lunes, 16 de febrero de 2009

Mariam. I.

Unos comentarios antes de entrar en tema

Un lector inquieto que se interese por la vida de Jesús, no podrá dejar de plantearse dudas si realiza una lectura atenta de los textos que la ilustran. Es normal que se nos planteen dudas, y eso no tiene por qué significar nada, salvo que ha leído con atención.

Tal lectura será especialmente accidentada por referirse a un personaje histórico especial, ya que Jesús es considerado por media humanidad como Dios. Si no fuera por esta singular circunstancia, el personaje de Jesús no estaría tan controvertido, pues es uno de los más documentados hombres de la antigüedad, así como el más reconocido. Considerando meramente la faceta humana de Jesús, a nadie le cabe duda de que fue un hombre bueno y caritativo y que desconcertó a sus conciudadanos por su sentido del amor al prójimo, que materializó con su escandalosa actitud de considerar a las mujeres y a los niños como seres humanos, iguales en dignidad a los varones adultos, y al pobre con la misma dignidad que al rico, así como a todos los hombres, al margen de su raza, como hermanos.

Pero pasar de Jesús Hombre a Jesús Dios es un salto que exaspera a algunos y desconcierta a otros. Por eso, hechos que se considerarían normales si Jesús no se declarase y se le declarase Dios, se miran con lupa y se retuercen para demostrar lo indemostrable. Nunca una coma o un acento han valido tanto como en una biografía de Jesús. Eso es natural, aunque a veces sea un arma de la mala fe, en manos de quien quiere embrollar sin tener argumentos.

Y todo para nada o, mejor, para poco. Porque desde la perspectiva de la historia, la divinidad de Jesús es indemostrable. Como es indemostrable su no divinidad. El hecho de que resucitase está – en principio - fuera de más discusión que si el cuerpo fue robado, o verdaderamente resucitó. Es una cuestión de fe.

Pero no cabe duda de que si se demostrara que los textos que narran la vida y obra de Jesús fueran falsos, o estuvieran alterados para inducirnos a ver un Jesús que no fue, eso perjudicaría a la fe de los que la tienen. Si por el contrario, los textos que hablan de Jesús mantuvieran su solidez a la luz de la historia y de los descubrimientos arqueológicos y científicos que se van sucediendo, eso sería un buen refuerzo para la fe de los que la tienen, y una llamada a los que están privados de esa Gracia.

Por ejemplo. Si consideramos un buen argumento para apoyar la Resurrección, el hecho de que Jesús se apareciera después de muerto, es muy importante que confiemos en quien nos narra esa aparición y nos avala además la honradez de los testigos de la aparición. Si antes hubiéramos demostrado que el evangelista ha desarrollado un relato lleno de inexactitudes y errores y que sus discípulos eran unos enajenados, cuando llegásemos a aquel extremo – el relato de la aparición - lo leeríamos con escepticismo, como el relato de un impostor, un indocumentado o un fanático. Pero si toda la narración del autor es coherente, sensata y además responde con exactitud a las circunstancias históricas que conocemos por otros conductos, tendremos confianza en su solvencia y el relato de la aparición de Jesús tras su muerte, por lo menos, nos dará que pensar. Hasta tal punto es importante dar la batalla en cualquier cuestión histórica, aunque parezca nimia. Esta constante actitud de alerta contra el error – además de la bondad de la doctrina – y sus consecuencias teológicas, las herejías, es la que ha adoptado la Iglesia desde hace dos mil años, y la que le ha hecho ganar todas las batallas intelectuales y teológicas aunque, paradójicamente, parezca que siempre prevalece la duda y la mentira sembradas por quienes utilizan falsos argumentos groseros, frente a la profunda realidad histórica y documental. Eso no nos debe preocupar. Como escribe Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret, “la causa de Dios parecer estar siempre como en agonía. Sin embargo, se demuestra siempre como lo que verdaderamente permanece y salva”.

Por eso leo con detalle cuanto se refiere a la historicidad de la vida de Jesús. Incluso si el texto lo merece, prescindo de la tendencia ideológica o espiritual del autor, y lo leo con detalle y sin prejuicios, porque no quiero leer sin plantearme dudas, sino que quiero resolver las dudas para progresar, para lo que muchas veces es suficiente el sentido común. Con ese método no se alcanza la fe - porque ese no es su camino – pero sí se asientan los pies en un terreno aceptablemente sólido, dentro de la solidez que puede alcanzar el famélico ser humano.

Se me dirá; “para eso ya está el Magisterio de la Iglesia”. Efectivamente, es un buen argumento para los católicos que ya han llegado, pero los que están en tránsito, quizás necesiten el refuerzo del estudio. Para muchos escépticos de buena fe, el principio de su camino puede ser un frío pero sólido argumento histórico. Y algunos de los que han llegado, probablemente ha sido gracias a la ayuda del estudio, entre otros, de aquel Magisterio. El argumento de “lo que hay que decir ya está dicho” no me sirve porque son innumerables los libros, escritos y conferencias que desmenuzan la historia de Jesús, lo que será para algo… precisamente para que se lean y escuchen. Recurrir a la consulta con especialistas para resolver las dudas que uno tiene, suele ser perder el tiempo, pues es naturaleza humana que el erudito sólo se entretenga con quien cree que está a su nivel y cuando decide bajar, es para explicar cuatro lugares comunes y decirle al interlocutor que el asunto es muy complejo como para que él lo entienda, lo que es la antítesis de la catequesis y, en mayor o menor grado, expresión de ignorancia, soberbia, o pereza. A este respecto recuerdo la respuesta dada por un muy buen especialista a un profano, en relación a un tema teológico. Tras nombrar aspectos comunes del tema, concluía la respuesta: “Creo que esto es suficiente. Más curiosidad sería malsana”. Con esta respuesta, el especialista dejaba ver que sabía más cosas, pero que estaban fuera del alcance del que preguntaba. Con esto, el interpelado frustraba al interpelante al tiempo que le despertaba una “curiosidad malsana” que antes no tenía, con lo que no le resolvió nada y le creó falsas expectativas en un conocimiento que el interpelado presumía tener pero no tenía, porque no había más que contar.

El tema de la virginidad de María

Tras este preámbulo, debo decir que hace ya tiempo me planteé el tema de la virginidad de María, la madre de Jesús.

Verdaderamente es un asunto controvertido, incluso entre creyentes cristianos. Y para los católicos – quiero decir, para muchos católicos de los que conozco – algo que ni tan siquiera se puede plantear como discusión formal, sin correr el riesgo de perder su relación. El fanatismo suele ser un refugio de la ignorancia y es una actitud especialmente condenable en quien está en la verdad pero no se ocupa en documentarla, al nivel que sus luces le alcancen, porque es más fácil deglutir que masticar.

Conozco y entiendo el contenido del dogma de la perpetua virginidad de la Virgen María, pero me gustaría profundizar en él. No en el dogma, que es cuestión de fe, sino en al “argumentario” que lleva a él. No es “curiosidad malsana”, “ni abrirle una puerta al diablo”, es deseo de conocer la historia y sus argumentos. No me sorprende lo excepcional ni me deja escéptico lo misterioso, al contrario, pero quiero saber si verdaderamente tengo motivos para sorprenderme y dejarme llevar por lo sorprendente y lo misterioso. Y para eso preciso conocer sus fundamentos históricos y argumentales, pues como comenté más arriba, el soporte del conocimiento es bueno para la fe, y para muchos el primer peldaño para progresar. Paradójicamente, para nuestros hermanos judíos, la raza de Jesús, es precisamente el conocimiento el camino que llega a Dios.

Hace tiempo que ojeo páginas protestantes en internet, para consultar sobre sus argumentos en contra de la virginidad de María. Poco he encontrado que pudiera despertar mi interés, pues leo más rabia contra la Iglesia católica, que verdaderas razones de fondo para defender sus tesis. Por eso dejaré las “mejores” razones de los buenos protestantes para el final, y empezaré con la visión más fría y objetiva de un autor erudito, y ateo.

En su momento conocí, en el ámbito de la divulgación científica, a Isaac Asimov (1920-1992), prolífico escritor y bioquímico nacionalizado estadounidense, de origen judío y militante ateo. Hoy se le nombra poco, pero hace un tiempo estuvo muy de moda. No cabe duda de que fue un hombre con una capacidad intelectual fuera de serie y como persona, a la vista superficial de su biografía, debió ser consecuente, aunque leyendo entrevistas suyas queda en evidencia un pensamiento de fondo encorsetado dentro de lo que hoy se conoce como lo “políticamente correcto”. Esto es lo que le daría el espaldarazo para la fama, pues sin esa actitud, por mucha valía que hubiera tenido – que la tuvo -, habría sido difícil que se le hubiera dado a conocer en la dimensión mediática que se hizo.

Si cito a Asimov, es porque publicó una Guía de la Biblia en dos volúmenes, que comprendían el Antiguo Testamento (1967, el original en inglés) y el Nuevo Testamento (1969, el original en inglés. De ambos títulos he encontrado dos ediciones en español), que luego apareció en un sólo volumen (1981, en inglés. No conozco traducción al español). Las citas que hago aquí se refieren a la Guía de la Biblia. Nuevo Testamento. Plaza & Janés Editores. Barcelona, 1988.

En esa obra Asimov reviste, con un aparato histórico que abruma, una serie de argumentos sobre la Biblia que la dejan como un compendio más de historias fantásticas en el acervo cultural humano. El tono displicente de un ateo que ve las cosas del espíritu con condescendencia paternalista, se ve soportado por la gran erudición del texto. Sin embargo, si nos entretenemos en hurgar los detalles, van aflorando defectos y lagunas que desvirtúan la primera impresión de contundencia, seriedad y objetividad. No voy a discutir la obra, sino que la voy a utilizar como referencia de argumentos concretos que son lugares comunes para críticas sobre el nacimiento de Jesús, concretamente negando la virginidad de María.

Jesús, hijo de David

La primera argumentación de Asimov sobre el tema que nos ocupa, se refiere al Evangelio de Mateo, donde el evangelista relata con detalle la genealogía de José como descendiente de David. Tanto interés de Mateo por demostrar el linaje de José sería superfluo – dice Asimov – si José no fuera el padre natural de Jesús, es decir, tal interés por la genealogía tendría sentido, sólo en el caso de que José fuera realmente el padre natural de Jesús y de esta forma le pudiese transmitir la herencia del linaje de David.

Los judíos no aceptan ese linaje davídico de Jesús (de hecho algunos no aceptan ni al Jesús histórico), pues argumentan – basándose en su interpretación de las Sagradas Escrituras (como en Números 1, 17-19 y I Reyes 2, 4) - que sólo puede transmitir el linaje el padre. Un hijo adoptivo – dicen - podría heredar hacienda, pero no linaje. Asimov no insiste en este argumento pues los coetáneos de los Evangelios no pusieron en duda ese derecho de Jesús y posteriormente, los especialistas tampoco lo han cuestionado, debatiendo sólo sobre detalles de la genealogía de Jesús, no sobre el hecho de que fuera legítimamente hijo de David.

El argumento de Asimov es malintencionado, pues tras plantear ese error de bulto, más adelante reconoce que aún siendo José padre putativo de Jesús, el relato genealógico tiene sentido (“de modo que según la corriente normal de los asuntos humanos Jesús era de ascendencia davídica, cumpliendo así el requisito de mesianismo”, p. 100). ¡Asimov rebate su propio argumento sobre la paternidad natural de José! José estaba desposado con María, por lo que la ley judía hacía esa unión legal, aunque el matrimonio se solía realizar un año después de los esponsales, si la novia era virgen, o menos si era viuda.

A continuación dice también Asimov que según la tradición cristiana, María tenía también ascendencia davídica – lo que es cierto -, aunque los Evangelios – dice Asimov – “no afirman esto de manera explícita” (p. 100).

A pesar de Asimov, los Evangelios sí afirman de manera explícita que María es de ascendencia davídica. El evangelista Lucas, pone en boca del ángel; “…concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quién pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor el trono de David, su padre…” Lc 1, 31-32. Esta afirmación tan clara y rotunda, que los coetáneos aceptan – pues de otra forma no tendría sentido que Lucas la hiciera valer -, nos dice que la herencia mesiánica del padre putativo es válida o bien, que María es de la familia de David y capaz de transmitir esa herencia a su Hijo. Como veremos, ambas cosas.

Efectivamente, fuera de los Evangelios pero dentro del Nuevo Testamento, el significado discípulo Pablo, muy versado en leyes rabínicas, nos dice de Jesús; “nacido de la descendencia de David, según la carne” Rom 1,3. Como no cabía duda alguna sobre la virginidad de María, esta afirmación no tiene más sentido que María también era de ascendencia davídica. Jesús nació en una familia doblemente descendiente de David, aunque por su circunstancia concreta y excepcional no fuera físicamente hijo de José.

Todos estos errores en la acometida de Asimov a los documentos históricos sobre la virginidad de María, no tendrían mayor importancia si no fuera porque ponen en tela de juicio la pretendida objetividad del propio Asimov. Pero hay más; si con tan pocos y errados argumentos Asimov consume tantos párrafos, hay que entender que su erudición – su Guía de la Biblia ocupa más de mil páginas - no tiene mayores razones históricas para desvirtuar los argumentos en favor de la virginidad de María. Lo que es mucho.

María, ¿una “joven” o una “virgen”?

Siguiendo la lectura de la Guía de la Biblia de Asimov, más adelante, refiriéndose a una cita que de Isaías hace Mateo, entra en un asunto semántico, que al parecer es su especialidad. Mateo se refiere a que el nacimiento virginal de Jesús estaba profetizado por Isaías. Transcribo ambas citas para referencia del lector:

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta, que dice: “He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y se le pondrá por nombre “Emmanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros” Mt 1, 22-23

Mateo está haciendo referencia al texto de Isaías:

El Señor mismo os dará por eso la señal: / He aquí que la virgen grávida da a luz / y le llama Emmanuel” Is 7, 14.

Dice Asimov, que el término “virgen” que Mateo utiliza en la cita de Isaías, ha inducido posteriormente a los historiadores y especialistas a utilizar “virgen” en ese texto de Isaías, cuando en realidad la palabra original hebrea que aparece en Isaías es “mujer joven”, virgen o no. De tener razón Asimov, además de señalar a Mateo como un tergiversador, nos estaría diciendo que la tradición del Antiguo Testamento no exigiría que el Mesías naciera de una virgen, dando pie al argumento infundado que el propio Asimov promueve más adelante, diciendo que la virginidad de María fue una leyenda improvisada por Mateo para “estar al día” con las creencias de su tiempo en relación al nacimiento virginal de algunos héroes mitológicos del paganismo.

Nos dice Asimov: “En esta cita, la utilización por parte de Mateo de la palabra “virgen” es un error, aunque ello ha llevado a las primeras traducciones de la Biblia… a emplear también el término “virgen” en el pasaje de Isaías” (p. 100). Más adelante, mostrando un talante conciliador (Asimov tenía un especial interés en demostrar que los ateos eran personas abiertas, amables y muy contemporizadoras, al contrario de los fanáticos religiosos), acaba diciendo: “… en la cita de Isaías, las versiones griegas de la Biblia utilizaban la palabra griega correspondiente a “virgen”, y es muy posible que Mateo siguiera la versión griega en vez de la hebrea para respaldar el nacimiento virginal y que, por tanto, no citara equivocadamente de manera deliberada” (pp. 101, 102). Los dos textos de Asimov se contradicen, pues Mateo fue víctima o causante del error, pero ambas cosas a la vez no es posible. Semejante contradicción redunda en la escasa calidad del texto de Asimov.

Desarticulado un argumento tan inconsistente, huelga entrar en el detalle de la pretendida utilización oportunista de Mateo del concepto de virginidad, para equiparar el nacimiento de Jesús con el de los mitos paganos. Como veremos, el nacimiento virginal de Jesús estaba profetizado hacía más de setecientos años, lo que es mucho para hablar de oportunismo en Mateo.

Añade Asimov que Isaías no hace referencia en esa cita al mesianismo, como pretende Mateo. Dice Asimov; “… no es probable que el pasaje de Isaías tenga significación mesiánica…y de no ser por estos versículos de Mateo, que lo citan, nunca se hubiera supuesto que la tuviera” (pp. 100 y 101).

Esto es sorprendente; tanto empeño por parte de Asimov en demostrar que Isaías no hablaba de una virgen, para luego decir que la cita de Isaías no se refiere a María. Es decir, Asimov da un argumento sobre la mala traducción de una palabra, argumento que sabe inconsistente, por si cuela, para luego decir, en caso de que no cuele, que Isaías no es una referencia mesiánica. No es ese el planteamiento de un intelectual, sino el de un demagogo.

Antes de continuar no puedo menos que resumir esos desconcertantes planteamientos de Asimov. Si Mateo es el responsable de que las traducciones griegas del Antiguo Testamento escribieran “virgen” en lugar de “mujer joven”, ¿cómo es posible que al mismo tiempo Mateo fuera confundido utilizando textos griegos que estaban ya errados? Por otra parte, ¿para qué polemizar sobre si las profecías dicen que María era “joven” o “virgen”, si en ningún caso tales profecías se referían a María? Semejante embrollo dice poco a favor del rigor de su autor y sugieren que Asimov busca más la polémica estéril, que la verdad.

Con todo esto, lo que se nos plantea es:

Primero, si Isaías habla de una “virgen” o de una “mujer joven” y, consecuentemente, si Mateo yerra o no.
Segundo, si la cita de Isaías tiene que ver con el mesianismo.

Veamos el primero de los puntos; si Isaías habla de una “virgen” o de una “mujer joven” y, consecuentemente, si Mateo yerra o no.

Efectivamente, parece que en el texto hebreo de Isaías, “la palabra hebrea correspondiente significa propiamente “doncella”, pero ya la versión griega de los LXX da el sentido específico de virgen (“parthenos”) y así Mateo 1,13 aplica el texto al nacimiento virginal de Jesús” (nota en Sagrada Escritura de Nácar y Colunga. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 1986, p. 1580. Es una versión católica, impresa con autorización eclesiástica).

Según esto y a primera vista, parece que Asimov tendría razón en su argumento sobre la palabra original en el texto de Isaías. ¿Pero es así? Vamos a ver que no. Nácar y Colunga hablan con conocimiento de causa, porque su versión de la Biblia es una “versión directa de las lenguas originales”, tal como reza el encabezado de la edición. Y siendo que unos especialistas en estudios bíblicos traducen del original, ¿cómo mantienen la traducción de “virgen” cuando parece que textualmente la palabra hebrea significa “doncella”? Probablemente porque la autoridad de la versión griega de la Biblia de los LXX, tal como ellos señalan, sea indiscutible.

Leer los textos originales de los escritos de la Biblia – en general de textos antiguos y especialmente si son de lenguas muertas - no es como lo que vemos en las películas, en las que el arqueólogo coge un pergamino y, de un golpe de vista, o después de rumiarlo un poco, lo lee de corrido para descifrar algún misterio. No. Los documentos con tantísima antigüedad suelen presentar más problemas. En nuestro caso, los originales bíblicos están escritos en hebreo, arameo y algunos en griego. Traducir desde hoy el hebreo y arameo de hace más de tres mil años, es una tarea ímproba. Los textos originales no aparecen pulidos, los versos están desordenados, la escritura carece de vocales, las palabras aparecen sin espacios entre ellas y cada palabra puede tener un significado según el contexto, que suele ser muy complejo… En fin, que esos textos originales eran incluso difíciles ¡para los estudiosos judíos de hace dos mil años, a pesar de que eran coetáneos de esas lenguas!

Por este motivo y porque se empezaban a perder esas lenguas, parece que la importante comunidad judía de Alejandría, que se expresaba en griego, decidió traducir a ese idioma los antiguos textos bíblicos, para que no se perdieran y su lectura fuera accesible a todos. Así, en el año 280 a. C., se inició una labor de traducción al griego koiné que duró 130 años. Dice la tradición que se inició con el Pentateuco; 72 eruditos judíos tradujeron, de forma independiente, los textos originales al griego, textos que luego se cotejaron entre ellos para que de todos surgiera un solo texto griego de los antiguos textos hebreos y arameos. Esta traducción dio lugar al texto que se conoce como la Biblia de los LXX o Septuaginta, que es la fuente principal para las versiones posteriores de la Biblia.

Sin embargo durante siglos los estudiosos observaron desajustes en el texto de la Septuaginta, que creyeron estaban causados por una traducción defectuosa o por errores en los copistas posteriores. Pero cuando en Qumrán se descubrieron, entre los manuscritos del Mar Muerto, textos originales del Antiguo Testamento se observó que todos los presuntos desajustes de la Biblia de los LXX no eran tales, sino que respondían fielmente a desajustes en los originales, lo que ratificaba la calidad de la traducción de los eruditos judíos.

Regresando a nuestra discusión sobre la cuestión de los textos de Isaías y Mateo, me he entretenido en revisar los contenidos de versiones distintas de la Biblia y todas, incluidas las protestantes, coinciden en una única traducción del texto de Isaías que discutimos, lo que es significativo pues si hubiera cualquier argumento, por pequeño que fuera, que cuestionara la virginidad de María, sin duda se haría valer. Además, hemos de recordar, para los más maliciosos entre los que quizás estará Asimov, que la Biblia de los LXX se finalizó 150 años antes de nacer Jesús.

Para ilustrar esto, transcribo algunas versiones conocidas, además de la de Nácar y Colunga que ya está citada más arriba y resalto la palabra que es tema de discusión:

Por tanto el mismo Señor os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y parirá hijo, y llamará su nombre Emmanuel”. Isaías 7.14. Versión protestante Reina-Valera, 1909.

Propter hoc dabit Dominus ipse vobis signum. Ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel”. Isaías 7,14. Versión católica Nova Vulgata.

Therefore the Lord himself shall give you a sign; Behold, a virgin shall conceive, and bear a son, and shall call his name Immanuel.” Isaías 7,14. Versión protestante King James.

No podía ser de otra forma. Asimov pretende engañar haciendo a Mateo responsable de una presunta mala traducción del original de Isaías, cuando la verdad es que la versada y rigurosa traducción como “virgen” data de 150 años antes del nacimiento de Jesús, como ya hemos visto. Tampoco se puede hablar de una “improvisación” coyuntural de Mateo, para “estar al día” respecto a la virginidad de María. Tampoco queda duda respecto a la ignorancia, o como alternativa la mala fe, de Asimov.

En aspectos puntuales como estos queda patente, hasta para los más escépticos, el valor del Magisterio de la Iglesia católica, que refleja siempre el fondo de cuestiones que, a veces en apariencia, expresan lo contrario de lo que quieren decir. En nuestro caso, una traducción literal, aparentemente indiscutible, que podría hacer cualquier estudiante de hebreo de una universidad actual, dista de la verdadera traducción consensuada por 72 sabios judíos de la antigüedad, que conocían la lengua porque la estudiaban y la vivían.

María y la profecía de Isaías

El segundo punto que nos planteamos, es si la cita de Isaías tiene que ver con el mesianismo. Repito, para comodidad del lector, la cita de Asimov: “… no es probable que el pasaje de Isaías tenga significación mesiánica…y de no ser por estos versículos de Mateo, que lo citan, nunca se hubiera supuesto que la tuviera”.

Con lo que hemos visto de Asimov, parece que no es la persona adecuada para discutir con los estudiosos sobre el significado del contenido de los textos bíblicos, cuando es incapaz de discutir sobre el significado contextual de una sola palabra.

De la cita de Isaías, que ampliaré más abajo, se trasluce aún sin ser un experto, que contiene una profecía. La profecía, según el Diccionario de la Lengua Española es – entre otras acepciones -, el “don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras”. Para el ateo Asimov no puede haber profecía pues no hay Dios, pero para un creyente sí la hay. Es una cuestión de fe que además tiene soporte en una base histórica, que está vacía de contenido para el ateo pero llena de contenido para el creyente. Eso no es discutible.

Falta ver que esa profecía fuera mesiánica, de decir que se refiriera al Mesías. Por lo pronto, Mateo y muchos estudiosos posteriores creen que esa cita se refiere a María y a su hijo Jesús.

El libro de Isaías agrupa textos de diversos autores, de distintas épocas. En este libro, los especialistas ven tres bloques de textos, en los que el primero (Is 1-39), agruparía los textos de Isaías (salvando Is 24-37 e Is 36-39). Estos textos dan nombre a todo el libro. En la homogeneidad de autor y época de este primer bloque, concretan el sentido mesiánico de aquella cita de Isaías otros dos textos. Se trata de Isaías 9, 1-7 e Isaías 11, 1-9, que reproduzco también [las notas entre corchetes son añadidos míos para ayudar a la comprensión]:

Y dijo Isaías a Ajaz [rey de Judá, idólatra, que es conminado sin éxito por Isaías a creer]: / "Pide a Yavé, tu Dios, una señal en las profundidades del seol [fosa sepulcral] o arriba en lo alto. / Y contestó Ajaz: No le pediré, no quiero tentar a Yavé. / Entonces dijo: Oye, pues, casa de David: / ¿Os es poco todavía molestar a los hombres, / que molestáis también a mi Dios? / El Señor mismo os dará por eso la señal: / He aquí que la virgen grávida da a luz, / y le llama Emmanuel”. Isaías 7, 10-14

Como al principio cubrió de oprobio / a la tierra de Zabulón y de Neftalí, / a lo último llenará de gloria el camino del mar / y la otra rivera del Jordán, / la Galilea de los gentiles. / El pueblo que andaba en tinieblas, / vio una luz grande. / Sobre los que habitan en la tierra de sombras de muerte, / resplandeció una brillante luz. / Multiplicaste la alegría, / has hecho grande el júbilo, / y se gozan ante ti, / como se gozan los que recogen la mies, / como se alegran los que reparten la presa. / Rompiste el yugo que pesaba sobre ellos, / el dogal que oprimía su cuello, / la vara del exactor como en el día de Madián, / y han sido echados al fuego y devorados por las llamas / las bocas jactanciosas del guerrero / y el manto manchado de sangre. / Porque nos ha nacido un niño, / nos ha sido dado un hijo / que tiene sobre los hombros la soberanía, / y que se llamará / maravilloso Consejero, Dios fuerte, / Padre sempiterno, Príncipe de la paz, / para dilatar el imperio y para una paz ilimitada / sobre el trono de David y de su reino, / para afirmarlo y consolidarlo / en el derecho y en la justicia / desde ahora para siempre jamás. / El celo de Yavé de los ejércitos hará esto”. Isaías 9, 1-7.

Y brotará un retoño del tronco de Jesé / y retoñará de sus raíces un vástago. / Sobre él que reposará el espíritu de Yavé, / espíritu de sabiduría y de inteligencia, / espíritu de consejo y de fortaleza, / espíritu de entendimiento y de temor de Yavé. / Y su respirar será en el temor de Yavé. / No juzgará por vista de ojos [según las apariencias] / ni argüirá por oídas de oídos [por lo que oiga decir], / sino que juzgará con justicia al pobre / y en equidad a los humildes de la tierra. / Y herirá al tirano con la vara de su boca / y con el soplo de sus labios matará al impío. / La justicia será el cinturón de sus lomos, / y la fidelidad el ceñidor de su cintura. / Habitará el lobo con el cordero, / y el leopardo se acostará con el cabrito, / y comerán juntos el becerro y el león, / y un niño pequeño los pastoreará. / La vaca pacerá con la osa, / y las crías de ambas se echarán juntas, / y el león, como el buey, comerá paja. / El niño de teta jugará junto a la hura del áspid, / y el recién destetado meterá la mano / en la caverna del basilisco. / No habrá ya más daño ni destrucción / en todo mi monte santo, / porque estará llena la tierra del conocimiento de Yavé, / como llenan las aguas el mar”. Isaías 11, 1-9.

No puedo dejar de hacer un inciso que no es un argumento, sí un testimonio. Tan enraizada está en el alma popular la profecía de Isaías, que este último texto me parece ha inspirado el entrañable villancico italiano Quanno nascette Ninno (Cuando nació el Niño), atribuido a S. Alfonso Maria de Ligorio, Doctor de la Iglesia, a quien San Francisco Jerónimo bendijo y anunció: "Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien".

Parece que orientados por los especialistas – es la interpretación de la Biblia una tarea muy difícil como para aventurarse alegremente en ella como hace Asimov -, no nos deberían quedar dudas respecto a las alusiones mesiánicas de Isaías sobre el niño que nacerá de una virgen de la casa de David, como acertadamente cita Mateo en su Evangelio.

Es cierto que para los judíos tales profecías no se refieren a Jesús. La disyuntiva es una cuestión de fe. Lo que hace Asimov con sus comentarios, es marear la perdiz para crear confusión y desconfianza en unos asuntos en los que se puede creer o no, pero de los que no cabe ninguna duda histórica en cuanto a los hechos tangibles, es decir; un hombre considerado profeta, llamado Isaías, señaló un entorno y condiciones en los que nacería el Mesías, un hombre de la casa de David, nacido de una virgen. Más de setecientos años después de esa profecía, nació Jesús, hijo de María, una mujer virgen (seguiremos hablando de ello), en el seno de la casa de David. Posteriormente, los sucesos extraordinarios que acompañaron la vida de María y la de su Hijo hicieron ver a muchos judíos que, efectivamente, aquel nacimiento había sido distinto y excepcional y nada se oponía – bien al contrario - a que las profecías se hubiesen cumplido en María y en Jesús. Hasta aquí los datos. El resto es cuestión de fe.

Antes de acabar

Otro aspecto importante, por lo discutido, sobre la virginidad de María, es el que se refiere a si tuvo más hijos, es decir, si Jesús tenía hermanos. Para no alargar estas líneas, entraré en ello otro día.

Entretanto, si el lector desea documentarse sobre el tema, le aconsejo una página de internet (http://idd0098d.eresmas.net/NBSE.HTM), en la que bajo el título de Nociones básicas sobre las Sagradas Escrituras, concretamente en el apartado La virginidad de María, encontrará un compendio didáctico y amplio sobre argumentos en pro y en contra de la virginidad de María. La claridad en la exposición no merma su calidad científica. Los textos son del p. Javier Andrés Ferrer m.C.R.