Hace años que le doy vueltas al tema de la infalibilidad del Papa, cabeza de la Iglesia católica. Me educaron en ese dogma y debo reconocer que me costaba asumir la cuestión, aunque no he hecho nunca de ella una cuestión beligerante en mi fe. Simplemente la analizaba y rumiaba sin entenderla.
¿Qué entendemos por infalibilidad del Papa? Entendemos que el Papa, cuando promulga solemnemente alguna enseñanza relativa a la fe o la moral, no puede equivocarse, pues está asistido del Espíritu Santo. Este dogma fue proclamado por la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano I, en 1870, dando forma de dogma a lo que ya era una tradición secular de la Iglesia.
La infalibilidad del Papa no significa que éste no se pueda equivocar en su tarea cotidiana de dirigir la Iglesia, ni que esté libre de pecado ni nada semejante, ni que no pueda tener opiniones personales erróneas. Se refiere únicamente a lo que he comentado, a que no puede equivocarse en declaraciones solemnes referidas a la fe o la moral… lo que ya es mucho.
Repasando la historia nos llama la atención lo desquiciado de algunos momentos de la Iglesia Católica en lo referido a sus representantes. Si estudiamos con detalle, veremos que algunos Papas han sido verdaderos canallas o poco menos, en el mejor de los casos unos inútiles o débiles frente al poder. A la vista de los Papas contemporáneos con sus virtudes morales y capacidades intelectuales, no nos podemos hacer una verdadera idea de momentos concretos de ese pasado más negro. No nos extraña que, por ejemplo, Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II – al que muchos dudan en darle por sobrenombre El Bueno o El Grande - o Benedicto XVI sean infalibles, pero desgraciadamente las virtudes de estos hombres y otros muchos que harían inacabable estas líneas, no han sido una constante en la dirección de la Iglesia en los más de dos mil años de su historia.
Hecho este preámbulo, nos podríamos alargar en una discusión interminable enfrentando evidencias históricas puntuales con contenidos bíblicos contundentes sin llegar a salirnos de nuestros planteamientos iniciales, porque a veces el meternos en detalles no hace más que confundirnos. Sobre todo si no somos especialistas en la historia o en los libros sagrados. Pero frente a esto hay un argumento indiscutible y rotundo, que es el del sentido común. Por ese camino es por el que he llegado a mi conclusión.
No discutiré a nadie el mal perfil evidente de determinados pontífices históricos, que en dos mil años y yendo desde el pobre hombre al verdaderamente malicioso, habrá más de uno y de dos. Incluso más de tres, o más, que cuantos más “malos” encontremos mayor es la fuerza de mi argumento.
Tampoco se me discutirá que uno de los mayores ataques que recibe la Iglesia Católica, desde fuera y desde algunos sectores de dentro, es su fidelidad doctrinal a sus orígenes, lo que los maliciosos llaman “fundamentalismo”. Siguen ordenándose sólo sacerdotes varones, sigue siendo pecado tener relaciones sexuales antes del matrimonio, incluso con la prometida, sigue estando presente en la sagrada forma consagrada el mismo Jesús en su carne, sigue la fe en la resurrección en cuerpo y alma al final de los tiempos… Nada esencial ha cambiado en la Iglesia Católica.
¿Qué significa eso? Significa que a lo largo de dos mil años, cualquiera de esos papas muy “perversos” podría haber sentenciado solemnemente cualquier tontería que se alejase de la doctrina de Jesús. Y no ha sido así. Además, esos papas en ocasiones han estado rodeados de autoridades eclesiásticas que, en esos momentos muy concretos de la historia, han podido ser verdaderos desaprensivos que no hubieran dudado en animar al papa del momento a tomar cualquier decisión contraria a la moral o a la fe, en total impunidad pues iba con los tiempos. Pero no ha sido así.
Para mí es suficiente. Que la voz de tantos papas y de sus entornos condicionantes en más de dos mil años de historia no hayan alterado un ápice la fe original; que hoy podamos seguir rezando el mismo Credo que redactó la Iglesia hace cerca de mil setecientos años; que tantísimas ocasiones para romper con la fe original no hayan sido “aprovechadas” jamás… son argumentos más que suficientes para creer en la infalibilidad del sucesor de Pedro. Puedo no entenderlo, pero la evidencia es contundente; el Papa es infalible en cuestiones de fe y moral y como la infalibilidad no es cosa humana, el Papa es infalible porque está asistido por lo sobrenatural.