Somos el primer país del mundo en consumo de cocaína. Un país moderno, no puede ser el primero en nada sin el consentimiento del poder, y de la oposición que coadyuve.
Con todo lo que conlleva ese record, no he oído ninguna declaración institucional que se comprometa a la lucha contra la droga, ni ninguna denuncia en el Parlamento en la que la oposición saque a colación el problema. Somos el primer país del mundo en consumo de cocaína, el país refugio de la mafia mundial de la droga,… y todo es silencio al respecto.
Creo que no hay misterio. Y que viendo el funcionamiento de nuestra sociedad y los niveles de corrupción, también los mayores de Occidente, podemos confirmar lo que pensamos, como la regla del nueve en la división.
Esto de la droga es muy curioso. El poder la consiente negándola de palabra pero favoreciéndola descaradamente de hecho. Incluso legaliza su consumo, pero no su comercio. Curioso, ¿no?; eso garantiza la impunidad a quien se vea sorprendido consumiéndola, a pesar de que está consumiendo un producto prohibido y que ha tenido que delinquir para adquirir. La ciudadanía en España jalea la droga y la consume con efusión. Y los traficantes la justifican. Tal es la situación que, repito por tercera vez, España es el primer país… y no digamos respecto a la marihuana. La policía, con sus intervenciones reguladas por la política, parece que no hace más que regular la oferta y distribución de estos sustanciosos mercados. No olvidemos (ver, por ejemplo, “Cómo está el terrado 2” en este blog), cómo salen a la calle narcotraficantes, de la mano de responsables del ámbito de la justicia.
Tanto consenso y permisividad desconcierta, pero me llaman la atención respecto a otra situación, la del aborto. El gobierno empezó haciendo vista gorda a su práctica. Luego legalizó unos supuestos concretos para abortar. La población jalea esa práctica y pide más. El estamento médico la justifica. Hasta el punto de que España es referencia como país permisivo en el aborto, en cualquier supuesto, pues la legalidad se distrae y cuela todo. Para mayor impunidad, los socialistas van a hacer ley de la sin ley y ya han presentado un proyecto de aborto sin límites, como ya es en la práctica.
Creo que leí en algún lugar que un aborto cuesta entre 2.000 y 3.000 euros de media. Si usamos la aritmética elemental y multiplicamos este coste por un millón de abortos al año – la mayoría en clínicas privadas, pues paradójicamente aquí no molestan a los médicos de la medicina pública que alegan objeción de conciencia -, veremos que resulta una cifra astronómica. Considerando que una clínica abortista necesita un quirófano elemental, un médico y un par de asistentes con salario mínimo, veremos que esas clínicas son un verdadero negocio… dónde figuran como accionistas políticos, sobre todo socialistas, aunque no sólo.
La droga mata, el aborto mata. Pero ambas actividades son en España grandes negocios institucionalizados. Por eso nada nos debe sorprender, pues de la podredumbre no puede salir más que inmundicia. ¿Alguien esperaba que se pudiera objetar de la asignatura alienante de “educación para la ciudadanía”? Esos jueces que tan laxos son con las huidas de narcotraficantes o con los abortos todavía hoy ilegales, han dicho esta mañana que no se puede objetar de aquella asignatura. ¿Qué otra cosa podría esperarse? Y mañana tendremos aborto libre y pasado mañana eutanasia de derecho, pues de hecho ya se practica. ¿Podría ser de otra forma? Y las pensiones se reducirán, y los impuestos aumentarán, y se extenderá la filosofía de recaudar con multas por infracciones absurdas, para evitar que el ciudadano se organice frente al expolio, y el paro crecerá, y los precios públicos desbordarán en sus subidas al coste de la vida empobreciendo a jubilados y pensionistas… todo para satisfacer la insaciable corrupción.
La sociedad sin Dios no tiene límites en la aberración y en la sociedad sin Dios los débiles estarán siempre oprimidos. ¿Por qué creen sino que esa chusma de la droga y del aborto persigue con tanto ahínco a Dios?; porque es su único enemigo eficaz frente a la opresión del débil y la injusticia.