Lo del Japón es terrible. Un terremoto excepcional y, luego, un tsunami relacionado con ese terremoto. Ahora, parece que las centrales nucleares afectadas están causando problemas, que al parecer irán a más.
Me vienen unas reflexiones sobre toda esa desgracia.
1. La magnitud de este siniestro natural pone en evidencia la insignificancia del hombre frente a la naturaleza. ¿Recuerdan el fraude de que la actividad industrial del hombre es la responsable del “cambio climático”? Pues bien, el anhídrido carbónico que genera toda la actividad industrial del hombre no supera el que desprenden en su respiración las termitas del planeta o una erupción volcánica significativa.
2. Es una soberana tontería, que ya he oído, la que pretende que este desastre es un castigo de la naturaleza por lo mal que el hombre la trata. O un castigo de Dios por nuestra maldad. Esta interpretación de los desastres naturales ya se superó en la edad media, aunque algunos recalcitrantes la han arrastrado hasta nuestros días. Si Dios ha de juzgar, lo hará a posteriori, de una vez. No creo que se tome pagos a cuenta.
3. Un terremoto se comió el pueblo de Vera (Almería. España), hace unos doscientos años. Donde estuvo la que fue la Vera original, hoy sólo hay una cruz. Como Vera hay muchos ejemplos; he puesto este por proximidad espacial y temporal.
El terremoto y tsunami de Japón se han cobrado miles de vidas, pero se podrían haber cobrado al Japón, y hoy, ese lugar, podría ser un mar abierto. Quien piense que el hombre es algo más que un peón en este teatro del mundo, es un soberbio.
4. La energía nuclear es magnífica…, mientras no se desborda. Quizás habría que planteársela con prudencia hasta que se aprenda a controlar la radiactividad. Hoy el hombre juega a la ruleta rusa con ese asunto, pues las centrales nucleares resuelven muchos problemas jugando con la escasísima probabilidad de que ocurra algo que las rompa y abra la caja de Pandora. Estos días, en Japón, se han abierto no una, sino cuatro cajas de Pandora.
Repito, no es Dios, es la tectónica de placas. A Dios hay que encomendar las almas de las víctimas del suceso y el dolor de los supervivientes.
Y para finalizar, recordar que esto – y muchas cosas más – nos puede sorprender a cualquiera en cualquier momento, de repente. ¡Que no nos pille siendo unos miserables!
Posdata. Mi más sincero sentimiento de afecto al noble pueblo japonés.