Esto de la caridad es algo que rebota a muchas personas, me atrevería a decir que a la mayoría. Cuando hay que mostrarse caritativos, una veces no nos damos por aludidos. Otras, justificamos con argumentos peregrinos nuestra miseria y otras llamamos caridad a lo que son expresiones adornadas de egoísmo. Muy poco son los que ejercen la caridad como se debe.
Me voy a referir a aquellas personas, algunas incluso católicas, cargadas de dinero que se sienten tan satisfechas de sus expresiones de caridad para con el prójimo - expresiones que no les falta ocasión para referirlas con detalle en tono de “no tiene importancia, yo soy así” – que se sienten más que justificados por esa pretendida generosidad.
Hace años, las señoras ricas y ociosas, aburridas de no hacer nada, se reunían para ir a “hacer caridad” a los hospitales u hospicios, lo que luego era motivo de charla en las reuniones sociales. Las señoronas se autocomplacían con su generosidad y no les debía caber duda de que con eso y su misa dominical tenían el cielo asegurado. Creo que aún existen esas prácticas en la “alta sociedad”. Paradójicamente esta actitud contrasta con la de madres de la “baja sociedad” que dedican parte de su tiempo y ropas y juguetes de sus hijos – tiempo que necesitan para su casa y ropas y juguetes con los visten y juegan sus hijos - para entregarlos a los necesitados.
Hoy los tiempos han cambiado y los ricos, también los católicos, se autocomplacen dando lo que les sobra – y que les incomoda en casa pero que su cicatería les impide desembarazarse dejándolo en un contenedor para provecho del prójimo anónimo - sino que dan lo que les sobra o estorba con testigos y esperando agradecimiento.
Esta tacañería caritativa se extiende a las relaciones sociales, porque la miseria crea costumbre. Veo como los pobres son más generosos en sus regalos que los ricos; las personas modestas se esmeran en obsequiosidad con sus amigos, mientras que las personas adineradas son capaces de quedar como trapos obsequiando baratijas a personas que tienen como amigas. Los ricos se desviven en recibir y miran a otro lado a la hora de dar. Eso sí, cuando son católicos, el domingo van a Misa y dejan su miseria de limosna con ostentación; la cantidad es escasa, pero el gesto es aparatoso.
La caridad adquiere su valor cuando es discreta y la damos privándonos de algo. No dando lo que nos sobra, sino dando lo que nos quitamos de la boca. Como el óbolo de la viuda. La virtud está en el desprendimiento, ejercicio para el que la mayoría de los ricos están incapacitados… y también muchos menos ricos e incluso pobres. El pecado no es poseer, sino estar atado a lo que se posee, sea mucho o poco.
Volviendo a la relación social, cuando nos queremos mostrar generosos con los amigos, hemos de procurar que nuestra expresión intente reflejar el grado de afecto que sentimos hacia ellos. No en un asunto de dinero, sino de sensibilidad; no podemos regalar a un amigo lo que nos sobra, y mucho menos, cuando además queremos corresponder.
Cuando veo tanta miseria que rodea a las expresiones de generosidad humana, incluso de católicos, pienso que Jesús se hubiera limitado a curar al ciego dejándolo miope o, para redimirnos, en lugar de morir torturado en la cruz, se hubiera dejado hacer un cortecito en el brazo. ¡Menuda expresión de amor hubiera resultado!