la mano, aunque en dos niveles distintos. Me refiero naturalmente a la verdadera ciencia, no a la técnica, que amanuenses de la ciencia aplican a aberraciones como el aborto o la guerra. Con Benedicto XVI tuve el lujo de poder aprender de una persona sabia, inspirada, que se expresa de tal forma que hasta yo puedo entender. Sin duda, Benedicto XVI acepta y comprende que yo sea un hombre sin fe y entiende que le lea para, a través de la ciencia, llegar al Dios único, a la espera de que el Espíritu Santo crea que debe darme su regalo que, por lo que oigo, no merezco. Benedicto XVI es para mí como un director espiritual, al que no le ocupo tiempo pues ni sabe que existo.

La otra razón fue de una cierta decepción. Ya sabemos que no se puede idealizar a nadie, ponerlo en un pedestal por bueno que nos parezca,… pero la carne es débil y a menudo cae. Yo estaba caído al haberlo puesto en un pedestal aunque tenía a mi favor que, a su edad, ya no tendría tiempo de decepcionarme. Y, en el momento de la noticia, me decepcionó; ¿no aguantó su predecesor como un  cosaco y murió con las botas puestas?

La tercera razón de mi zozobra, fue el desamparo en el que me parecía quedaba la Iglesia, que tan buena conjunción había logrado con su predecesor Juan Pablo II el Grande, un hombre de acción y con el propio Benedicto XVI, un intelectual que con su sabiduría dejaba anclado el legado anterior.

Así estaba el lunes 11 de febrero, tras el Ángelus, hora en que conocí la noticia.

Pensé en escribir en este blog mis sensaciones, pero tan buena es la ciencia que me ha hecho aprender que para emitir un  juicio, previamente hay que observar y meditar. Y no tener prisa. Así es como actúa la Iglesia Católica de la que yo, sin fe pero con evidencia científica, he aprendido que es una buena Maestra.

No dejé de estar atento a las noticias que daban los medios fiables, tantas y tan precipitadas, de este evento histórico, al tiempo que algo se revelaba en mi cabeza contra las sensaciones de decepción y desamparo que acabo de describir. Y llegué a dos conclusiones. Una, que a esa edad no se cambia y que si Ratzinguer había tenido un patrón de vida, no lo iba a cambiar por un asunto tan baladí como su salud, que no creo que le importe demasiado. La otra, es que todos los análisis que se hacían de su “Declaratio” lo eran desde la perspectiva de la sociedad ordinaria, como si Benedicto XVI fuera tan solo otro jefe de estado.

Algo fallaba y falla en todo esto, algo de bulto. Debía rumiar antes de escribir. Por eso he esperado, querido lector.

Releyendo el texto oficial en castellano no podía abrir ninguna brecha, hasta que caí en que la forma de gobierno del Vaticano es, jurídicamente, una monarquía absoluta en la que el Papa es el monarca. Y un monarca lo que hace, cuando deja voluntariamente su cargo, es abdicar, no renunciar. No creo que a un intelectual de la talla de Benedicto XVI se le pasase por alto ese detalle jurídico en una declaración oficial de tal envergadura, que incluso redactó en latín, lengua oficial del Estado. Por eso, el término que utiliza, “renuntiare”, debe tener también la acepción más propia de “abdicar”, no utilizada por el traductor por desconocimiento, por miedo (queda más duro “abdicar” que “renunciar”) o por otra razón que desconozco pero que no cierro la puerta a su existencia.

El que estuviera en lo cierto o no sobre esa traducción defectuosa, es ya indiferente, pues me puse a estudiar, a mi escasa luz, el texto latino y encontré respuestas a los desalientos que me invadieron al conocer la abdicación de Benedicto XVI, desalientos que, como se verá, no estaban justificados.

Si el lector ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, no le importará seguir. Veamos pues algunos puntos interesantes de la “Declaratio” en su versión española y original latina.

Primero quiero señalar que la forma de anunciar la noticia deja ver que Benedicto XVI tomó la decisión que debía tomar, no la que le apetecía o convenía tomar y, además, muestra su actitud más íntima frente a su papel en la Iglesia; se sabe un mero instrumento de Dios (“un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”dijo en su primera aparición pública); “Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia”. Cualquier político habría convocado una rueda de prensa para anunciar la mayor tontería intrascendente, mientras que el primer dignatario del mundo y, según la creencia de cientos de millones de personas, representante en la tietrrta de Jesús, el Hijo de Dios, “aprovecha” una reunión ordinaria para comunicar una noticia de trascendencia mundial. Los políticos, cuando quieren atenuar sus responsabilidades, utilizan otras noticias de impacto como cortinas de humo, pero es evidente que éste no es el caso. Benedicto XVI no quiere pasar inadvertido, sólo cumple un  trámite necesario. Me cuesta entender tanta humildad y coherencia en un gobernante, pero cuanto más lo asimilo mayor es mi admiración por Benedicto XVI.

Siguiendo con el texto, leemos en la traducción española “ya no tengo fuerzas”. Dicho así, significa que Benedicto XVI ha perdido las fuerzas que tenía, todas o una parte substancial de ellas. Eso no parece cierto. De hecho hemos visto a Benedicto XVI tras la “Declaratio” y no da precisamente muestras de falta de fuerzas, sino todo lo contrario. Además, nos dice de su intención de dedicarse a la oración y a escribir, y esas labores, bien hechas – de la única forma que las puede hacer un hombre de la talla de Benedicto XVI -, exigen una fuerza física y espiritual muy grande. Por eso, a la luz del texto latino, se debe leer que lo que dice Benedicto XVI, es que sus fuerzas no son las adecuadas, es decir, que tiene las fuerzas que tenía, pero que ha llegado a la certeza de que esas fuerzas que tiene y que no ha perdido, no son suficientes para afrontar lo que más adelante nos dirá en esa misma declaración.

Conscientia mea iterum atque iterum coram Deo explorata ad cognitionem certam perveni vires meas ingravescente aetate non iam aptas esse ad munus Petrinum aeque administrandum.

La traducción oficial dice:

“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.”

Si bien me parece más adecuado:

“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, mis fuerzas no son las adecuadas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.”

Seguimos leyendo. Viene ahora un párrafo sobre el que Carlos Ruiz Miguel, autor al que no conozco más que por un interesante artículo publicado en su blog de Periodista Digital (“Desde el Atlántico”, “Abdicación de Beneicto XVI: algunas reflexiones y una grave pregunta sin contestar”), comenta: “El pasaje más misterioso del comunicado del Papa es éste: "in mundo nostri temporis rapidis mutationibus subiecto et quaestionibus magni ponderis pro vita fidei perturbato" (en nuestro mundo sometido a rápidas mutaciones de los tiempos y perturbado por cuestiones de enorme gravedad para la vida de la fe). Ya resulta algo extraño que la palabra "temporis" sea omitida en las traducciones. Pero lo que es, no extraño, sino misterioso, es la frase en la que dice que nuestro mundo está "perturbado por cuestiones de enorme gravedad para la vida de la fe" (quaestionibus magni ponderis pro vita fidei perturbato).”

El párrafo y su traducción oficial son:

“Attamen in mundo nostri temporis rapidis mutationibus subiecto et quaestionibus magni ponderis pro vita fidei perturbato ad navem Sancti Petri gubernandam et ad annuntiandum Evangelium etiam vigor quidam corporis et animae necessarius est, qui ultimis mensibus in me modo tali minuitur, ut incapacitatem meam ad ministerium mihi commissum bene administrandum agnoscere debeam.”

“Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.”

Benedicto XVI ha visto de pronto (“en los últimos meses”) que ha disminuido su “vigor”, que es la capacidad de obligar y de ser eficaz, no sus fuerzas, como ya vimos. Entiendo que el Papa ha visto, en un momento determinado cercano en el tiempo (“en los últimos meses”), algo así como que ha disminuido su autoridad moral frente a un mundo que se le ha presentado de repente. Lo dice un Papa que ha dado la cara frente a los dramáticos problemas de pederastia, aborto, ataque a la institución familiar, vanalización de los valores occidentales, materialismo feroz, situaciones muy delicadas en sectores puntuales de la Iglesia… problemas sin duda de enorme gravedad para la fe. Para todo eso Benedicto XVI ha considerado que sus fuerzas y su vigor eran los adecuados… ¿cómo será lo que nos viene, para que el Papa crea que sus fuerzas ya no son suficientes y para que eche en falta vigor suficiente?

Concluyo que Benedicto XVI no desfallece frente al inmenso trabajo de su oficio, no abandona por temor al esfuerzo físico o mental, sino que Dios, a través de la oración, le ha otorgado una visión profética de los tiempos inmediatos que vienen y, frente a esa situación, su integridad intelectual y moral, su recta conciencia, le han inspirado que no debe ser él quién esté en ese lugar cuando tales eventos se desencadenen. Los motivos de Benedicto XVI no justificarían una abdicación en tiempos “normales”, incluso entendiendo ya por “normal” el caos de nuestro tiempo.

Las interpretaciones que se han divulgado de la abdicación de Benedicto XVI son mundanas e impropias para un católico. Desde la fe católica se debe tener presente que Benedicto XVI no es un gobernante más, sino un hombre elegido, por inspiración del Espíritu Santo, como máximo responsable de la Iglesia de Jesucristo y, en consecuencia, el representante de Dios en la Tierra. Para los católicos, una decisión como la que comentamos no puede tener interpretación meramente humana.

El Espíritu Santo guía el proceso. Todo tiene un sentido. No puedo dejar de pensar en Garabandal, en el fin de los tiempos y cómo puede encajar esta situación en el todo. Creo que se presenta un futuro apasionante que aunque puede durar la intemerata, sin duda se ha ido incubando desde hace unos lustros en los que estamos viviendo episodios “de libro”.

No quiero acabar sin citar un fragmento de las “Reflexiones  sobre la renuncia del  Papa  a  ser  Papa”, que hace el anciano p. Muñoz, en una carta desde el “Oasis de Jesús Sacerdote”: “¿Será un castigo de Dios para el mundo y los cristianos la renuncia de Benedicto XVI? Yo no soy profeta, pero pensemos que todos los Gobiernos no han hecho caso de sus palabras y protestas  condenando el aborto, es decir, millones de seres inocentes asesinados en el vientre de sus madres;  los “matrimonios” homosexuales y adopción de niños como hijos; la eutanasia;  etc.   Son pecados que van contra la Ley Natural. El Papa se ha visto solo.  Y ¿quién ha elegido esos gobiernos?  La MAYORÍA del pueblo.  Los pueblos, incluyendo los cristianos,  han aceptado esas aberraciones… quieren la pornografía, el divorcio, los adulterios, el amor libre, las leyes antinaturales (como que los animales tengan más derechos que los niños antes de nacer) el desenfreno sexual, la destrucción de la familia,….. pero no quieren  los cataclismos naturales, ni guías materiales que los opriman con impuestos, o les roben el dinero, ni les quiten la libertad….. en una palabra quieren pecar pero sin castigos.”

Dice Benedicto XVI en su despedida: “Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”. Y por lo que a mi respecta, seguiré leyéndole y aprendiendo y, con mis limitaciones, rezando con él.

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