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católico no tiene obligación de creer en las revelaciones privadas. Pero la
incredulidad no siempre es razonable.
En un documento sobre las apariciones de la Santísima Virgen María en Kibeho (Ruanda, 1981-1983), traía al respecto una cita del teólogo Antonio Royo Marín, O. P. (1913-2005); “La credulidad excesiva consiste en admitir con demasiada facilidad y sin suficiente fundamento, como pertenecientes a la fe, ciertas verdades y opiniones que están muy lejos de pertenecer a ella... Hay que evitar, sin embargo, caer en el extremo opuesto, o sea, una hipercrítica racionalista que hiciera dudar hasta de las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia... que, sin pertenecer por ello al depósito de la revelación ni ser objeto de fe divina, sería presuntuoso y temerario rechazar”.
En un documento sobre las apariciones de la Santísima Virgen María en Kibeho (Ruanda, 1981-1983), traía al respecto una cita del teólogo Antonio Royo Marín, O. P. (1913-2005); “La credulidad excesiva consiste en admitir con demasiada facilidad y sin suficiente fundamento, como pertenecientes a la fe, ciertas verdades y opiniones que están muy lejos de pertenecer a ella... Hay que evitar, sin embargo, caer en el extremo opuesto, o sea, una hipercrítica racionalista que hiciera dudar hasta de las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia... que, sin pertenecer por ello al depósito de la revelación ni ser objeto de fe divina, sería presuntuoso y temerario rechazar”.
Algunas
revelaciones privadas no han sido aceptadas todavía por la Iglesia Católica,
pero son solventes y tienen la opinión favorable de personas relevantes de la
Iglesia. Pienso en Garabandal o, en otro orden, las visiones de María Valtorta.
El
lector ya conoce mi opinión sobre la práctica católica; si uno es católico lo
debe ser sin falsos pudores, pues para ejercer de pusilánime o de progresista
ya hay otros ámbitos donde llevan eso a gala.
Por esa razón, un católico debe vencer temores e ir a las procesiones marinas (aunque sean en Barcelona nido de progresismo rancio), asistir a las romerías, arrodillarse al comulgar o creer en las revelaciones privadas sobre las que la Iglesia no haya tomado postura, siempre que sean coherentes con las Sagradas Escrituras y con el Magisterio de la Iglesia. Lo demás son pamplinas.
Por esa razón, un católico debe vencer temores e ir a las procesiones marinas (aunque sean en Barcelona nido de progresismo rancio), asistir a las romerías, arrodillarse al comulgar o creer en las revelaciones privadas sobre las que la Iglesia no haya tomado postura, siempre que sean coherentes con las Sagradas Escrituras y con el Magisterio de la Iglesia. Lo demás son pamplinas.
Por
eso creo en las revelaciones privadas que cumplen con los requisitos de verosimilitud adecuados.
Y en
este contexto quiero hacer unas reflexiones, es cierto que con pobre fundamento, sobre las revelaciones y los tiempos
que corren.
Tras
la abdicación de S. S. Benedicto XVI y cuando en las próximas semanas, D. v.,
sea nombrado un nuevo Papa, se dará la paradoja original de que convivirán dos
papas “buenos”, de corazón y de status jurídico. Es decir, uno
legítimamente abdicado y con el merecido cariño de la grey, y otro legítimamente
nombrado con el cariño popular que siempre, y sin más, conlleva el cargo.
Como es natural, jurídicamente la situación de ambos es distinta, pero afectivamente es otra cosa, porque la huella del buen Benedicto XVI está presente y muy señalada y, sin duda, el nuevo Papa será un hombre de Dios, por lo que despertará el mismo afecto, por lo menos, que su predecesor.
Como es natural, jurídicamente la situación de ambos es distinta, pero afectivamente es otra cosa, porque la huella del buen Benedicto XVI está presente y muy señalada y, sin duda, el nuevo Papa será un hombre de Dios, por lo que despertará el mismo afecto, por lo menos, que su predecesor.
Con
esto no quiero decir que presuma interferencias. No voy por ahí. Creo que
Benedicto XVI es un hombre tan prudente e inteligente, que nunca saldría tal
cosa de su corazón ni de su cabeza. Lo que quiero decir es que en el Vaticano
habrá dos papas, uno emérito y otro en activo, dos hombres “vestidos de
blanco”.
Permítame
el lector que le dé por leído en el tema. Y sobre ello, me pregunto ¿la imagen
de un hombre de blanco, saliendo de un Vaticano desmoronado, entre cadáveres de
religiosos y laicos, es una imagen metafórica o real?
La
Ley Natural ya ha sido desbordada, aunque una buena parte de la sociedad ha
digerido este tránsito, embutido por los poderes fácticos; el aborto es un crimen abominable
que a una persona normal le revuelve el estómago sólo con pensarlo.
Y sin embargo, hoy el
aborto es normal en una buena parte del mundo desarrollado.
Siendo
la homosexualidad algo que viene desde que el hombre es hombre, y condición que
en nada denigra a quien la lleva con dignidad, Muchos ven con naturalidad, la parodia del matrimonio
homosexual y la adopción de niños por parejas de homosexuales, aberraciones antinaturales que no quiere convivir con la institución familiar, sino
destruirla.
Un
extraño odio al cristiano está, de repente, acabando con la vida física de cristianos
en el tercer mundo, dónde la impunidad es mayor, e intentando acabar con la
vida social de cristianos en el mundo desarrollado, prohibiendo de hecho o de
derecho las expresiones públicas de devoción,
incluida la de llevar una mínima cruz al cuello).
Un
absurdo racionalismo, impuesto a martillazos, ha dormido en muchas almas la
creencia milenaria e innata a la condición humana, de creer en un Ser trascendente
que ha dictado las Leyes que rigen el buen discurrir del mundo….
¿Y
la cada vez mayor proximidad entre católicos y protestantes, tan trabajada por
el beato Juan Pablo II el Grande y Benedicto XVI, que tanto han intentado
extenderla al judaísmo?
¿No
son todos esos, signos revelados del inicio del fin de los tiempos? ¿No puede
ser que el hombre de blanco de la
revelación no sea un Papa, sino un papa emérito? ¿será el nuevo Papa el último? ¿no será que
el fin de los tiempos está en pleno apogeo y que en breve nos veremos sorprendidos
por nuevos sucesos profetizados?
Muchos
buenos católicos así lo creen. Y muchas cabezas bien amuebladas, no católicas,
ven que algo pasa en el mundo que lo hace inentiligible.
Pero
si estamos viviendo el fin de los tiempos, no quiere ello decir que el fin del
mundo esté aquí. O quizás así. El fin del mundo es un momento que, por mandato
divino, no conocemos ni debemos desear conocer.
Es un insensato quién se
preocupe por ese acontecimiento. Pero el fin de los tiempos se nos ha revelado
con detalles, para que lo intuyamos. Como ya comenté, puede durar la intemerata.
Por
eso animo al creyente a profundizar en su fe a través de la oración.
Al no
creyente y al ateo a cumplir la Ley Natural expresada magistralmente en los
Diez Mandamientos; eso no compromete y sin duda mejora. Y a todos, a practicar
la caridad, porque eso siempre es bueno, y la única etiqueta que nos pone es la de
“tonto”, que así ve la caridad el materialismo cutre; aunque la solución para
no ser tachados de ingenuos por los “progres”, es practicarla en el anonimato.
Por
lo que a mi respecta, estoy francamente apasionado por vivir estos momentos
inevitables.
Soy un hombre regalado, pues he vivido bajo un poder político católico y bajo una democracia
bananera, y he podido comparar; he conocido democracias maduras, y he podido
valorar; he vivido la llegada del hombre a la Luna, la implantación de la
televisión y de la informática y, en territorios profundos, he vivido la fugaz transición
de una mentalidad medieval al sórdido modernismo; desde la vida o la
resurrección, viviré el fin del mundo y, creo, estoy viviendo el fin de los
tiempos, lo que es verdaderamente apasionante, aunque no sé si estoy a la
altura… bueno, sí lo sé y en ese aspecto no ando muy tranquilo.
Pero no hay más
cera que la que arde, aunque confío en que el Velero ponga la que falta.
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