Decir que la crisis tiene en su fondo el pecado, suena a reaccionario y clerical. Puede sonar a lo que sea, pero si uno sabe lo que es la crisis y lo que es el pecado, aunque esté lejos de ser un meapilas, no puede llegar a otra conclusión.
He estado rumiando una semana para decidirme a escribir esto. No es que no sepa lo que quiero decir, que sí lo sé, es que estoy harto de que se me tome por lo que no soy. Y hablar del pecado, hoy, te enfrenta a media población, y si encima citas al Cardenal arzobispo de Barcelona, Luís Martínez Sistach, ya no quedan a tu favor ni los católicos más ortodoxos. Pero así es la vida.
El pasado domingo 1 de marzo, leía en “Full Dominical” (“Hoja Dominical”) el artículo del referido autor que se titulaba “El pecado existe”. Lo leí porque me gusta lo que escribe Sistach en el “Full”, y por mucho que digan algunos, creo que leerlo es edificante.
El artículo no tiene desperdicio, pero me centraré en una cita que hace de San Agustín y que se refiere al pecado, diciendo que es el “amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios”. Para el cristiano, eso es el pecado.
Traducido para los más recalcitrantes, el paradigma de pecado es el lamentable dicho de que “la caridad bien entendida empieza por uno mismo”. Dios es la expresión suprema del amor y el hombre está creado inspirado en esa expresión. Por tanto, todo lo que hagamos por los demás lo hacemos por aquello que de Dios hay en ellos. Pecar es ponernos por delante de Dios, por delante del prójimo.
¿Qué tiene que ver esto con la crisis? Está claro. El pecado es revertir nuestro amor hacia nosotros mismos. Ese es el motor de la crisis. ¿Cómo puede un gobernante, con cantidades ingentes de dinero a su discreción, dejar pasar hambre a sus conciudadanos y no pasarla él? No voy a abrumar al lector con los cientos de ejemplos que han trascendido sobre gasto frívolo, por parte de los gobernantes, de ingentes cantidades de dinero, mientras los comedores públicos llaman la atención por sus colas y mientras familias se ven en la calle desahuciadas, por no poder pagar sus hipotecas.
¿Qué estómago puede soportar esa situación, pudiendo atenuarla? Y si el político no puede o no sabe, ¿por qué no se marcha y deja su lugar a quien pueda o sepa hacer algo?
¿Cómo puede el empresario, en estos momentos críticos, despedir o pagar un salario infecto a un trabajador, cuando él vive en la seguridad gracias al trabajo de ese obrero?
¿Cómo puede un sindicalista, utilizar su supuesta posición de servicio como blindaje contra el despido, mientras en su misma empresa personas más vulnerables que él son despedidas?...
Esto ocurre porque los protagonistas de esas injusticias anteponen su amor a ellos al amor que deben al prójimo, es decir, pecan, según el concepto cristiano del pecado.
El pecado existe y no es motivo de risa. No es la reducción simplista que necios ignorantes hacen de unos mandamientos que mal conocen y no entienden. El pecado es algo tan real que, arraigado hasta la médula de muchos de nuestros dirigentes y empresarios, es – entre otras miserias - el caldo de cultivo de la crisis.
Publicado en aragonliberal.com, el domingo, 8 de marzo de 2009.