Ayer estuve con un matrimonio y su hijo, de unos trece años. La madre – una madre “normal”, una de las muchas madres españolas (aunque ésta, por su vecindad en Barcelona, naturalmente, nacionalista) - se puso a hablar de los carnavales, y comentó que había visto en la calle un cartel publicitario con la foto de un homosexual anunciando el carnaval, y que estaba “muy bueno”. Siguiendo con el tema, comentó que los homosexuales eran “muy simpáticos”. El chaval, que estaba en la conversación aunque despegado del grupo, cogió un bolsito y, medio en broma, se puso a dar unos pasitos por la habitación como lo haría un homosexual “con pluma”. Desgraciadamente su apariencia fina y el pelo largo y con patillas – se acicala como ve en el “cole” -, completaban el estereotipo de un “mariquita”.
Cada vez soy más prudente, pero no pude reprimirme. Con una sonrisa y medio en broma, le dije al crío “muy divertido pero verás como te pille uno de verdad”. Al chaval, que no es tonto, se le cortó la broma. La madre, a la que le encantaba la gracia de su niño, saltó enseguida para insistir en que los homosexuales eran muy simpáticos, y divertidos, y pulcros, y elegantes,… “Sí - le contesté - en las películas, como los borrachos son simpatiquísimos en las películas de John Wayne, pero en las estadísticas los homosexuales aparecen como emocionalmente inestables, incapaces de crear una estructura familiar sólida y terriblemente promiscuos”. “Eso serán algunos, no todos” me contestó muy seria. “Naturalmente – le respondí – no lo serán todos. Te estoy hablando de estadísticas. ¿Sabes lo que es eso?”. Se quedó cortada, pues sí lo sabía, ya que la señora es universitaria.
El niño no es homosexual, ni afeminado, aunque los padres le animen a parecerlo. Y desde luego, el niño carece de una escala de valores suficiente, víctima del relativismo y de la ignorancia de sus padres, cegados por el “estar al día” en el pensamiento. La pobre madre, universitaria y encantada de conocerse, confundía el estereotipo que de homosexual da el cine subvencionado, con su realidad social; hacía extensiva la imagen de un actor retratado en un cartel de carnaval, actor que probablemente ni era homosexual, con la imagen de “los homosexuales”; aplicaba a todo un colectivo de lo más heterogéneo, los adjetivos de “elegantes”, “pulcros” y “divertidos”… y eso es lo que le transmitía a su hijo. ¿Para qué necesita la tiranía socialista la “educación de la ciudadanía” en los colegios, cuando ha conseguido que se enseñe en los hogares?
Para evitar, ya sé que sin éxito, el inevitable comentario del lector recalcitrante, diré que nada tengo contra los homosexuales. Que hasta donde les conozco, sólo se diferencian de mis otros conocidos en dos cosas; una en que cuando tienen suficiente confianza me comentan “mira qué bueno está aquel tío”, a lo que les contesto dándoles mi opinión, que suele ser más objetiva pues está exenta de deseo. La otra, es que mueren de SIDA en mayor porcentaje que mis conocidos no homosexuales. Por lo demás, son tan entrañables, elegantes y pulcros, como el resto de los humanos que son entrañables, elegantes y pulcros.