i amigo Alfredo es feliz. Aunque no veo que tenga motivos para serlo: Al poco de nacer fue desahuciado al contraer una grave infección vírica, que acabó superando pero no sin secuelas que le dejaron en el mundo de los disminuidos físicos de por vida. Al tiempo y en plena enfermedad, perdió a su madre a causa de un cáncer. Mi amigo Alfredo siempre se preguntó si la angustia y la tensión producida por la enfermedad de su hijo habían alterado el sistema inmunitario de su madre y ello había permitido el progreso del cáncer; Alfredo vivía con la duda de si había sido él la causa indirecta de la muerte de su madre.
En
su madurez Alfredo fue desahuciado a causa de un riguroso cáncer, pero la misma
ciencia que lo desahució por segunda vez le salvó la vida, sin duda ayudada por
las numerosas oraciones de terceros y, porqué no, de las personas que lo habían
querido. Pero esto fue sólo un interludio hasta el siguiente episodio vital en
la vida de mi amigo Alfredo. A los pocos años, un error médico le dejó al borde
de la vida y Alfredo estuvo clínicamente muerto.
Aún a riesgo de que parezca una parodia del Libro de Job, debo decir que luego, un grave problema vascular cerebral, hizo que de nuevo mi amigo Alfredo fuera rotundamente desahuciado por la medicina. Los propios médicos atribuyeron a un milagro el hecho de que Alfredo superarse ese duro trance, naturalmente no sin quedar con importantes secuelas que se añadieron a las anteriores. Mi amigo Alfredo, fue posteriormente diagnosticado de una rara enfermedad de la sangre que afecta a su capacidad de coagulación.
Aún a riesgo de que parezca una parodia del Libro de Job, debo decir que luego, un grave problema vascular cerebral, hizo que de nuevo mi amigo Alfredo fuera rotundamente desahuciado por la medicina. Los propios médicos atribuyeron a un milagro el hecho de que Alfredo superarse ese duro trance, naturalmente no sin quedar con importantes secuelas que se añadieron a las anteriores. Mi amigo Alfredo, fue posteriormente diagnosticado de una rara enfermedad de la sangre que afecta a su capacidad de coagulación.
Mi
amigo Alfredo no ha sabido nunca lo que es el arrullo o el abrazo de una madre,
ni recuerda un beso o caricia de su padre, un hombre bueno y justo al que
veneraba pero de carácter serio e introvertido. Mi amigo Alfredo estuvo
felizmente casado más de veinte años con una mujer buena e inteligente que murió
prematuramente a causa de un cruel cáncer. Por circunstancias, mi amigo Alfredo
conoció la muerte de su esposa después de producirse, por lo que no pudo despedirse
de ella. Años después mi amigo Alfredo contrajo segundas nupcias buscando una
paz que no encontró. Todas esas vicisitudes han hecho a mi amigo Alfredo más
libre al elevarlo sobre sus pasiones y debilidades.
Si
piensas, mi querido lector, que mi amigo Alfredo puede refugiarse en el mundo
espiritual para encontrar consuelo, piensas aventuradamente. Porque mi amigo
Alfredo es cristiano, es decir mi amigo Alfredo cree en un Dios al que no entiende
ni puede comprender por imperativo biológico, porque Alfredo es un ente que
piensa en tres dimensiones con un concepto finito del mundo; con un cerebro de
tales limitaciones, adora a un Dios infinito que por definición no cabe en su
cerebro. Puedes aducir, lector, que la teología cristiana ha resuelto este
problema presentando a Jesús, un hombre comprensible para todos, Hijo de ese
Dios incomprensible. Pero aceptar esto
necesita de la fe pues la razón humana no es suficiente para asimilarlo: Cuando
lees sobre Jesús en los Evangelios, a Jesús se le entiende siempre todo,
excepto cuando habla de su Padre, que lo hace en términos confusos cuando no incomprensibles.
Para eso la fe.
Pero
el problema de la fe es que no se adquiere a voluntad propia, sino que es un
valor que da a discreción ese Dios incomprensible. Y mi amigo Alfredo no es un
hombre de fe, no porque no quiera, sino porque no se le ha dado ese don. Por
eso para Alfredo el mundo espiritual cristiano es un territorio incógnito en el
que deambula sin referencias.
Si
vuelves al principio querido lector, verás que he empezado diciendo que mi
amigo Alfredo es feliz. Y efectivamente Lo es. No de una felicidad superflua. No.
Es una felicidad profunda existencial. Es como si una llama ardiera dentro de
él y ningún viento externo pudiera apagarla. Sí aventarla y oscilarla, pero
nunca llegar a apagarla.
Por
conocerlo a fondo doy por supuesto que mi amigo Alfredo no es masoquista ni padece
ninguna alteración psiquiátrica más allá de las comunes a los mortales
contemporáneos. Mi amigo Alfredo simplemente es feliz, aunque no tenga los
requisitos formales que hoy se presumen necesarios para alcanzar la felicidad.
Nunca le he preguntado porqué es feliz. Probablemente no lo sepa y no quiero
que se plantee tonterías con preguntas intrascendentes.
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