Hace unos días, leí el capítulo 30 de la “Misa Romana. Historia del Rito. Ritos finales: La “oratio super populum” y el “Ite, missa est” (26/09/2009)”, publicado en la página de internet “Germinans germinabit” (http://www.germinansgerminabit.org/).
La serie (hoy, domingo 04 de octubre de 2009, he visto el capítulo 40), ofrece una documentada historia de lo que era la Misa que conocí de chico, y un poco de la que es hoy. Como creo se traduce en este blog, no escribo para católicos - ¡sería una pérdida de tiempo! -, sino para personas de buena fe que deseen mirar la vida sin los prejuicios sociales del momento, y utilizando el más elemental sentido común. Por eso, a esas personas, les recomiendo encarecidamente su lectura, con afán de aprender un trozo de historia, que durante dos mil años ha estado presente y ha formado parte de la vida de Occidente. Mientras elaboran sus propias reflexiones, permítanme que discurra sobre las mías.
En otro lugar de este blog, comenté – aplicándolo a la izquierda española - lo importante que es, para quien quiere destruir algo, romper con la tradición. Remito al lector a aquellas reflexiones, para preguntarme; ¿qué se pretendía cuando se rompió de forma tan brusca con una Celebración, que llevaba dos mil años elaborando su liturgia con los posos de una tradición enraizada en lo más santo de la Iglesia?
El mundo cristiano celebraba de forma única, en todo el orbe, una ceremonia que todos entendían. Cuando la sociedad civil había fracasado buscando una expresión común en una Babel de idiomas cargados de atavismos y enfrentamientos - ¿recuerdan el Esperanto, ese idioma universal que no hablaba nadie? -, la Iglesia Católica unía el mundo con un idioma único, el latín, que desde el más alto al más bajo de la sociedad, recitaban en la Santa Misa, sin dobleces, sin connotaciones, si diferencias. En nada de tiempo, hoy, en muchos lugares, el protagonista de la Misa es el idioma local.
Pero no sólo es la beligerancia del idioma. Parece que con el destierro del latín, se desterraron también las formas, y la ortodoxia se identifica como símbolo de estancamiento o vetustez. Viajando por Cataluña, muchas parroquias compiten en originalidad para atraer “clientes”. Internet está llena de ejemplos, yo con los míos tengo suficientes para estimular mi nausea.
No sé como relacionar dos evidencias; el buen número de católicos que asisten hoy a Misa, y el abanico de innovaciones personales – algunas irreverentes - que “adornan” el Sacrificio central, hasta el punto de que, a veces, éste queda ensombrecido. Quizás la muestra más significativa de que muchos católicos no saben de qué va el tema, es el hecho de que hoy, la mayoría de asistentes a la Misa, permanecen en pie durante la Consagración, para evitarse la molestia de arrodillarse. Si realmente creyeran que el mismo Dios se hace presente ante ellos, no sólo arrodillarse, sino postrarse de bruces ante el Creador, debería ser lo que saliera del alma de esos fieles.
Es la estrategia de bajar a lo mediocre si lo mediocre no puede subir a lo sublime. Ampliar la audiencia, simplificar el Mensaje y adaptarlo a esa audiencia. Que todo parezca nuevo, moderno, como si el Evangelio original, siempre actual, precisara de afeites.
A mi humilde parecer, se ha vulgarizado tanto la liturgia, que la Misa ha quedado como un encuentro entre “compas” que se necesitan; la Iglesia Católica – en representación de Jesús - necesita a los fieles y los fieles – en su propio nombre y representación -, necesitan a la Iglesia Católica. Y por eso, los fieles – como iguales -, asisten en chancletas a la Santa Misa y, si les apetece, bostezan en la Consagración.